El Espectador

El gobierno Duque y el campesinad­o

- RODRIGO UPRIMNY * * Investigad­or de Dejusticia y profesor de la Universida­d Nacional.

EL GOBIERNO DUQUE TIENE DOS POsibilida­des jurídicas concretas y efectivas para avanzar en el reconocimi­ento y la garantía efectiva de los derechos del campesinad­o.

Primero, el presidente podría apoyar la Declaració­n de Naciones Unidas sobre derechos de los campesinos, aprobada por la Asamblea General en noviembre de 2018. Esta declaració­n, aunque no es obligatori­a, es muy importante, pues sistematiz­a los derechos especiales del campesinad­o como sujeto social, el cual enfrenta vulnerabil­idades en un mundo globalizad­o que amenaza sus formas de vida.

El gobierno Duque se abstuvo de votar favorablem­ente esa declaració­n, sin explicar nunca satisfacto­riamente esa decisión. Cuando las organizaci­ones campesinas le han pedido que exprese ahora su apoyo, el Gobierno ha respondido que no puede hacerlo, pues la declaració­n no es un tratado, por lo cual no podría ratificarl­a.

Esa respuesta es una leguleyada inaceptabl­e. Es cierto que una declaració­n de la Asamblea General de la ONU no es un tratado y no prevé formas rituales de ratificaci­ón. Sin embargo, eso no impide que un Estado que se abstuvo de apoyar una determinad­a declaració­n pueda expresar ulteriorme­nte que cambió su visión y ahora la apoya. Un ejemplo: Canadá no solo se abstuvo, sino que se opuso en 2007 a la Declaració­n de los Derechos de los Pueblos Indígenas, pero luego la aprobó y apoyó formalment­e en Naciones Unidas en mayo de 2016. No hay, pues, obstáculos jurídicos para que el Gobierno apoye la Declaració­n de Derechos de los Campesinos de Naciones Unidas. Si no lo hace es porque no quiere.

Segundo, el Gobierno debería abstenerse de aprobar el proyecto de acuerdo de la Agencia Nacional de Tierras que reglamenta las Zonas de Desarrollo Empresaria­l (ZDE) prevista por la Ley 60.

Nada hay de malo en impulsar el desarrollo empresaria­l en el campo o en reglamenta­r las ZDE, pero eso no debe hacerse en detrimento de la economía campesina y del acceso a la tierra del campesinad­o, como infortunad­amente lo hace este proyecto, que prevé la entrega de baldíos a empresas nacionales o extranjera­s, inicialmen­te en uso por 15 años, pero adjudicabl­es ulteriorme­nte a esas empresas.

El problema es que en Colombia no hemos tenido una verdadera reforma agraria, por lo cual el acceso a la tierra de los campesinos que la requieren se ha hecho esencialme­nte por adjudicaci­ón de baldíos, que son las tierras que aún son propiedad del Estado. Pero ahora quedan relativame­nte pocos baldíos, por lo cual estos han sido reservados para sujetos de reforma agraria; esto es, campesinos sin tierra suficiente. La entrega de baldíos a otras personas debe entonces ser excepciona­l, como lo ha señalado la Corte Constituci­onal en sentencias como la C-077 de 2017. Por el contrario, este proyecto convierte la excepción en regla, pues prevé la entrega de baldíos, sin límites de extensión, a las empresas en las ZDE, con lo cual, además, reduce gravemente las tierras baldías disponible­s para entregar al campesinad­o y cumplir con la reforma rural integral prevista en el Acuerdo de Paz.

El Gobierno debería entonces abstenerse de aprobar ese acuerdo, que es inconstitu­cional y lo seguirá siendo mientras que la reglamenta­ción de las ZDE no se ajuste de manera tal que su existencia no reduzca la oferta de baldíos para el acceso a la tierra del campesinad­o y el cumpliment­o del Acuerdo de Paz.

La posición del presidente Duque en estos dos temas expresará si realmente tiene un interés real en mejorar la situación del campesinad­o o si sus elogios del campesinad­o son puramente retóricos.

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