Leyendo a Casas
CON UNA PROSA AGRADABLE INCLUsive cuando el relato se torna políticamente tenso, Alberto Casas ha entregado el libro
que no es un texto de historia, sino la visión de un testigo y protagonista de sucesos varios de la vida política contemporánea.
La pluma de Casas no ahorró esfuerzos para que se notara que escribe con tinta azul, pues varios de los sucesos los abordó bajo la arista conveniente de la colectividad godita, no precisamente porque se pretenda falsear la historia, sino porque esa es la percepción errada que, como conservador laureanista y luego alvarista, Alberto ha alimentado por décadas
Casas no iba a desaprovechar la oportunidad de sostener que la violencia política fue un invento de los liberales porque por allá en 1930 se presentaron sucesos de sangre en Capitanejo y más tarde en Gachetá en los que fuerzas liberales asesinaron campesinos conservadores.
No se niega que los hechos sangrientos de la década del 30 tuvieron lugar, pero allí no nació la violencia política que sacudió al país en el gobierno conservador de Ospina Pérez y la dictadura de Laureano Gómez yRoberto Urdaneta. Eso ni siquiera lo sostiene el libro La Violencia en Colombia de monseñor Guzmán, Fals Borda y Eduardo Umaña, como lo interpreta Casas. Si fuera por hechos violentos, antes de 1930, en plena hegemonía conservadora de la Regeneración, ocurrió la masacre de las bananeras en 1928 y cayeron acribillados por el régimen los primeros estudiantes en las calles. La violencia fue una política orquestada desde la casa presidencial para aniquilar al liberalismo; por eso los policías eran conservadores fieles a su partido.
Cuando cayó Laureano el país estaba ad portas de la disolución con una asamblea constituyente convocada por él y para él. El “Golpe de Opinión” al que hizo referencia el maestro Echandía formalmente sí fue una ruptura institucional, pero contó con el respaldo de un país bañado en sangre por cuenta de las balas oficiales. Los liberales de entonces y un sector importante del conserva