El Espectador

CARTA A FERNANDO GAVIRIA

Juliana, hermana del ciclista del UAE Team Emirates, recordó pasajes de la infancia y de lo que ha sido crecer con uno de los mejores embaladore­s del mundo.

- JULIANA GAVIRIA RENDÓN *Texto adaptado por Camilo Amaya.

El recuerdo más antiguo que tengo contigo es en la casa del barrio Villa Laura, jugando al que llegara primero a una silla que poníamos al otro extremo de la sala. Y de las peleas, por bobadas, claro, cuando nos daba por molestar y todo se iba tornando más brusco y terminábam­os agarrados. Al principio era yo la que ganaba, pero fuiste creciendo y te hiciste más fuerte. Y entonces fue mejor no discutir más. Los castigos los compartimo­s, los correazos también. Como una vez que se nos ocurrió vaciar las botellitas pequeñas de aguardient­e que tenía mi mamá y llenarlas con agua. El día que le dio por tomarse un tragose llevó qué sorpresa y nosotros, ¡Dios mío, qué pela! Fernando, lo reconozco, de niños fuimos muy locos y traviesos. Quizá tú más.

No me viene a la mente con tanta claridad, pero sí sé que le prendiste fuego al pasto del solar de la casa de la abuela Anacelia y que con el primo Andrés cortaste, sin clemencia, una a una las ramas de sus matas. Y que las carcajadas de ambos la alteraron más que la misma maldad.

Sin importar nada, siempre estábamos juntos. Por esa necesidad de estar a mi lado fue que aprendiste a patinar cuando yo ya lo hacía, y a montar bicicleta cuando le dije a mi papá que quería ser ciclista. Y comoe studiá bamos en colegios diferentes y en el día no nos veíamos, nos hicimos cómplices, y te hice las tareas cuando te fracturast­e la mano en quinto de primaria y no podías escribir. Hasta ponía el pecho cuando te hacías el enfermo para no ir a clases. Porque, a pesar de ser muy inteligent­e, eras perezoso para hacer trabajos, eh.

Hasta perdiste educación física. Pero lo que la gente, y los mismos profesores no entendían, es que antes de la clase ibas y rodabas tres o cuatro horas y, claro, llegabas sin ganas de trotar ni de hacer cualquier ejercicio. Por eso todos, creo, perdemoses­a materia, porqueuno llega cansado y se muestra reacio.

En el comienzo compartimo­s la misma bicicleta: una azul, con manubrio niquelado, galápago negro y ruedas blancas. Era mía, sí, pero tú eras —y sigues siendo— el niño mimado de la casa y tenía que ser tuya en algún momento. No recuerdo bien a tu primera novia porque, Fernando, sí que has sido noviero. Pero más que eso tengo presente que nos hemos apoyado cuando el uno necesita del otro, porque el dolor de uno se convierte en el del otro. Así ha sido y así será. En esa época, en la que ya dabas muestra de coraje y carácter, te enfrentast­e a mis papás, les dijiste que no querías más regaños y amenazaste con irte de la casa. Los dos te dieron una pela ni la hijuemadre. Apenas tenías 13 años.

Me acuerdo de los viajes a Tolú en el camión gigante con toda la familia Gaviria, con colchones tirados en la parte de atrás sobre la madera para hacer del viaje algo más cómodo. De las idas al río Piedra, por la vía a Abejorral, del sancocho y de ir a tirar río con los otros niños que soñaban con ser ciclistas. Y de las clásicas en La Ceja, y que cuando ganaste tú, también lo hice yo. Lo que no tengo muy presente es haberte visto llorar porque, a diferencia mía, eres recatado y quizá, por pudor, no dejas que las lágrimas aparezcan. Te confieso que me quebranto fácil y que la última vez que lo hice fue cuando fuiste el mejor este año en el Giro de la Toscana, pues venías de perder en dos embalajes con el alemán Pascal Ackermann.

Ya no peleamos como antes, aunque todavía te gusta cogerme de tema y gozarme, y mi paciencia, como la tuya, se agota. Y me desespero, pero creo que ya sé llevarte, porque eres hiperactiv­o, no te puedes quedar quieto, también malgeniado. Y el problema es que los dos somos más tercos que una mula y creemos tener la razón. Se nota que sacamos el genio de mi papá, pero tú sacaste la nobleza y la paciencia de mi mamá. Ylas ganas de ir pa’lante de los dos. Y el amor por los tuyos es único, sobre todo por mi hijo Maxi, a quien adoras de una forma increíble. Eres el tío alcahuete, el tío que no se cansa de dar y dar.

En esta cuarentena, por fortuna, compartimo­s como no lo hacíamos hace mucho tiempo. De hecho, entrenamos juntos varios días y la idea era embalar, que tú me soltaras y yo a no dejarme, a seguirte la rueda. Eso sí, una vez que no salí contigo me llamaste acongojado porque un motociclis­ta imprudente te levantó cuando hacías tras moto. Me pediste que te recogiera, pero al rato volviste a llamar a decir que llegabas por tus medios a la casa. Menos mal no fue nada grave, pero tocó ayudarte con las curaciones de los raspones. Yo, la verdad, que no sirvo para la ruta, me parece

Los castigos los compartimo­s, los correazos también. Siempre estuvimos juntos, apoyándono­s el uno al otro”.

muy duro, prefiero la pista.

Pero tú sí que eres arriesgado, no te mides, te mandas a mansalva y, de paso, nos pones a sufrir a todos, a mí mamá, que es muy nerviosa. Intranquil­os estuvimos cuando nos contaste que tenías coronaviru­s. Yo estaba en el Mundial de Pista en Alemania y no lo podía creer. Me dijiste: “Parce, tengo fiebre”, y yo te respondí: “¡Ay, niño!”. Me mandaste un video de cuando fueron por ti al hotel para llevarte al hospital y qué nervios tan berracos. Y después te estresaste porque te quedaste solo en los Emiratos Árabes y nada que te salían los tres negativos en esa prueba para que te dieran de alta. Y tú al otro lado del mundo, en plena cuarentena, con aeropuerto­s cerrados. Gracias a Dios volviste luego de tremenda travesía.

Y ni te cuento la impresión que me diste cuando te vi: barbado, como desganado y flaco, muy flaco. Estar con el Fernando ciclista me sirvió para aprender de tu destreza sobre la bicicleta, de la habilidad para montar. Y eso que todavía tienes mucho más por enseñarme. Y del amor por los animales, por los caballos y por Coco, tuperrito preferido, que hace un año se quedó sin una patica por un accidente con una guadaña.

Es que si no hubieras sido ciclista, seguro hablaríamo­s del Fernando veterinari­o o algo te hubieras inventado para tener tu finca y pasar el día entero de arriba para abajo. Tengo que decirte que me acordé de la última Navidad y del fin de año con la familia Rendón y con la abuela Anacelia. Me diste de regalo una muda de ropa, unos zapatos y una chaqueta. Bueno, en realidad me lo has dado todo y por eso siempre estaré agradecida, por el hermano que eres, por tu compañeris­mo y tu apoyo incondicio­nal, porque así muchas veces no hablemos sé que estás para mí y sabes que estoy para ti. Y que no te cambiaría nada.

Ahora con el Giro de Italia en marcha solo quiero pedirte que lo disfrutes, que te la goces como siempre, que cada día es diferente y debes aprovechar las oportunida­des. Que nunca dudes de tus destrezas y que acá, en tu casa, te estaremos haciendo fuerza porque, no en vano, eres el mejor.

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Fotos: Éder Garcés- Fedeciclis­mo y Archivo Particular Juliana y su hermano Fernando, ambos campeones en la pista./
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