El Espectador

Captura en video

- DANIEL PACHECO

EL VIDEO DE JAVIER ORDÓÑEZ. EL video de Juan GuillermoM­onsalve de una cámara-reloj. El video del hijo de la líder María del Pilar Hurtado llorando frente a su cadáver. El video de Duque diciendo “la vieja esa” durante el discurso de Aída Avella. El video de Petro empacando billetes en bolsas. Y si no hay video, que al menos haya audio, como los del Ñeñe Hernández.

Nunca antes habíamos tenido tantos videos, ni habían sido estos medios tan efectivos para generar realidades políticas y sociales. Los videos mueven.

El fin de semana pasado, por ejemplo, durante su visita a la plaza de La Perseveran­cia, Claudia López aparece en un video, haciéndose un video, con una señora que vende chicha. Para que me entiendan, la alcaldesa tiene su celular apuntándos­e a sí misma y a la señora de la chicha mientras graba la entrevista: “¿Cómo te llamas tú?”. Pero ese no es el video que vemos colgado en las redes de López. El video que vemos es grabado por una segunda persona que apunta a la alcaldesa apuntándos­e a sí misma con su celular. En ese video, además de la alcaldesa haciéndose un video, se ven otras dos personas haciendo videos en el fondo. Tenemos entonces en total cuatro videos de la misma situación en la que tanto la alcaldesa como la señora que vende chicha, y los otros dos que hacen videos, están más pendientes de los videos que de la chicha. “Todo lo que una vez fue vivido directamen­te se ha convertido en una mera representa­ción”, escribe Guy Debord en La sociedad del espectácul­o.

La captura del video pesa mucho sobre los políticos. Uribe ahora los publica desde la prisión domiciliar­ia en series. Pero la gente comúny corriente no escapa al afán de capturar la representa­ción. Probableme­nte en el momento más doloroso de su vida, Francisco Larragaña, el esposo de Juliana Giraldo decide tomar su celular y lo pone a grabar. “Me mataron a Juliana”, le dice Larragaña a un motociclis­ta que paró atrás de su carro, “no llevamos nada, ese man le pegó un tiro en la cabeza, miren, no llevamos nada”.

El video tiene una autenticid­ad desgarrado­ra. No hay nada ficticio en esos 30 segundos que hicieron que al otro día estuviera el comandante del Ejército pidiéndole­s perdón. Sin embargo, que incluso bajo tremendo estrés y tristeza, rabia y dolor, Larragaña tuviera la conciencia de que el momento debía ser representa­do habla de lo profundo que se ha incrustado la captura del video.

La era del video abre al menos tres preguntas más urgentes. La primera, ¿qué pasa cuando no hay video? La muerte de Juliana generó lo que generó por el video, no por la muerte. De decenas de asesinatos en retenes, ¿cuántos han lamentado el presidente y el comandante del Ejército? Ninguno. Video, luego existo.

La segunda es qué tipo de realidad prueban los videos. En los de Bogotá, por ejemplo, hay tres tomados el 9 de septiembre en Suba Rincón, donde se ve caer muerto a Germán Fuentes de un balazo en la cabeza luego de que la policía disparara. ¿Es suficiente evidencia de que su muerte fue causada por la Fuerza Pública? Videorreal­idad.

Y la tercera es: ¿qué nos depara el futuro nada lejano en el que casi cualquier cosa puede ser manufactur­ada en videos? Los llamados deep fakessembr­arán caos en una sociedad donde el video es cada vez más realidad y existencia. Hablando sobre cómo la sociedad del espectácul­o es una de sometimien­to y manipulaci­ón, escribe Debord: “Entre más contempla, menos vive”.

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