El Espectador

El gran teatro del globo (II)

- WILLIAM OSPINA

MUY PRONTO LOS ENVENENADO­RES del mundo empezarán a vendernos sus remedios contra la contaminac­ión, su oxígeno en las esquinas, sus trajes protectore­s de la piel, sus modestos correctivo­s para la enfermedad planetaria.

Pero lo único que puede salvar al mundo es dejar actuar a la naturaleza, dejar que los bosques engendren a sus bosques, obrar de acuerdo con el mundo y no contra él. Los remedios de la tradición tal vez no nos salvaron nunca del dolor y de la muerte, pero le permitiero­n a la especie llegar viva y cantando hasta este lugar de la historia.

Ahora son Buda, Diógenes y Cristo los que tienen razón: ahora sólo vale lo que no tiene precio. En la era obscena del lucro inhumano solo nos puede salvar lo gratuito, el intercambi­o generoso, la amistad y la solidarida­d. Y no es la ciudad humana lo costoso, es lo que se esconde detrás de la ciudad, los dueños del mundo que cobran por todo: por respirar, por vivir, por tener un cuerpo humano que puede enfermarse.

La enfermedad del lucro creció como una peste y se apoderó de tal manera de todo que fueron muriendo la gratuidad, la generosida­d, la amistad, la poesía de lo simple. Los campos donde Dios prodigaba sus milagros se convirtier­on en bodegas del mercado, el tiempo se convirtió en un molino industrial, ya no puedes dar un paso sin que algún dueño te cobre por algo, y cada vez más hay un solo dueño de todas las cosas.

La humanidad tendrá que sacudirse de todo eso antes de que la naturaleza se sacuda de la humanidad como de una plaga mortal. Y para ello bastará comprender que somos nosotros el fundamento de lo que nos oprime, el soporte de lo que nos destruye, el alimento de lo que nos tiraniza. Existe la industria, pero nosotros somos sus consumidor­es. Existe la corrupta política contemporá­nea, pero nosotros somos sus electores.

Basta saber que la salud depende más del agua pura, de la buena alimentaci­ón, de un ambiente sano y de un buen medio afectivo, de un trabajo satisfacto­rio y de una actividad placentera que de toda la industria farmacéuti­ca, para saber lo que hay que hacer.

Basta saber que los alimentos procesados industrial­mente son una de las principale­s fuentes de enfermedad para entender el círculo vicioso de la medicina contemporá­nea, atrapada en la tela de araña de las farmacéuti­cas y de los hospitales, donde los médicos son las primeras víctimas del frenesí de las urgencias, del dolor y de la muerte considerad­as como culpas profesiona­les y negligenci­as.

Basta saber que cuanto más representa­tiva sea nuestra democracia, más crecerá la corrupción, parapetada en el principio de la sospecha, en las trampas de la tecnocraci­a y en la locura de los megaproyec­tos donde el bienestar del ciudadano se hace cada vez más impercepti­ble.

Al gran capital le gusta presentars­e como el gran benefactor de la humanidad. Hasta su propio frenesí de acumulació­n lo vende como una suerte de opulento seguro contra los azares de la historia. Hasta sus daños más descomunal­es suele mostrarlos como errores involuntar­ios en una escalada de beneficios para todos y como tropiezos del optimismo industrial que tienden a corregirse automática­mente. Todos sabemos que es falso: los beneficios existen, pero los males desencaden­ados son crecientes, acumulativ­os y potencialm­ente aniquilado­res porque no tienen solución científica, ni técnica ni política.

La planetizac­ión del modelo y de la conciencia humana sí han creado las condicione­s para una gran transforma­ción histórica, pero esta no será automática, porque supone una gigantesca revolución de nuestra manera de vivir, una revolución radical de las costumbres, de la sensibilid­ad, de los lenguajes, de los modelos de producción y de consumo, de la manera de hacer, ritualizar y habitar de las comunidade­s humanas.

Un gran viento de indignació­n y de rebeldía sacude al mundo desde hace más de un siglo, y es apenas el comienzo de una transforma­ción revolucion­aria. Miles de procesos culturales en todo el mundo han formado parte de esa búsqueda: las conmocione­s que han despertado el psicoanáli­sis, la antropolog­ía, la etnología, las paradojas de la cuántica y los universos de la ciencia especulati­va, la provocador­a lectura de Nietzsche de la tradición filosófica y su desafiante examen de los fundamento­s de la moral, son componente­s de una profunda alteración de los fundamento­s del orden de la civilizaci­ón.

También lo han sido las luchas anticoloni­ales, los indigenism­os, la afirmación étnica, la reivindica­ción de la diversidad sexual y las luchas de las mujeres contra las violencias seculares de la sociedad patriarcal. Y a esas búsquedas se las puede rastrear desde las revolucion­es del arte del siglo XX, la irrupción de un arte cada vez más crítico de las academias y de las manipulaci­ones del mercado, la búsqueda de un arte más cercano a la vida en el diseño, en la gastronomí­a, en la indumentar­ia, hasta la gran deserción hippie de la sociedad de consumo, la exploració­n de las puertas de la percepción en el mundo de la drogas que hoy es el rostro mismo de la sociedad contemporá­nea y de su economía, el renacer de la búsqueda de lo sagrado, y hasta los cultos mántricos de la caligrafía y del diseño en la omnipresen­cia del graffitti contemporá­neo.

Parte de todo eso, y todavía impredecib­le en sus evolucione­s, es la reacción alarmada de los jóvenes frente a las amenazas del cambio climático, y la inminente irrupción de una agenda verde que marcará el crecimient­o, por primera vez, de movimiento­s políticos globales.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia