Si se politiza la vida...
EL SÍNTOMA MÁS CLARO DE QUE UN país va muy mal ocurre cuando todas las discusiones empiezan a girar alrededor de la política. La última vez que estuve en Venezuela, a principios de este siglo, cuando “la hermana república” no había caído todavía en la bancarrota económica y moral absoluta en la que está, el único tema era el presidente Chávez, el chavismo y los antichavistas. Era desesperante, era una neurosis completa, una obsesión al desayuno, una cantinela al almuerzo, una perorata a la comida, unzumbido a la hora de dormir yuna alarma al despertar. Eso mismo ocurre hoy en Estados Unidos (Trump, Trump, Trump, el único tema es si estás en contra o a favor de Trump) y lo propio nos está pasando a nosotros: política hasta en la sopa, la cárcel del uno o los incendios del otro.
Lo peor de esta politización de la vida es que los juicios morales (lo que consideramos bueno o malo para el individuo o para la sociedad) dejan de ser objetivos y se vuelven todos ideológicos: algo es bueno, a priori, porque lo dice o hace tal persona de tal ideología (la que yo profeso), o eso mismo es malo, también a priori, si quien lo dice o lo hace es miadversario ideológico. El metrode Bogotá es bueno si lo hace X como él quiere; el metro es malo si lo haceYcomo ella quiere. (Para mí el tranvía de la 80 enMedellín es bueno, así lo firme hoy Quintero, nefasto en otras decisiones). El túnel de la Línea es un robo al país y un monumento a la corrupción si lo concluye un derechista; el túnel de la Línea es un hito en la ingeniería mundial si lo concluye un izquierdista. O viceversa. Nada se juzga según los resultados verificables: si quien lucha contra el COVID es del partido contrario, todas sus decisiones son erráticas, improvisadas y llevan a la muerte; si quien lucha es de mi ideología, es lo mejor y lo más adecuado que se podía hacer y salva miles de vidas. Lo técnico, lo médico, lo científico, se vuelve político. Usar tapabocas es de izquierda e ir con la cara al aire es de derecha.
La politización de la verdad, de la ciencia y de la moral es una idiotez, y por desgracia es la idiotez más frecuente que existe cuando una sociedad está en crisis.
Cuando todo se vuelve bueno o malo según la ideología, es como cuando todo se vuelve bueno o malo según la religión, o según la nacionalidad o según el color de la piel. Se regresa a ese pasado en que el examen de la idea ajena no existe y reina solo la confrontación: son buenos los católicos y malos los protestantes; los indios son paganos caníbales y los castellanos emisarios del Evangelio; los musulmanes son terroristas y los cristianos los preferidos por Dios; el Islam es la verdad y Occidente la perdición; los indígenas son buenos salvajes en armonía con la naturaleza y los españoles son genocidas sin hígados. No se piensa ni se sopesa, solo se toma partido.
¿Qué me importa a mí si mi médico es rojo o azul siempre y cuando me cure la epífisis o la próstata o la pituitaria? Lo único que le pido es que no crea que esas presas mías tienen algún partido político. ¿Acaso nadie ha conocido un izquierdista ladrón y malévolo o a un capitalista decente? Si todo asesinato político es abominable, ¿por qué debo celebrar que maten a alguien del partido H, y lamentar y protestar porque maten a otro del partido D o del partido V?
La discusión, así, se convierte en activismo, y en vez de la lógica o el razonamiento, el debate es un combate entre consignas, indignación y eslóganes prefabricados. La misma frase hecha sirve de antemano para comentar cualquier hecho. Lo malo que pasa se debe a que algunos votaron en blanco, o a que apoyaron o rechazaron el proceso de paz. Ya no se piensa ni se busca el bien común, venga de donde venga, sino la propaganda rosa para los míos y la propaganda negra para mis adversarios. El agua no es potable según si tiene o no químicos o microorganismos, sino que la potabilidad depende de si mi partido maneja o no maneja el acueducto.