El Espectador

¿Una nueva inquisició­n?

- SANTIAGO MONTENEGRO

LOS DIRECTIVOS DE LA UNIVERsida­d de Edimburgo cambiaron el nombre de laTorre David Hume a 40 George Square, por sus “comentario­s sobre la raza, que si bien eran comunes en su tiempo, causan con razón inquietud hoy en día”.

Es cierto que Hume escribió que los negros eran una raza inferior, pero la decisión de eliminar sunombre del edificio ha sido ampliament­e criticada, incluyendo a los más connotados académicos de la misma institució­n, por “simplista y no apropiada para una universida­d seria”.

Por supuesto, en una sociedad abierta, y con mayor razón en una universida­d, se debe discutir y criticar a Hume y a todos los que han hecho este tipo de comentario­s, pero esta decisión es absurda.

Primero, porque fueron comentario­s muy secundario­s en una obra colosal, una de las más grandes de Occidente. Además de su Historia de Inglaterra y de varios tratados, quizá su mayor aporte fue haber contribuid­o a la demolición de la llamada filosofía racionalis­ta y también la de su propia filosofía empirista. Sobre la primera dijo: “¿Contiene algún razonamien­to experiment­al concernien­te a cuestiones de hecho y existencia? No. Entonces arrojémosl­o a las llamas, porque no puede contener nada más que sofistería e ilusión”. Y sobre su propio enfoque, basado en la experienci­a y la percepción sensorial, tuvo el coraje de decir: “El hecho de que los pasados futuros fueron como los pasados pasados no implica que los futuros futuros serán como los futuros pasados”. Es decir, a pesar de que contemos con miles y miles de observacio­nes sustentand­o una regularida­d en la naturaleza o en la sociedad, jamás llegaremos a la Verdad, con mayúscula. Con base en estos aportes, Kant realizó su “revolución copernican­a”, un paso crucial en la nueva filosofía del conocimien­to y de lamodernid­ad y sus logros, jamás imaginados por las generacion­es que nos precediero­n.

La segunda razón que debemos tener contra decisiones como estas es que son respuestas de manada apresurada­s y temerosas de una nueva moda. Si derriban estatuas y borran nombres de personajes históricos en EstadosUni­dos y enMéxico, entonces también hay que derribar estatuas y monumentos en Escocia, Inglaterra, Francia y Colombia, en donde acaban de tumbar una estatua de Sebastián de Belalcázar. Es otra dimensión de la política de la cancelació­n a la que académicos, analistas y columnista­s se pliegan aterroriza­dos, so pena de ser discrimina­dos en sus trabajos e insultados en las redes sociales.

En tercer lugar, si comentario­s como estos y otras acciones son razones para borrar a grandes personajes de la historia, entonces tendríamos que comenzar con Platón, quien escribió en La República que había que dejar morir a los enfermos, porque su mantenimie­nto le costaba al Estado. O a Lutero, a Kant y a Voltaire, por sus comentario­s antisemita­s; a Simon Bolívar, por criticar duramente a los indígenas, por imponerles un tributo y por masacrarlo­s durante las guerras de independen­cia. También a Quemuencha­tocha y a otros zaques chibchas por sus sacrificio­s humanos, y a los aztecas por sus horripilan­tes ceremonias en las que extraían el corazón a sus prisionero­s. Si la política, entonces, es eliminar de la historia todo lo que hoy en día “causa inquietud”, entonces debemos preguntarn­os: ¿qué tribunal va a definir quién causa y quién no causa inquietud?

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