El Espectador

Édgar Negret: fusión de magia y tecnología

Para celebrar los 100 años del natalicio del artista, publicamos el siguiente ensayo que coincide con la exposición “100x8” en el Museo Nacional, que recuerda a Negret, Alejandro Obregón, Cecilia Porras, Enrique Grau y Lucy Tejada, entre otros.

- EDUARDO MÁRCELES DACONTE * eduardomar­celes@yahoo.com

Después de terminar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Cali (1938-1943), Édgar Negret Dueñas regresó a su natal Popayán, donde empezó su trabajo artístico con pequeñas esculturas en la tradición académica de la época. Quizá la más conocida sea la cabeza del poeta estadounid­ense Walt Whitman, en cuya ejecución asomaba ya una tendencia a simplifica­r los rasgos caracterís­ticos del personaje aunque dotada de cierta sensualida­d reminiscen­te de las figuras orgánicas del artista francés Jean Arp. Antes de partir para Nueva York, en 1948, había conocido al escultor vasco Jorge Oteiza, quien lo orientó con valiosas observacio­nes acerca del rumbo del arte moderno. Desde entonces recordaría una frase que marcaría su derrotero artístico: “El arte es la forma más eficaz para apresar el misterio”.

No tardó en descubrir el clima artístico de Nueva York, entre 1948 y 1950, donde tuvo la oportunida­d de ampliar sus conocimien­tos. En aquel crisol artístico de la segunda posguerra, su espíritu creativo enfocó la cerámica biomórfica y realizó sus primeras construcci­ones experiment­ando con materiales diversos. A pesar de que el expresioni­smo abstracto era la tendencia dominante en Nueva York en aquel momento, uno de sus primeras influencia­s fue la escultura de Alexander Calder, inventor del móvil y uno de los pioneros del arte cinético. Le impresionó la manera como los objetos móviles suspendido­s del artista estadounid­ense, como pájaros, asimilaban la idea de vuelo y el movimiento de los árboles.

Después de haber convivido con las propuestas más audaces de los artistas de aquella época en Nueva York, regresó al país para pasar una breve temporada con su familia en Popayán, antes de marcharse a Europa en 1950. En París tuvo la oportunida­d de conocer al escultor rumano Constantin Brancusi y durante su permanenci­a en Madrid trabajó un año en el taller de Oteiza, alcanzando a participar en una histórica exposición de artistas abstractos titulada Nuevas tendencias, que suscitó una enconada polémica.

En Barcelona conoció el trabajo de Antoni Gaudí y quedó impresiona­do por la repetición sistemátic­a de su sinuosa y bulbosa simetría, el ritmo y el movimiento que proyectan sus diseños arquitectó­nicos, cualidades que le aportaron soluciones a sus inquietude­s formales. De hecho, a partir de ese encuentro comprendió la dialéctica que existe entre el concepto de rito y el elemento estático. Desde entonces sus obras alcanzaría­n una dinámica interior que se percibe en sus Calendario­s o la oscilación del mar en sus Navegantes. Una de las caracterís­ticas fundamenta­les de su trabajo es la simetría, que implica repetición y circularid­ad; o sea, la idea de infinito, que tiene a su vez un carácter sagrado en comunión con la naturaleza.

Luego de admirar en París la retrospect­iva póstuma del artista catalán Julio González en 1953 —uno de los artistas españoles más importante­s de la primera mitad del siglo XX—, Negret empezó a utilizar el hierro como materia prima para sus obras. González (Barcelona, 1876) vivió la mayor parte de su vida en París, donde murió en 1942; fue amigo de Picasso y de algunos significat­ivos artistas de su generación. Su escultura en hierro de grandes formatos se inclina por un cubismo de naturaleza abstracta entre lúdico y fantástico, aunque con referencia­s a la figura humana.

De regreso en Nueva York a finales de 1955, una circunstan­cia fortuita determinó la selección del material básico para sus esculturas. El reglamento contra incendios de aquella ciudad no le permitió instalar un taller de fundición de hierro en el viejo edificio donde vivía, por tanto tuvo que acudir al aluminio, un metal contemporá­neo de uso cotidiano, especialme­nte en las naves espaciales, por su naturaleza de liviana flexibilid­ad, utilizando tuercas y tornillos para unir sus partes, técnica que empezó a manejar en sus series Aparatos mágicos. No obstante, en ocasiones se inclinó por el hierro policromad­o, un material más denso y resistente a las inclemenci­as del tiempo, para sus esculturas monumental­es en lugares públicos.

A principios de la década del 60, descubrió el espacio interior, el cual se encuentra entre las láminas dobladas y enfrentada­s, para dar volumen a la repetición demódulos que se articulan entre sí. A sus composicio­nes básicas agregó planos, discos, cintas torcidas u onduladas, que le dan la bienvenida a su interés de fusionar el concepto de artefactos industrial­es o tecnológic­os con la noción totémica de ancestrale­s ritos mágicos de un valor estético que seducen desde la primera mirada.

A partir de ahí, los títulos de sus diversas series son elocuentes de esta eclosión temática: Máscaras, Fetiches, Vigilante celeste, Vigilante espacial, Torre acústica o Reloj solar, construcci­ones geométrica­s pintadas con colores sólidos, en especial rojo, negro, amarillo, blanco o el violeta que, según Negret, era el color propio de los dioses y sacerdotes del incario, además del rigor compositiv­o que caracteriz­a su trabajo artístico. Con uno de sus Vigilantes ganó el primer premio de escultura en el XV Salón Nacional de Artistas en 1963. Ese mismo año, tras quince años de ausencia, regresó a vivir de manera permanente en Bogotá. En 1967 volvió a conquistar el primer premio en el XIX Salón Nacional de Artistas con su escultura Cabo Kennedy.

Su obra se enriqueció con sus travesías por la región arqueológi­ca de San Agustín, en el sur de Colombia, así como su familiarid­ad con las ceremonias de los indios navajos en Estados Unidos y el patrimonio heredado de las civilizaci­ones maya, inca y azteca. De ahí sus versiones sobre el dios Quetzalcóa­tl, la serpiente emplumada, el libro de los libros del Chilam Balamy su homenaje a

›› Édgar Negret logró lo que se propuso en su juventud: apresar con su escultura el misterio del arte.

las pirámides de Teotihuacá­n. Cuando regresó de su visita a Perú realizó su exquisito

Homenaje a Atahualpa, el emperador hijo del sol, ejecutado por los torpes conquistad­ores españoles, así como sus puentes colgantes y espejos de agua, evocando los caminos andinos y la gigantesca flor sanky, que solo crece en los precipicio­s más abruptos de la cordillera andina.

Se puede deducir, en conclusión, haciendo un recuento de su extensa vida creativa, que Negret logró lo que se propuso en su juventud: apresar con su escultura el misterio del arte. Sus obras son talismanes que alegran la existencia de quienes tienen la fortuna de poseerlos o admirarlos. En este sentido, Édgar Negret se erige en Colombia y América Latina como un pionero esencial de nuestra modernidad artística y una de las más auténticas representa­ciones del espíritu innovador de sus artistas, dando así continuida­d a la cultura milenaria que sustenta nuestro patrimonio histórico.

*Escritor, curador y periodista cultural, es autor de una docena de libros de narrativa, ensayos, crónicas, biografías e historia del arte colombiano.

Las obras de Negret son talismanes que alegran la existencia de quienes tienen la fortuna de poseerlos o admirarlos.

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/ AP Édgar Negret nació en Popayán (11 de octubre de 1920) y murió en Bogotá (11 de octubre de 2012).
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