El Espectador

“El arte es totalmente político”

Presentamo­s una semblanza de la obra “Trompas de falopio y postres de la abuela”, de la artista colombiana Mariana Gómez, postulada al Premio Arte Joven de la Galería Nueveochen­ta.

- Mariana Gómez: MARÍA PAULA LIZARAZO mlizarazo@elespectad­or.com

A Eduardo, hoy...

Es siempre todavía.

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Así fue que Mariana Gómez descubrió sus manos. De niña hacía individual­es y cortinas junto a su madre. Veía sus manos en movimiento, mientras escuchaba la voz que le iba indicando el paso a paso. Palpaba con sus manos la vida. Conocía su propia piel desde lo que el mundo ofrecía a su tacto. Explorando, cuestionan­do, sintiendo, recordando. En su cuerpo, desde hace años, ha recorrido un ímpetu que deviene arte. Un ímpetu que su memoria con su madre alumbró; la memoria, esa convivenci­a dinámica del pasado y el presente que da luz a su obra.

Su propia piel es el camino que la ha conducido a pensar el cuerpo políticame­nte: enigmas como el género y su historia en Occidente, o el arte con relación al cuerpo, o el género con relación al arte. Pensarlo es ya un acto político. Su arte surge como un pensarse a sí misma frente al mundo en el que vive y lo que conoce de él. Como la poeta brasileña Clarice Lispector, quien diría alguna vez que no era una intelectua­l sino alguien que escribía con el cuerpo.

Con la pandemia, Gómez volvió a observar su casa, habitándol­a ya no como antes. Desde que comenzó la cuarentena, se trajo lo que guardaba en su taller y desde entonces ha convivido, en todo el sentido de la palabra, con su obra. Con el pasar de los días comenzó a reflexiona­r en torno a la cocina: ese espacio tatuado en la memoria del cuerpo y en todas las rutas de la historia.

Pero Gómez no es solo lo que ha vivido en carne propia, parte de ella son también los relatos y las narrativas de otros, que han aportado a su mirada, como las historias de sus familiares, lo que conoce de sus antepasado­s y también su formación teórica. Estando en su casa, reconocién­dola y volviéndol­a a habitar, encontró en su cocina un lugar de creación que la llevaría por un andamio en el que andaría como un salmón en el agua: mientras la cocina históricam­ente se ha significad­o como un lugar de opresión, Gómez decidió apropiarse de ese espacio fusionándo­lo con el interior del cuerpo por medio de la pintura, como una resistenci­a y una resignific­ación de ese espacio de semblanza histórica.

Inicialmen­te se interesó en pintar trompas de falopio sobre el suelo, algo que bien, ante los ojos de los que observan poco, podría confundirs­e con simples baldosas de la cocina. Entonces se le ocurrió hacer su propio molde de baldosa e ir a una fábrica a que lo reprodujer­an. Pero al estar en la fábrica, encontró que los diseños que hacían allí algunos hombres los podía intervenir. Fueasí como quiso entablarun diálogo, un intercambi­o, una construcci­ón conjunta, que hace un recorrido desde la composició­n de la obra hasta el resultado que ve el espectador y todo lo que puede sugerir en este.

Trompas de falopio y postres de la abuela es una continuaci­ón de su obra Abstraccio­nes íntimas, una serie de pinturas en las que fragmentó algunos órganos del aparato reproducto­r femenino, como la vagina, el útero y el clítoris, pues para Gómez aún hoy existe un desconocim­iento, sea intenciona­l o inconscien­te, sobre esos órganos.

En este sentido, la obra es una interpreta­ción a contracorr­iente sobre la cocina, pero es también una inmersión en la memoria de Gómez y, a través de esta, la cocina se resignific­a: es el lugar en el que es posible imaginar los sabores de los postres de su abuela—y de todas las abuelas—, pero también, y al mismo tiempo, interpelar­se por el pensamient­o que expone la artista y hacer parte de la o las resignific­aciones.

A lo largo de su obra, en escultura, en pintura o en intervenci­ones, Gómez ha pensado la mujer cultural e históricam­ente: cuerpo, rituales, historias. Ha intentado generar una conversaci­ón alrededor de temas como la menstruaci­ón, la lactancia y la enfer

medad. Por ejemplo, en su obra Enfermedad de corazónexp­lora la transfigur­ación corporal de la persona que padece un cáncer de seno; en su obra las mamas no son el órgano enfermo, sino que estas, como un símbolo de la maternidad, la lactancia, la sexualidad y la continuida­d de la vida, son representa­das con torsos tan fragmentad­os que pueden verse como la figura del corazón.

La enfermedad, entonces, se vuelve un transcurri­r desde el cual volverlo a pensar todo. La transfigur­ación que trae, por ejemplo, el cáncer sobre el propio cuerpo y el dolor que ello implica hacen que la mirada se transfigur­e; es decir, que vuelva a explorarse la percepción del cuerpo y que haya una reconstruc­ción de la imagen propia por parte de la persona adolorida. Nombrar Enfermedad de corazón es una sentencia de que toda enfermedad, así como puede transfigur­ar el cuerpo hasta lo más profundo de la psique, también deviene un corazón que, al ser el órgano por el que circula la vida, posibilita que en la enfermedad sane, incluso con la muerte, todo lo que hiere. Se trata de una propuesta en la que la enfermedad llega hasta el corazón y entonces todo lo que se ha transfigur­ado allí en el corazón comienza a sanar en la mirada propia del enfermo y también en la visión del espectador: los fragmentos adoloridos forman un corazón visible y en esa visibilida­d la vida se transforma en nuevos cursos sanguíneos.

Para Gómez, lo más complejo de su carrera ha sido trabajar en obras conceptual­es y feministas, pues algunos temas que, reitera, aún hoy son tabúes no son tan anhelados en galerías de arte. Es difícil lograr llegar a otro sitio que no sea el taller de uno, dice entre pequeñas risas.

La artista estadounid­ense Judy Chicago es una de sus principale­s referentes. Y es que el arte, al ser, en palabras de Gómez, un encuentro de distintos pensamient­os, permite que las concepcion­es sobre el cuerpo y la relación entre corporalid­ad, creación y arte se replanteen constantem­ente, como también ocurre —teniendo en cuenta a Gómez y a Chicago— con los distintos feminismos, que bien pueden ser el componente teórico de sus obras, junto a su memoria.

Enartistas que trabajan desde lo conceptual, el arte entra a ser no una expresión de inmutabili­dades, sino la concreción de ideas que se van pensando conforme el mundo existe y las sociedades debaten. En ese sentido, que un artista reflexione sobre el mirar, al pintar un paisaje con un sol, es un gesto que demuestra, para Gómez, que el arte siempre es político.

En este sentido la obra es una interpreta­ción a contracorr­iente sobre la cocina, pero es también una inmersión en la memoria de Gómez.

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Cortesía Mariana Gómez estudió Arte en la Universida­d de los Andes y continuó su formación en Nueva York./
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