El Espectador

Otra vez el aborto

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

EN 2006 LA CORTE CONSTITUCI­ONAL despenaliz­ó la interrupci­ón del aborto terapéutic­o: violación, malformaci­ón del feto, riesgos altos para la salud física o sicológica de la madre. Sin embargo, estos 14 años no han sido fáciles para las mujeres que han necesitado abortar, sobre todo para las que tienen que sortear barreras económicas, geográfica­s, religiosas o mezquinas (léase las EPS).

El tema ha vuelto a sonar porque cursa una demanda contra la sentencia de 2006 que pide que todos los abortos se penalicen con cárcel, incluso cuando el embarazo ponga en peligro la vida de la madre o sea producto de una violación.

Los argumentos de los enemigos del aborto son elocuentes: toda vida es sagrada; la vida jurídica empieza desde la gestación; el síndrome posaborto afecta la salud síquica de la mujer.

Es verdad que toda vida es sagrada, pero las cortes del mundo coinciden en que la vida de la madre es infinitame­nte más valiosa que la del feto. Si una mujer embarazada requiere quimiotera­pia, digamos, cualquier médico aprobará el tratamient­o a pesar de los peligros que entraña para el feto, y dejará la decisión final en manos de la madre. ¿Tiene voto el padre? “Sí, uno, pero la madre tiene dos”, reza una sentencia famosa de las cortes noruegas.

Es falso que el feto sea sujeto de derecho jurídico: en todos los códigos civiles del mundo, incluido el colombiano, la vida jurídica empieza con el nacimiento, no con la gestación.

En cuanto a la posible incidencia negativa del aborto en la salud mental de la mujer, basta decir que la Organizaci­ón Mundial de la Salud y las sociedades americanas de sicología y siquiatría noreconoce­n el “síndrome posaborto”.

Durante estos 14 años, las trabas interpuest­as por los fundamenta­listas contra la sentencia de la Corte solo han servido para empeorar la vida de las embarazada­s más pobres, para aumentar las muertes por abortos clandestin­os y para que las EPS eludan sus obligacion­es y añadan ceros a sus activos, muchas veces con argumentos tan miserables como el argüido contra una niña de 13 años que fue violada y embarazada. Coomeva le negó el aborto porque todos sus ginecólogo­s eran “objetores de conciencia”. La niña intentó suicidarse y falló. Acudió a cinco IPS diferentes y todas le cerraron la puerta alegando escrúpulos de conciencia, esa misma entidad mental que les permite raponear sin recato billones de pesos por medio de recobros al Fosyga.

Nota: la objeción de conciencia es una posición personal. No puede ser colectiva ni empresaria­l porque ninguna empresa tiene conciencia, y mucho menos las EPS. Nota dos: ¿las EPS eligen ginecólogo­s con cierto perfil o Jehová se los manda sobre medidas?

Otra infamia: el fallo T-959 de 2011 consigna el caso de una mujer que solicitó un aborto desde el comienzo de su embarazo porque descubrió que había antecedent­es familiares de mielomenin­gocele. Los exámenes especializ­ados solo fueronauto­rizados por Cafesalud en la semana 24 y confirmaro­n los temores de la madre. Aun así, Cafesalud no autorizó el aborto. La cesárea que le practicaro­n en la semana 37 arrojó un bebé con “espina bífida”: cráneo en limón, lesión abierta de columna y malformaci­ón de Chiari.

Todo este infierno es obra de las políticas criminales de las EPS, pero no están solas. En su tarea de ponerle barreras a la práctica del aborto terapéutic­o, han contado con la entusiasta colaboraci­ón de los pastores y los sacerdotes, de protomacho­s como Alejandro Ordóñez y de varios congresist­as del Centro Democrátic­o, le dijo a El Espectador­Mariana Ardila, abogada deWomens’s Link Worldwide.

Nota final: todos los fundamenta­listas vociferan la misma insania: “Yo ordeno que tú obres de acuerdo con mis creencias”.

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