Ginsburg, Scalia y la ópera
RUTH BADER GINSBURG, LA JUEZA estadounidense, fue una devota de la música clásica durante toda su vida. La ópera, sin embargo, tuvo un lugar especial en su corazón. Un lugar que compartió con su colega y amigo Antonin Scalia. Su amistad no tendría relevancia si no fuera porque Gingsburg y Scalia fueron en muchos aspectos opuestos. No sólo era él famoso por su temperamento explosivo, mientras ella fue conocida por su mesura, sino que se encontraron toda su vida en los dos extremos de la interpretación de la Constitución: él, un conservador católico ceñido a la letra de la ley, y ella, una liberal judía convencida de que las leyes tenían que cambiar con la sociedad. Aun así, pese a sus diferencias políticas e intelectuales, lograron una sana y profunda amistad.
Algo que seguro no fue fácil para Ginsburg. En su lucha por la equidad de género tuvo que enfrentarse más de una vez al protector del “mundo de los caballeros”. Scalia, para darnos una idea de quién era, estuvo a favor en 1996 de que las academias militares pudieran rechazar el ingreso de cadetes mujeres. Su razón fue que estas instituciones tenían una larga tradición educativa que no merecía ser alterada. Agregó que la discriminación de las mujeres no debía ser una prioridad de la Corte Suprema. Al final del día, argumentó, las mujeres no eran minoría y cualquier disputa debía darse en las urnas. En 1992, Scalia insistió en que los derechos reproductivos de las mujeres no eran derechos fundamentales y toda su carrera se rehusó a proteger a la población Lgtbi de cualquier discriminación.
Y bueno, supongo que para Scalia también debió ser un reto entablar una amistad con una liberal como Ginsburg. Pero, aun así, el vociferante católico de ascendencia italiana compartió con ella días y noches de charlas, comidas y óperas. De hecho, su conjunto amor por la ópera se hizo tan conocido que la misma ópera los reciprocó; los invitó varias veces como extras e incluso Derrick Wang les compuso Scalia/Ginsburg: the opera. Esta ópera abre con una aria furiosa de Scalia quejándose de sus colegas porque sobre el tema la Constitución no decía nada. En voz de una soprano de coloratura, Ginsburg le contesta: “Querido juez Scalia, buscas soluciones fáciles a problemas que no tienen soluciones fáciles”, mientras baja de una luz para ayudarlo a superar una prueba para subir al cielo. Un tercer personaje le pregunta a Ginsburg: “¿Por qué lo ayudas? Él es tu enemigo”. Y ella le contesta: “No somos enemigos, somos amigos. Somos diferentes, somos uno. Diferentes en nuestra lectura de los textos legales, pero uno en nuestra reverencia a la Constitución y a la institución a la que servimos”.
No todo era color de rosa, claro. Se sacaban los dientes. Pero también es cierto que se hacían reír, que Martin, el esposo de Ginsburg, era un excelente cocinero y que a Scalia le encantaba comer, que las dos parejas eran amigas, que adoraban viajar y leer. Yque se querían. Quizá la belleza exuberante de la ópera los ayudó a llevar la complejidad de su relación. Quizá simplemente los unió la sensatez. Como decía Scalia: “Yo ataco ideas. Yo no ataco a la gente. Hay gente muy buena que tiene muy malas ideas”. De cualquier forma, otro de los muchos legados de Ginsburg fue enseñarnos que la humanidad de una persona no se puede reducir a un debate y que uno puede querer a alguien sin negociar los propios valores.