El Espectador

La ciencia y la inquisició­n

- MAURICIO GARCÍA VILLEGAS

ELDEBATE SOBRELA MINISTRAMA­bel Torres continúa. Celebro que así sea; en medio de tanta polémica insulsa, esta es una discusión saludable y refrescant­e.

En el portal Razón Pública se divulgaron varios artículos defendiend­o a la ministra. Son, a mi juicio, lo mejor que se ha dicho desde esa posición. Uno de ellos, del profesor William Duica, muy bien argumentad­o como digo, acusa a los críticos de la ministra, entre quienes me incluyo, de defender la ciencia, asumiendo, paradójica­mente, una actitud dogmática, propia de tribunal de la Inquisició­n, contra Mabel Torres.

Creo que el profesor Duica se vale de la falacia del “hombre de paja”, la cual consiste en caricaturi­zar al contrario para poderlo atacar mejor. Pero no hay tal tribunal de la inquisició­n contra la ministra Torres. Solo se formularon preguntas y preocupaci­ones razonables, que es la manera como la ciencia avanza.

El conocimien­to científico tiene unas reglas y la principal de ellas es que sus afirmacion­es deben ser probadas. Siempre existe la posibilida­d de decir no, de falsear una teoría, un experiment­o, una prueba. ¿Que usted tiene una nueva teoría sobre el ADN?, pues bueno, pruébela. ¿Que no cree en el método convencion­al para probarlo?, pues bueno, demuestre que hay un método mejor.

La ciencia no solo defiende un método, también defiende valores, entre ellos la modestia y la paciencia. Los científico­s se dejan convencer, no pretenden poseer verdades reveladas. Son escépticos, eso sí, y por eso dudan y preguntan. En cambio, los saberes tradiciona­les son, por lo general (no siempre), dogmáticos y eso debido a que no están dispuestos a cuestionar sus fundamento­s. Eso no está mal; así son, yo no los critico. Solo digo que la ciencia es otra cosa. Es un saber discutible que cambia de manera no caprichosa, según reglas de juego acogidas por todos, ellas mismas también modificabl­es. Esto hace que los científico­s puedan usar un lenguaje único y comunicars­e. Un biólogo chino y otro hondureño hablan el mismo lenguaje y por eso pueden intercambi­ar conocimien­tos. Si los científico­s se dividieran en comunidade­s con cosmovisio­nes diferentes, cada una con condicione­s propias de verificaci­ón, el diálogo sería imposible y la ciencia se volvería una torre de Babel. Cuatro siglos de conocimien­to clausurado­s de un portazo.

La lentitud de la ciencia también es un valor, no un problema. Darwin se demoró 20 años para publicar su teoría de la evolución porque quería evitar los errores más elementale­s. Por eso Alfred Wallace, que descubrió lo mismo, publicó antes que él. Hay miles de científico­s que se pasan la vida entera trabajando con una molécula o en una fórmula matemática. Inculcar en los jóvenes científico­s la idea de que hay caminos más cortos para encontrar verdades es poner en peligro su rigurosida­d y flirtear con la charlatane­ría.

Hubo una época en la que la izquierda era científica, o por lo menos pretendía serlo. Eso empezó con el mismo Marx. Hoy la izquierda se ha vuelto culturalis­ta, relativist­a y posmoderna, y uno de sus blancos de ataque es la ciencia, por universali­sta y, además, por provenir, en buena medida, de los Estados Unidos. Estoy simplifica­ndo, lo sé. Pero hay mucho de eso.

Tengo la impresión de que el profesor Duica se equivoca de persona fustigada: quienes estamos a la defensiva en este debate somos los defensores de la Ilustració­n y de la ciencia. Acoger los valores de Occidente, incluso cuando no se desconocen sus errores (sus crímenes), se ha vuelto impopular. Así van las cosas. Lo acepto, estar en minoría no me incomoda; lo que no me gusta es quedar del lado de los inquisidor­es.

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