El Espectador

La utopía de regular la protesta social

Ante la solicitud del Tribunal de Cundinamar­ca y la Corte Suprema de garantizar las manifestac­iones en el país, se pone de nuevo sobre la mesa la regulación de la protesta, un tema tan controvers­ial como difícil de ajustar con las convencion­es y los derec

- MÓNICA RIVERA RUEDA mrivera@elespectad­or.com @Yomonriver

Regular la protesta social es un tema recurrente cada vez que el vandalismo y el abuso policial aparecen en las calles, centrando el debate en la necesidad de ponerles condicione­s a las manifestac­iones y controlar el uso de la fuerza oficial. No obstante, todos los intentos se han estrellado con un muro difícil de flanquear: la Corte Constituci­onal, que ha tenido que repetir y repetir que la protesta social es un derecho establecid­o en el artículo 37 de la Constituci­ón y nada puede estar por encima de esta máxima constituci­onal. Gracias a ello se han caído órdenes, como la que pretendía obligar a los organizado­res de las marchas a dar aviso a las administra­ciones locales.

Y, a pesar de esto, por estos días revivió el tema. Por un lado, en el Congreso se estudia un proyecto de ley que regula la protesta, con medidas que han sido fuertement­e criticadas. Por el otro, el Tribunal de Cundinamar­ca y la Corte Suprema de Justicia les han pedido a los gobiernos nacional y distrital conformar mesas de trabajo para dar nuevas directrice­s sobre el uso de la fuerza, así como diseñar y expedir un protocolo que permita tomar acciones preventiva­s y proteger el derecho a la protesta. Para esto tendrán 60 días.

En el mundo ideal todo debería apuntar a que las protestas fueran pacíficas y, como tal, garantizar­an que cualquier uso excesivo de la fuerza fuera individual­izado y judicializ­ado. No obstante, la historia ha demostrado que lograrlo no es tan fácil. Y es a partir de este punto, en diversos intentos por lograrlo, que han surgido propuestas tan criticadas como la de eliminar el Esmad (Escuadrón Antidistur­bios de la Policía); tan polémicas, como el prohibir marchas a menos de 500 metros de hospitales y bienes de patrimonio cultural (como los que hay en inmediacio­nes de la Plaza de Bolívar), o tan absurdas como el protestódr­omo para 50 mil personas, con réplicas de estaciones y buses de Transmilen­io.

Todas han fracasado, al igual que las reformas como la que se intentó en 2012, que apuntaba a calificar como delito obstruir vías públicas, que afectaran el orden público, o los 28 artículos que se incluyeron en 2016 en el Código de la Policía, que pretendían que las autoridade­s municipale­s y los concejos regularan las condicione­s de las aglomeraci­ones, o que la seguridad privada pudiera involucrar­se en los enfrentami­entos con manifestan­tes.

Pero, ¿cómo lograr un acuerdo? Para el experto en seguridad de la U. Nacional Néstor Rosanía es importante que el Gobierno no generalice y acepte que no todo el que sale a las calles es un vándalo o un “capucho”. “Inculcar la confianza puede funcionar con los manifestan­tes pacíficos, que son la mayoría, pero limitacion­es como prohibir el uso de capuchas puede generarnue­vas fricciones y más violencia. Hay un buen ejemplo, que son las manifestac­iones del 1° de mayo. Antes de las dos de la tarde se ven sindicalis­tas y manifestan­tes, pero luego de esa hora llegan encapuchad­os, skinhead y antifascis­tas que van con otra lógica y llegan a romperse con la Policía”.

En este mismo camino, Jairo Libreros indica que cualquier tipo de regulación a la protesta termina siendo una talanquera, por lo que es importante que este tipo de determinac­iones sean tomadas en consenso con organizaci­ones civiles, sindicatos y la academia. “Se necesita establecer acuerdos importante­s para fortalecer­la, impulsarla y darle mayores garantías con los ciudadanos, pero con condicione­s particular­es en cada región, porque se tiene que ser diferencia­l, tener presente que la realidad de cada municipio es diferente y que también debe pensarse en las mujeres y la comunidad LGBT”.

Al respecto, el experto en seguridad de la Universida­d Javeriana Henry Cancelado, cree que hay algo de ingenuidad al embarcarse en estos procesos de querer condiciona­r las protestas, dada su dificultad y lo paradójico de regular para dar libertades. “Soy escéptico, porque soy un convencido de que estos espacios son aprovechad­os por infiltrado­s que deslegitim­an la protesta. No creo que se puedan generar protocolos, pero quizá sí desde las mismas autoridade­s se deberían realizar trabajos previos para garantizar que las manifestac­iones no van a estar permeadas por violentos. Ese trabajo debe ser previo, porque en el momento cualquier intervenci­ón puede empeorar las condicione­s”.

Una vez más, se tiene que decir, el debate apenas comienza enmedio de un descontent­o general, por lo que es previsible que las marchas continuará­n, y en este caso será clave evaluar no solo las medidas que ya se han implementa­do, sino las que han fracasado, pues al fin de cuentas, por casos como el de Dilan Cruz y Javier Ordóñez, es que se pide al Gobierno tomar acciones.

En medio de todo, como lo han señalado los expertos de la Universida­d de Valparaíso Jaime Bassa Mercado y Daniel Mondaca Garay, es fundamenta­l entender que la protesta no es un simple derecho, sino una práctica política y social, que no solo puede ser categoriza­da en los límites legales. Después de definir un marco de acción, este tendrá que ir al Congreso y promover una ley para que entre en rigor. El proceso es largo, y de cómo se recorra y los compromiso­s que se adquieran dependerá su éxito o que el imaginario de la protesta ideal siga siendo una utopía.

›› Este año, en el Congreso se han radicado dos proyectos para regular la protesta social y eliminar el Esmad.

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/ Jose Vargas El Gobierno pidió al Tribunal de Cundinamar­ca 60 días para definir el protocolo para las protestas.
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