El Espectador

La historia de Carlos Rodríguez, “el Sastre”

Durante años era vestuarist­a de ídolos del vallenato como Diomedes Díaz y Rafael Orozco con su sastrería GQ. Ahora se dedica a la ganadería, hacer préstamos e intentar que los culpables del asesinato de su hijo sean condenados.

- DIANA DURÁN NÚÑEZ dduran@elespectad­or.com @dicaduran

La ñeñepolíti­ca, del cual lleva hablando el país desde marzo de este año, tiene múltiples aristas. Una de ellas, en la que poco se ha ahondado, es en la historia de Carlos Rodríguez, el padre de Óscar Rodríguez, quien fue asesinado el 18 de agosto de 2011 en Barranquil­la. Por ese crimen fue que el Ñeñe Hernández terminó con su teléfono intercepta­do a partir del 26 de mayo de 2018. Cuando la Fiscalía empezó a indagar por el asesinato, fue el propio Carlos Rodríguez quien apuntó primero hacia el ÑeñeHernán­dez: habían sido amigos mucho tiempo, pero, en ese instante, él le debía un dinero. Y esa deuda, dijo entonces Rodríguez, convertía al ÑeñeHernán­dez en sospechoso de la muerte violenta de su hijo.

Carlos Eduardo Rodríguez Gómez era un conocido sastre en Barranquil­la. Su cercanía al mundo vallenato lo hizo el creador del guardarrop­a de cantantes como Diomedes Díaz y Rafael Orozco. También era prestamist­a, ganadero y, además, tenía acciones en Ciledco, empresa de productos lácteos con sede en la capital del Atlántico. En 2004, sin embargo, resultó implicado en una gran redada contra el narcotráfi­co: la operación Iniciativa del Caribe, que comenzó en 1999 y terminó cinco años más tarde con la detención de 330 personas en Colombia, Canadá, Estados Unidos, Bahamas y Panamá. Entre ellos, el Sastre, como era conocido Rodríguez en Barranquil­la y por la justicia estadounid­ense.

El abogado que representa a Rodríguez en el proceso por el homicidio de su hijo, Miguel del Río, le contó a este diario que el Sastre no fue extraditad­o a Estados Unidos, sino que él mismo viajó a ese país para entregarse. El indictment (acusación de EE. UU.) contra Rodríguez, conocido por este diario, se aprobó el 1° de junio de 2004. Tres meses más tarde, con Rodríguez ya enfrentand­o su proceso ante la Corte del Distrito Sur de Florida, este invocó su derecho a guardar silencio “con respecto a cualquier pregunta o interrogat­orio, sin importar de qué asunto se trate”, dice un documento de la Corte. Rodríguez le pidió a la Fiscalía estadounid­ense que remitiera su decisión a todas las agencias del país.

Rodríguez terminó condenado a 46 meses de prisión, que luego se le redujeron a tres años. De acuerdo con la investigac­ión que se hizo, el Sastre hizo parte de una organizaci­ón de 21 personas (entre ellas los hermanos Elías, Vidal y Hernán Cobos Muñoz, Faser Fakih y Luis Chamorro Britton) que se concertó para ingresar drogas a Estados Unidos desde por lo menos el año 2000, para hacer transaccio­nes financiera­s en territorio estadounid­ense, que derivaban de una “actividad ilegal específica” relacionad­a con narcóticos y para ocultar la “naturaleza, locación, fuente, propiedad y control de propiedade­s” de origen ilícito.

En 2007, Rodríguez Gómez volvió a Colombia y siguió con su sastrería GQ. “Él tiene muchos conocidos y llega mucha gente a contarle cosas”, contó una fuente de la Fiscalía. Fue en frente de esa sede, justamente, donde un sicario mató a su hijo Óscar. Fue un error, confesaría el sicario después. El objetivo era él, el Sastre. Tras el asesinato, Rodríguez cerró su sastrería, siguió con sus préstamos y negocios de ganadería y volcó su vida a esclarecer el asesinato de su hijo, quien el día de su muerte hizo algo que nunca hacía: manejar el carro de su padre. Fue en el vehículo donde lo acribillar­on. Lo acompañaba un hombre llamado igual a él, Óscar Rodríguez, un técnico de aire acondicion­ado.

A ese técnico, dice hoy la Fiscalía, Carlos Rodríguez y su abogado, Miguel del Río, le habrían ofrecido un pago para que declarara en el proceso por el homicidio de su hijo. El segundo testigo que supuestame­nte trataron de sobornar fue Jorge Escorcia. El técnico habría visto en primera fila al sicario del hijo de Rodríguez y Escorcia era el suegro de Javier Mosquera, sospechoso del asesinato. Del Río, en diálogo con este diario, rechaza tajantemen­te que se haya querido sobornar a testigos: “Éticamente, no creo en la compra de testigos. Pero, además, esos testigos ni siquiera eran relevantes: el sicario se identificó pronto. Es una calumnia y coincide con la imputación de cargos”.

Del Río se refiere a la imputación que la Fiscalía hizo hace tres semanas en contra de dos investigad­ores de la Dijín, el sargentoWa­dith Velásquez y el mayor Yefferson Tocarrunch­o. La Fiscalía afirma que ambos usaron la investigac­ión por el asesinato del hijo de Rodríguez para intercepta­r ilegalment­e a cinco de sus compañeros de la Policía. Al tomarle una declaració­n, a finales de mayo pasado, a quien era la fiscal que tenía la investigac­ión, Jenny Andrea Ortiz Ladino, esta aseguró que hace dos años supo del posible soborno de testigos. “Si eso fuera cierto, ¿por qué no lo denunció entonces? ¿Por qué no dejó registro? Es un absurdo”, argumenta Del Río.

Hace unos años, cuando el fiscal del caso por el asesinato de Óscar Rodríguez era otro (Ricardo Bejarano), Carlos Rodríguez tenía línea directa con la Fiscalía. En la Fiscalía, incluso, dicen que algunos interrogat­orios se hacían en su casa. Ahora, tanto él como su abogado Miguel del Río están en el radar de la Fiscalía por el supuesto soborno de testigos, y ya hay copias compulsada­s para que se determine si ambos deben ser investigad­os formalment­e por ello. Del Río sostiene que esa es una estrategia para desbaratar la ñeñepolíti­ca. La justicia decantará estos y tantos otros elementos que todavía encierran el expediente por la muerte de Óscar Rodríguez, por el que Marquitos Figueroa ya va a juicio.

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Esta escena la captó un fotógrafo de “El Heraldo” en el sitio donde mataron al hijo de Carlos Rodríguez.
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/ Fotos: El Heraldo Óscar Rodríguez falleció en la calle, frente a la sastrería de su padre en Barranquil­la.
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