La mezquindad del espejo retrovisor
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EL GOBIERNO DE DUQUE HA SIDO calamitoso. No ha tenido gloria en el pasado ni ahora, y todo indica que no la conseguirá en lo que resta del mandato.
Llevamos dos años perdidos y faltan otros dos. Nos estancamos y retrocedimos como en ningún otro momento. No hay prácticamenteninguna política pública relevanteen la que hayamos mejorado de forma contundente. Discursos sí, pero engañabobos. Algo elocuentes, pero repletos de lugares comunes, mentiras recurrentes, frases llamativas, y ausentes de fondo y credibilidad. Aplaude el gabinete, tan flojo como el mandatario.
Duque ya despierta lástima y compasión, y así es muy difícil gobernar. Nadie le cree. Un estadista debe despertar, entre amigos y contradictores, otro tipo de sentimientos. Sus contemporáneos lo vemos como un presidente joven en la cédula, pero retardatario en su pensamiento y ejecutorias, lo que deshonra los ideales de la generación que debiera estar representando.
Duque no ha hecho nada distinto que gobernar con el ojo puesto en el espejo retrovisor, enrostrándole a su antecesor todo lo que supuestamente hizo mal, incluso, hasta lo que no hizo. Duque ha gobernado para confrontar a su antecesor, siempre lo tiene de punto de referencia y así pretende encontrar una trinchera para esconder su mediocridad, su falta de liderazgo y su inexperiencia.
Ha olvidado algo elemental y sus áulicos han incumplido su obligación de recordárselo. Él ya no es un candidato; su papel no es el de demostrarnos lo mal gobernados que estábamos para así conseguir votos bajo la esperanza de un cambio. Duque es el presidente, y no es lo mismo.
Se le ve angustiado, dubitativo y temeroso para encontrar consensos. No se reta, simplemente sigue un libreto: guerra y retrovisor. Duque no busca amigos con quienes gobernar bajo consenso, sino enemigos en contra de quienes gobernar.
Los presidentes son elegidos para mirar hacia adelante, solucionar los problemas —heredados o no—, mejorar los indicadores con que se mide la eficacia de las políticas públicas, dar un mejor futuro a la gente, pero no para recordarnos el pasado y a quienes antes nos gobernaron. Duque es tan infantil que gobierna para hacernos creer que todo tiempo pasado fue peor.
Aun con el sol a las espaldas, no pasa un día en que Duque no se compare con Santos. ¡Qué tristeza! Su antecesor se le ha convertido en una obsesión que lo embrutece y su círculo cercano sufre de lo mismo.
El espejo retrovisor que Duque usa para gobernar no es más que una muestra irrefutable de su propia torpeza, de su incapacidad para resolver problemas. Pero ve en el retrovisor un acto de grandeza.
A Duque lo excita compararse con Santos, cree que ahí está su éxtasis, su gloria. Solo menciona a Santos para criticarlo, jamás para otra cosa. Ni siquiera, para reconocerle que le haya dejado centenares de obras de infraestructura a punto de inaugurar y que, en efecto, él ha estrenado pomposamente en actos en los que ha brillado por su ausencia la más mínima mención a Santos. Duque cree que su grandeza como presidente está en el tamaño de las letras de su apellido en la placa inaugural y no en el decente gesto de reconocer la labor de quienes en el pasado trabajaron para dejarle las herencias con las que saca pecho.
Duque, deje su obsesión por Santos. Más bien, obsesiónese por gobernar en favor de todos los colombianos, pues además de pésimo estadista nos está demostrando que ni siquiera es el bonachón y tierno personaje que algunos ven en usted.
Gobernar un país cuatro años con el ojo pegado en el espejo retrovisor es francamente mezquino.