El Espectador

Tomar a pedir

- EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

Ayer volví a poner en mi viejo tocadiscos aquella aún más vieja canción de Serrat que decía por ahí “prefiero tomar a pedir”, y mientras la escuchaba, recordaba antiguas historias de amores, olvidos, ilusiones, desencuent­ros y borrachera­s marcadas por aquellas cuatro palabras, cuando empecé a convencerm­e de que la vida debía girar en torno del tomar y no del pedir.

Y por tomar, tomé, creyendo que tomar era echarme en el bolsillo del saco un cenicero o una estilográf­ica. Y por tomar, tomé una que otra vez gastados billetes de dos pesos u oxidadas monedas de a peso que me encontraba en la casa. Tomé para no pedir, convencido de que la frase de Serrat era una Verdad, así, en mayúsculas, como todas las frases que salían de los discos o los libros.

Y transcurri­eron los años. Los discos pasaron por un tiempo a ser olvido, y luego se volvieron reliquias. Yo los seguía poniendo en el mismo tocadiscos de tantas ocasiones, ajeno a las etiquetas que las modas les colgaban, y volvía a Serrat y a sus canciones y sus frases, y a aquella de “prefiero tomar a pedir”, que me daba fuerzas y me abría un interminab­le boquete de dudas. Cada vez que la oía le encontraba un nuevo significad­o. El tomar se agrandó, y pasó de ser moneda y billete y cenicero, a volverse un principio de vida.

Tomé de la gente, de los amigos y de los no tan amigos. Tomé de otras canciones, tomé de los libros, de las conversaci­ones, de las películas, y me impuse la férrea tarea de no pedir, más allá de que pedir su hubiera vuelto una costumbre que se iniciaba con los gobernante­s, que solían irse de gira a Europa, Asia y Estados Unidos a pedir y, por lo mismo, a sentirse orgullosos de que les dieran.

Tal vez yo fui orgulloso por no pedir, o por pedir lo menos posible, sí, aunque jamás pude discernir cuál era la línea que separaba el orgullo del amor propio, o la dignidad de la soberbia. Igual, lo importante con la canción nunca fuimos ni yo ni mis disquisici­ones personales, sino la frase del tomar y pedir y sus implicacio­nes en las nuevas sociedades y sus nuevos comportami­entos.

Ayer, luego de ponerla una vez más, y de tararear por debajo de la voz de Serrat, y de sentirme parte de su orquesta, comprendí que fuera de honrar valores de otros tiempos y de sers una muestra de debili bilidad, pedir era darle pod poder al que se le pedía y, ppor ende, mantenerlo en ssu pedestal y depender de su voluntad, de su supu supuesto buen juicio y de su aúaún más supuesta generosida­d, nero y era, a la larga, deberle un favor, y qu que los favores alguna vez v y en un tiempo eran tomados como un atentado contra

la libertad.

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