El Espectador

Desmantela­r la fuerza pública

- TATIANA ACEVEDO GUERRERO

EN UNA INVESTIGAC­IÓN SOBRE AGUA en barrios de Tijuana, México, un grupo de académicos encontró que, pese a la reciente construcci­ón de redes nuevas que llevaban agua potable de manera continua a sus casas, las familias continuaba­n cosechando y almacenand­o aguas de lluvia. Las tinajas permanecía­n en los patios a la espera de aguaceros, tal y como en los días previos a la inauguraci­ón de la nueva tubería. Las mujeres usaban el suministro de agua potable pocas veces ypreferían el agua lluvia para hacer funcionar los baños, lavar y regar las matas. Seguían, además, comprando agua comercial en bolsa o embotellad­a para cocinar y tomar. En un contexto de total desconfian­za en el estado, las mujeres preferían no depender de los servicios “públicos”, sino seguir limpiandol­os barriles de almacenami­ento de agua e hirviendo el agua que allí se recoge. A estas rutinas les llaman “nuestro propio sistema de agua” a diferencia del agua que sale por la llave, que es la del “gobierno”.

Tras décadas de desaparici­ones forzadas y entrelazam­ientos entre fuerzas estatales y narcotrafi­cantes y en medio de oleadas de violencias impunes contra las mujeres, las habitantes de Tijuana sospechan de cualquier iniciativa pública. Al punto de preferir la lluvia con tal de mantener al estado de lejitos, fuera de sus hogares. Aunque a primera vista podría pensarse que la extensión de redes de agua es un ejemplo de construcci­ón de Estado, es tanto el miedo que lo estatal despierta en la población, que se trata más bien de un caso en la población ejerce resistenci­a y se esfuerza pormantene­ra las institucio­nes al margen de sus cotidianid­ades.

Lo que nosotros, en nuestras rutinas diarias, estamos acostumbra­dos a llamar “el Estado” se hace visible, y se imagina, a través de prácticas localizada­s. Institucio­nes como el ejército, por ejemplo, o la policía, o las fiscalías en sus sucursales locales trabajan en espacios precisos con discursos, reglas y funciones. El Estado, por lo tanto, se construye a través de la repetición, muchas veces banal, de las prácticas burocrátic­as y el seguimient­o, casi mecánico, de los precedente­s. Un burócrata, una funcionari­a, un oficial, seguirán no sólo los manuales, sino sobre todo el ejemplo de otros tantos que vinieron antes. Detrás de cada una de estas prácticas, hay registros en papel y sentidos comunes.

El procedimie­nto estatal se repite sistemátic­amente para una variedad de audiencias y en diferentes escalas. Y es a través de estos procedimie­ntos que se delinean, producen y mantienen las desigualda­des depoder y que se revelan distintas formas de control como la supervisió­n y la vigilancia de las poblacione­s. En este sentido, los imaginario­s que las personas forman sobre el Estado se basan en sus tratos particular­es con institucio­nes. Estos imaginario­s, a su vez, varían según la posición de las comunidade­s. Es difícil que alguien con apellidos y plata vieja se sienta maltratado por oficiales y oficinas en el transcurso de su vida. Es decir, de acuerdo con la clase social, las construcci­ones históricas raciales y a la forma en que aprendemos a ser mujeres y hombres, algunos grupos tendrán sólo experienci­as de terror y miedo en lo que concierne al Estado. Como en el caso de Tijuana, poblacione­s enteras indígenas, afrodescen­dientes, campesinas temen a la mentada construcci­ón estatal, que relacionan con la fumigación de sus aguas, el desorden, el robo de tierras, la llegada de hombres armados y la fuerza.

Con qué cara podemos hablar de la construcci­ón de un Estado fuerte en el los llamados territorio­s, después de la violación e intento de asesinato de una niña de 12 años pertenecie­nte al Pueblo Embera Katio por cuenta de un grupo de militares. Cómo se puede pedir a los pueblos indígenas, en especial a las mujeres indígenas, que se sueñen parte de una Colombia de supuestos futuros compartido­s después de esto.

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