Estado pandémico
CUANDO ESTE CONFINAMIENTO termine, los colombianos tendremos que superar la pobreza y aterrizar en la lacerante realidad de que durante todos estos meses el subpresidente Duque se entregó a la orgía de consagrarse como dictadorzuelo marchitador del Estado de derecho. El Gobierno se ha dedicado a instalar un régimen totalitario que acabe con la división del poder en Colombia, porque hoy todo se maneja desde la Casa de Nari.
El Congreso es una montonera que no encuentra espacios para expresarse, porque el régimen se empeñó en prohibir sesiones presenciales con la falacia de evitar la contaminación, como si no se conocieran ejemplos en el mundo de parlamentos sesionando normalmente. El resultado no puede ser más catastrófico. Expedición de leyes innecesarias, como la populista e ilegal reforma constitucional de cadena perpetua para violadores, que Duque –confirmando su ignorancia jurídica invencible– pretende aplicarla a los militares violadores que defienden varios de los suyos como María Fernanda Cabal, sin que esa normatividad haya empezado a regir. Pero del control político no hay noticia, ni siquiera ante el aberrante hallazgo de que se están robando dineros destinados a enfrentar la pandemia, porque no hay quién llame al orden al Ejecutivo o pida cuentas.
La justicia –que anda a medias– ha autorizado la producción regulatoria desbocada del Gobierno, favoreciendo sectores económicos que creen que sus bolsillos son más importantes que la actual crisis de salud pública. Tarda mucho el sistema judicial en pronunciarse sobre los adefesios del Ejecutivo. Cuando llegan los fallos, ya el daño está hecho. Y con un fiscal agente de los odios presidenciales, el sistema penal acusatorio es una poderosa arma para amenazar mandatarios regionales y comprar la aquiescencia de opositores y críticos que les es esquiva a través del respeto.
De la economía ni hablar. Los plutócratas haciendo de las suyas aprovechándose de las medidas expedidas por el régimen en su favor, según las consistentes críticas de espe