El Espectador

Los murales de Diego Rivera

- EL ARTE Y LA CULTURA

Que las obras de arte despierten polémicas sucede a veces, como ha pasado ahora, cuando un grupo decidió que una estatua recordaba la opresión española y la derribó. Eso hace recordar dos casos del pasado que tuvieron como centro al gran artista mexicano Diego Rivera, que fueron ampliament­e comentados en esa época.

Uno de ellos tuvo que ver con

un mural llamado Sueño de una tarde dominical en la alameda central, que pintó para un hotel en la capital mexicana. Esa obra maestra, que hoy se puede ver en un museo hecho especialme­nte para exhibirla, era un gigantesco resumen de los grandes personajes de la historia de México, desde la Conquista hasta nuestros días. El problema surgió porque una de las personas representa­das era un filósofo del siglo XIX apodado el Nigromante, quien hizo un libro con el título Dios no existe, y Rivera lo pintó con el libro y su título en la mano. Cuando el arzobispo de México vio ese mural, dijo que él no participar­ía en ceremonias en un sitio con esa frase atea y se negó a bendecir la inauguraci­ón del hotel. Los principale­s intelectua­les mexicanos participar­on en la polémica que se armó e incluso algunos activistas, estos de derecha trataron de destruir la obra. El mismo Rivera sugirió que la solución era fácil, ya que dijo: “Que el arzobispo bendiga el hotel y me maldiga a mí y así se puede inaugurar”. Lo que hicieron fue tapar el mural con grandes cortinas y solo así el arzobispo accedió a la ceremonia inaugural. El hotel fue destruido por un terremoto en 1985, pero milagrosam­ente el mural salió ileso y fue trasladado al museo que se construyó para albergarlo.

La otra obra polémica de Rivera la pintó cuando se estaba construyen­do el Centro Rockefelle­r, de Nueva York, y le contrataro­n al artista mexicano un gran mural sobre el progreso de la historia de la humanidad que dominara el recinto de entrada. Rivera, entre diversos personajes que habían contribuid­o a los avances de la civilizaci­ón, pintó unas figuras del comunismo, en especial Marx y Trotsky, y eso a Rockefelle­r no le gustó nada. Él no estaba de acuerdo con que adalides comunistas estuvieran representa­dos en su inmenso centro capitalist­a y después de agrias discusione­s, el mural fue destruido. Cuando le reclamaron al empresario, este se limitó a contestar: “El muro es mío” y ordenó nuevos frescos con inocentes escenas bucólicas. Rivera volvió a pintar su mural con todo y Marx en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México y allí se exhibe orgullosam­ente.

La diferencia entre lo que sucedió entonces y lo que sucede ahora es que en ese entonces fue una lucha de ideas y no, como hoy, una expresión de fanatismo, que lleva a destruir hitos del pasado, importante­s así sus actividade­s hayan sido censurable­s.

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