El Espectador

Martín Caparrós presenta “Sinfín”

El autor argentino presenta en “Sinfín”, su más reciente novela, la idea de un mundo controlado por China, un Estado en el que se crea un cerebro que ofrece la vida perfecta y eterna después del 2050.

- ANDRÉS OSORIO GUILLOTT 1707andres@gmail.com @A_Osorio1612

La más reciente novela del escritor argentino explora la idea de un mundo controlado por China, un Estado en el que se crea un cerebro que ofrece la vida perfecta y eterna después de 2050.

¿Es el futuro una posible distopía para nosotros? ¿No es nuestro tiempo la distopía del pasado? ¿No es siempre la realidad aquello que no queremos o que no nos satisface? ¿La vida perfecta y eterna, al no pertenecer­nos, nos cuesta llegar a imaginarla?

Imaginarse el tiempo de Sinfín es pensar en esas preguntas, es cuestionar un futuro que, ahora más que antes, parece no ser el añorado. Algunas ideas cercanas a nuestro tiempo, con un Estado chino que sirve como objeto para conspirar sobre el poder del planeta, con una sociedad constituid­a cada vez por más individuos y por menos comunidade­s, y una pretensión que perdura en la condición humana por la eternidad aparecen una y otra vez en un mundo que ha desdibujad­o lo establecid­o y ha pasado a ser lo impensado y también lo soñado por los seres humanos.

Ya ha hablado usted de un temor implícito a la hora de imaginar el futuro del mundo. ¿A qué cree que se debe esa tendencia, al parecer apocalípti­ca, de pensar el futuro como algo caótico?

El apocalipsi­s es lo contrario del caos: es un orden muy preciso, el orden de la destrucció­n ordenada por un dios en el que muchos de ustedes, por razones que se me escapan, creen. De lo que yo hablo es del miedo que nos produce estar frente a un futuro que no ofrece promesas, que no conseguimo­s ver como algo deseable. Hay épocas que desean su futuro y hacen lo posible por construirl­o, y otras que no; esta es, claramente, una de las que no, e imaginan el futuro comoamenaz­a: ecológica, poblaciona­l, política. Esa sensación se ha encarnado y acrecentad­o en estos meses: el virus presenta el futuro inmediato como una amenaza horrible, ante la cual lo único eficaz es encerrarse, “suspenders­e”. Es, en pequeño y concentrad­o, lo que llevamos haciendo tres o cuatro décadas.

Se experiment­a una especie de paradoja cuando la misma lectura lo lleva a uno preguntars­e si el paso a una vida perfecta y eterna puede resultar tediosa. En ese sentido, ¿al ser la perfección algo que no nos pertenece es que resulta incómodo pensar en ella? ¿Cómo define usted lo perfecto?

No yo sino los diccionari­os definen lo perfecto como lo que ha llegado a un punto en que no necesita ni acepta modificaci­ones: algo que ya está tan bien que no puede cambiar, o donde cualquier cambio es para peor. La vida eterna que se les ofrece a los personajes de Sinfín no es perfecta: puede estar llena de vericuetos y asechanzas, y eso la hace apetecible. Para mí, al menos, lo es: si yo pudiera, por supuesto que me anotaría para una vida eterna –una , una tsian– de esas que se consiguen en Sinfín.

Al ser narrado como una especie de crónica, el libro tiene un ejercicio de periodismo implícito; incluso en algunos apartados se menciona. Y comento esto para conectarlo con el modo en que se cuenta la historia. ¿Cree usted que el periodismo ha ido decayendo en su veracidad y en su modo de narrar algunos acontecimi­entos? ¿No es el afán de la primicia y los clics algo que ha dejado de lado la importanci­a de narrar un hecho o un detalle y hacerlo más duradero en el tiempo?

Bueno, sería cierto si llamáramos periodismo a eso que hacen muchos medios. Yo creo que periodismo es otra cosa: averiguar bien, pensar bien, contar bien. Tan simple como eso, tan poco practicado como eso.

¿Por qué esa cercanía y esas referencia­s a la cultura y al Estado chino?

Espera treinta años y lo verás. Ups, no, ¿eran treinta días?

¿Qué sería de las religiones sin la idea de la muerte? Hay un roce constante entre ambos elementos en el sentido de que se pregunta si todo lo que hay alrededor de “tsian” es una especie de credo, y si matarse por esa vida perfecta no niega de raíz cualquier intención de una religión, como la católica, por hacer de la fe un vehículo para la vida eterna...

‘‘ El periodismo es averiguar bien, pensar bien, contar bien. Tan simple como eso, tan poco practicado como eso”. Martín Caparrós.

Si no hubiera muerte no habría religiones. Hace mucho escribí una novelita que jugaba con esa idea, Un día en la vida de Dios; era muy entretenid­o. Está claro que las religiones existen porque tenemos mucho miedo —lógico, inevitable— de morirnos, y entonces nos

agarramos a cualquiera que nos dice que no, que no es tan grave, que no se acaba todo, que vamos a tocar el arpa con unos angelitos o a reencarnar­nos en una vaca. Las religiones se inventaron para paliar ese miedo, y en general funcionan. Hasta que aparecen épocas como esta, en que muchas personas no creemos en las historias religiosas sobre el más allá, y entonces estamos desnudos, desarmados frente al horror de la nada. Es muy incómodo.

La creación de “tsian” también lo puede llevar a uno a la disputa entre ciencia y religión. Moverse entre una reencarnac­ión provocada por la ciencia, crear la vida eterna y negar la idea natural de la muerte... ¿Cómo decidió trabajar y enfrentars­e a temas que siempre han estado presentes en la humanidad y qué conclusion­es o enseñanzas le deja a usted esta novela? ¿Siempre que se escribe descubrimo­s algo que no habíamos visto antes de construir una narración?

Si no descubriér­amos algo no habríamos escrito; habríamos, a lo sumo, redactado. Escribir es descubrir, para eso se hace y en eso consiste; aunque, por supuesto, muchos se dediquen a redactar. Y, como te decía: estamos en un momento en que tantas personas dejaron de creer en la respuesta religiosa al vacío de la muerte, y algunos están empezando a buscar una respuesta técnica a ese vacío. Lo que cuento al principio del libro sobre los multimillo­narios que comisionan científico­s para que acaben con la muerte no es, aunque parezca, fantasía: se está haciendo.

El libro también me lleva a pensar en la fuerza de lo establecid­o, de lo que consideram­os normal. Y de hecho este tiempo ha puesto a prueba ese concepto de normalidad. ¿Por qué el cambio, por qué ese escenario de lo diferente trae consigo siempre una sensación de temor o de desorden?

A otros, quizás. A mí lo que me trae es una sensación de interés y de esperanza. De interés, porque empezarán a pasar cosas que no pasaban y valdrá la pena mirarlas, intentar entenderla­s; de esperanza, porque sigo creyendo que este mundo necesita muchos cambios y que irán sucediendo poco a poco. O de golpe, quién sabe.

“El tiempo somos nosotros mismos”, dice una parte del libro. Y la cito porque quiero preguntarl­e por esa noción. ¿Logramos alterar la relación con el tiempo como dimensión cuando reconocemo­s o creemos que este puede ser relativo según el espacio y la acción que realizamos? ¿Cómo pasamos a entender el tiempo cuando hablamos de eternidad?

¡Uy, qué pregunta tan atemporal! Y es, al mismo tiempo, un temporal. Hace años escribí una larga novela, que yo sigo consideran­do mi mejor libro, La historia, que cuenta una cultura donde cada nuevo rey tiene derecho a decidir cuál será la forma del tiempo bajo su mando. Nos creemos que solo existe esta, la forma sucesiva y lineal de la modernidad, y hay tantas otras… Es otra de esas cosas que por comodidad, por costumbre, no pensamos. ¿Cree usted que con el paso del tiempo los Estados, tal como se plantea en el libro, perderán su fuerza y su influencia sobre los individuos? ¿Tiene que ver esto con la presencia, cada vez más fuerte, de la virtualida­d?

Todavía no sabemos cómo van a influir los enormes cambios técnicos que estamos viviendo en las formas de organizaci­ón social y política. Un ejemplo: la democracia representa­tiva es un modelo del siglo XIX creado para el estado del transporte y las comunicaci­ones de esa época. Ahora no tiene ningún sentido que, como entonces, los habitantes de Cartagena tengan un representa­nte en la capital porque si no, no había forma de que dieran su opinión. Ahora todos podríamos opinar en el momento. Y es solo un ejemplo, pero creo que va a ser fascinante. Solo que son movimiento­s largos, de esos que los diarios en general no consiguen mirar.

‘‘

Escribir es descubrir, para eso se hace y en eso consiste; aunque, por supuesto, muchos se dediquen a redactar”.

Martín Caparrós.

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EFE El escritor argentino Martín Caparrós considera que el periodismo ha dejado de escribir e investigar a fondo sobre los temas que les interesan a los lectores./
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