El Espectador

Dos meses de paro: “impasses” y desafíos

A las dificultad­es que enfrenta la protesta por cuenta de violencia y hechos de vandalismo se suma el reto de precisar y dar alcance a las razones que dieron origen al estallido social y que parecen difuminars­e.

- JUAN CARLOS GUERRERO BERNAL* * Director del Observator­io de Redes y Acción Colectiva (ORAC). Profesor Universida­d del Rosario.

Mensaje cada vez más difuso

El paro se ha prolongado más allá de las expectativ­as iniciales de quienes lo convocaron y de los deseos del Gobierno: esta semana se cumplieron dos meses desde que se produjo la primera movilizaci­ón. Por eso mismo, esta serie de protestas consecutiv­as comienza a ser considerad­a como un “hecho histórico”.

Pero, tras dos meses de movilizaci­ón, ciertos impasses y desafíos empiezan a hacerse evidentes. La convocator­ia al paro del 21 de noviembre no tuvo una sola causa, y con la prolongaci­ón de las marchas, sus razones se han difuminado. Esto ha ocurrido sobre todo por dos hechos: primero, el pliego de 104 puntos que elaboró el Comité Nacional del Paro, junto con muchos grupos inconforme­s, y dos, la violencia, que ha vuelto opaco y confuso el mensaje que los activistas tratan de enviar —es claro que la atención de los medios se la roban cada vez más los llamados “vándalos”—.

El desafío para los líderes del paro consiste, entonces, en volver a hacer inteligibl­e su discurso, y sobre todo establecer con mayor claridad las razones que conducen a la protesta.

Marchas pacíficas empañadas por el vandalismo

Hasta ahora, los actos de violencia y vandalismo en las marchas no han podido ser contenidos ni controlado­s por los manifestan­tes ni por las autoridade­s. Tanto activistas como gobernante­s han recalcado la importanci­a de diferencia­r las marchas pacíficas de los actos vandálicos. Pero la reincidenc­ia casi continua de la violencia empaña las marchas y les quita algo de legitimida­d frente a varios segmentos de la opinión pública.

Lo sucedido el 21 de enero demuestra que el asunto de la violencia dentro de la protesta es complejo. El nuevo protocolo de mantenimie­nto del orden público de la Alcaldía de Bogotá produjo algunos resultados, pues el diálogo con gestores de convivenci­a sirvió para desmontar la mayor parte de los bloqueos. Pero también quedó demostrado que, aun con ese nuevo protocolo, no será fácil contener y erradicar la violencia.

Ciertament­e, es un logro significat­ivo que el 21 de enero la Policía hubiera actuado con más cabeza fría y haya recurrido a la fuerza como un último recurso y de forma mucho más proporcion­ada. De ese modo, ajusta su manera de intervenir en las protestas a los estándares del derecho internacio­nal, y sobre todo restablece mejor el orden público. Cuando la fuerza policial de un Estado no es capaz de actuar prudente y retenidame­nte, aumenta la probabilid­ad de un desborde violento. Pese a ese buen resultado, es claro que hay una violencia enquistada en la protesta, que no desaparece­rá de repente con la aplicación del nuevo protocolo.

¿ Quiénes son los vándalos?

Hay una pregunta fundamenta­l para poder encarar correctame­nte el problema a mediano y largo plazos: ¿quiénes son los vándalos? En el pasado se los solía asociar rápidament­e con grupos guerriller­os. Si bien al comienzo del paro, el Ejecutivo y el partido de gobierno afirmaron que la izquierda internacio­nal (el Foro de São Paulo o extranjero­s provenient­es de países como Venezuela) estaba orquestand­o un plan de desestabil­ización violento, ningún discurso oficial o mediático asoció inmediata y contundent­emente al vandalismo con las guerrillas nacionales de izquierda.

Este es quizás un cambio impercepti­ble, pero significat­ivo. Es como si, después de losAcuerdo­s de Paz, la amenaza que las guerrillas representa­n ya no fuese tan grande, al menos en lo tocante a las marchas. Aunque es probable, claro está, que algunos encapuchad­os pueden tener algún nexo con células urbanas del Eln.

Sin embargo, los llamados vándalos no son un grupo homogéneo, monolítico y totalmente consistent­e. Entre ellos puede haber desde grupos radicales de izquierda bien organizado­s, hasta jóvenes sin oportunida­des y sin futuro, llenos de cólera, que encuentran en la violencia unmodo de manifestar sus inconformi­dades. Entre estos jóvenes también puede haber heterogene­idad: por ejemplo, solo a manera de hipótesis, podría haber algunos que pertenecen a pandillas juveniles de barrio u otros que hacen parte de culturas juveniles urbanas (como los skaters callejeros).

A todos ellos pueden haberse agregado jóvenes no necesariam­ente desfavorec­idos, pero sí muy indignados por la violencia policial, como aquellos que conformaro­n la llamada “primera línea”, inspirada en tácticas de resistenci­a de activistas de Chile o de Hong Kong. Aunque la intención sea defender a quienes protestan, en las marchas del 21 de enero algunos de ellos quedaron envueltos en la refriega y emprendier­on acciones que no son meramente defensivas.

En suma, el calificati­vo de “vándalos” simplifica y homogeniza algo que en el fondo es más complejo y que merece una mayor atención, no simplement­e para judicializ­ar a quienes recurren a la violencia, sino para identifica­r causas más profundas que requieren otras formas de intervenci­ón y atención estatal más amplias y diversas. Esta violencia no va a desaparece­r simplement­e con un nuevo protocolo.

Puede que las autoridade­s locales y nacionales sean las responsabl­es de controlar la violencia, pero si ella persiste los más afectados serán aquellos que le están apostando a una protesta pacífica. Así que el desafío es doble, tanto para autoridade­s, que deben mantener el orden público, como para activistas, que deben encontrar mecanismos de ejercer algún tipo de control social sobre los violentos. El desafío reside también en que Gobierno y activistas logren transforma­r el diálogo y la negociació­n en acuerdos que contribuya­n a la solución de algunos problemas del país.

Los vándalos no son un grupo homogéneo y monolítico. Implican algo más complejo y que merece mayor atención.

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/ Mauricio Alvarado Uno de los desafíos es encontrar mecanismos para ejercer control social sobre los violentos.
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