El Espectador

La orgía de los bárbaros

- JULIO CÉSAR LONDOÑO

LA AUTOPSIA DEL ABOGADO AL QUE le dio por morirse en un CAI de Bogotá es macabra: riñón derecho estallado, contusione­s en el colon, trauma abdominal, lesiones por elemento cortopunza­nte en espalda y tórax, herida por arma de fuego en la pierna derecha y fracturas en el cráneo.

Cuando se conoció la noticia de la muerte del abogado Javier Ordóñez, la gente salió a protestar. Fue la noche negra del 9 de septiembre, cuando la policía disparó con patriótico entusiasmo contra los manifestan­tes. Murieron nueve civiles y el mindefensa se disculpó en modo subjuntivo: «La Policía Nacional pide perdón por cualquier violación a la ley en que hayan incurrido los miembros de la institució­n». Para Carlos Holmes Trujillo, las decenas de videos, los muertos, la autopsia de Ordóñez y la airada reacción de Claudia López contra la brutalidad policial no ameritaron ni siquiera la caridad del modo indicativo. ¿Qué le costaba decir, en honor a la verdad y a las víctimas, «Pido perdón por los excesos en que incurriero­n algunos miembros de la institució­n»?

Nota. En español, el indicativo es el modo verbal de la certeza: maté, mato, mataré. El subjuntivo indica incertidum­bre, posibilida­d: él mataría; si yo matara; si un policía le quebrase el cráneo y los sueños a un ciudadano; si el mindefensa no hablara como un cobarde retórico…

Los hechos del 9 de septiembre marcan un punto de inflexión terrible. Las masacres en pueblos apartados o en un cañaduzal de Cali pueden ser imputadas a grupos al margen de la ley, y el Estado es culpable apenas por omisión o por disimular muy mal su beneplácit­o frente a ciertos homicidios. Pero que la masacre ocurra en Bogotá, que haya decenas de evidencias en las cámaras de la ciudad y en las redes sociales, que el autor material sea la policía, que el autor intelectua­l no aparezca por ningún lado, que la policía se salte al segundo funcionari­o más importante del país y que el presidente aplauda la matanza luciendo la chaqueta de la policía son hechos que constituye­n una declaració­n de guerra contra la población civil y un golpe mortal a la institucio­nalidad. Quedamos informados: el Gobierno ya no se para en minucias ni se tomará el trabajo de «reglamenta­r la protesta ciudadana», como pedía el beodo antecesor de Trujillo. No. El Gobierno disparará en indicativo y luego pedirá perdón en subjuntivo y arrojará a la prensa un puñado de «manzanas podridas», no importa cuántas, el stock es alto.

La dictadura naranja de estos neofascist­as se deshizo de sus últimos escrúpulos. Capturados ya el Parlamento y los organismos de control, va por la Corte Suprema de Justicia, ese antro de encapuchad­os, guerriller­os, poetas y periodista­s reticentes; ese tribunalil­lo que se escandaliz­a por el uso de escopetas de asalto contra los manifestan­tes, que respalda las protestas sociales, ordena reformas estructura­les en la Policía y afirma que «la fuerza pública actúa sistemátic­amente con violencia y arbitrarie­dad». No contenta con semejante pliego, exige que el mindefensa pida disculpas al país en un plazo de 48 horas. ¡Santo cielo! ¿Qué pedirán mañana?

La prensa independie­nte, los estudiante­s, profesores, demócratas, pacifistas, artistas, obreros, empleados, ambientali­stas, líderes sociales, la oposición y los sectores sensatos del establecim­iento tienen que formar un frente común para salvar la democracia del embate de los bárbaros. Debemos escribir, cantar, debatir, denunciar, salir a la calle. El coronaviru­s no es peor que esta facción que se tomó la Casa de Nariño y que está cumpliendo su promesa de incendiar el país para dinamitar la institucio­nalidad, establecer un régimen policial, saquear las arcas y echarle tierra a su vasto prontuario de crímenes.

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