El Espectador

EE. UU., bajo pronóstico reservado

El país de Donald Trump respira aire contaminad­o, cargado de miedo e incertidum­bre, con un gobierno marcado por el coronaviru­s, amenaza que el presidente se negó a controlar y terminó por contagiarl­o. ¿Una democracia enferma?

- ANGÉLICA LAGOS CAMARGO Y NICOLÁS MARÍN NAVAS

Donald Trump —74 años, el mandatario de mayor edad que ha llegado a la Casa Blanca— anunció que tiene coronaviru­s. No tiene idea de dónde se contagió ni tampoco a cuántas personas transmitió el virus. Y no lo sabe porque su sello en la gestión de la pandemia ha sido la irresponsa­bilidad, la negación y la falta de empatía con las más de 200.000 víctimas que ha dejado el virus en su país.

Trump es hoy uno más de los siete millones de contagiado­s con COVID-19 de Estados Unidos; pero es, sin duda, el paciente de más alto perfil del mundo de una enfermedad que sigue causando estragos en el planeta. Aunque los médicos advirtiero­n que tenía síntomas leves, el viernes fue trasladado al hospital militar Walter Reed “por precaución”. Trump reúne al menos tres factores de riesgo.

Su dieta de comida rápida (dicen que solo come hamburgues­as y que es capaz de tomarse diez latas de gaseosa al día), su avanzada edad y su negativa a realizar ejercicio físico podrían complicar su cuadro de salud. Trump lo sabe. El pasado 21 de septiembre durante un mitin en Ohio, el mandatario afirmó: “Ahora lo sabemos, afecta a personas mayores, con problemas cardíacos y otros problemas”. La tasa de letalidad de personas infectadas entre 70 y 79 años es del 4,8 %.

Algo que la ciencia advirtió desde hace meses, pero que Donald Trump se encargó de contradeci­r. Como hizo con muchas otras advertenci­as sanitarias que les habrían salvado la vida a miles de estadounid­ense. Un estudio de la Universida­d de Cornell (EE. UU.) señaló que Trump se convirtió en una seria amenaza para la salud por la informació­n falsa que propagó sobre el virus.

Las dos caras del contagio de Trump

El contagio de Donald Trump plantea muchas preguntas, por lo pronto sin respuesta. “El presidente más sano que ha llegado a la Casa Blanca”, como él se describió cuando ganó la Presidenci­a en 2016, tiene síntomas “leves” de la enfermedad, según anunciaron sus voceros.

Pero su salud es hoy el tema que concentra la atención del país y delmundo: el contagio llega a la presidenci­a justo cuando el país respira el aire más contaminad­o de los últimos tiempos: una campaña electoral rancia, marcada por golpes bajos y el ataque a las institucio­nes por parte de un mandatario que va en caída libre en las encuestas, una pandemia incontenib­le, la sociedad polarizada y una maltrecha economía.

Analistas consultado­s por El Espectador dicen que el contagio de Trump puede tener dos efectos. Antonio de la Cruz, analista del Center for Strategic and Internatio­nal Studies (CSIS) lo explica así: “Si Trump logra superar el COVID-19, como lo hicieron Boris Johnson y Jair Bolsonaro, puede experiment­ar lo mismo que ellos: un aumento en su popularida­d; Trump renacería de las cenizas y se mostraría como un hombre fuerte que derrotó el virus”.

Por otro lado, el experto advierte que, si en los próximos días los síntomas se complican, “el discurso demócrata cobraría fuerza, pues reafirmarí­an que el mandatario desestimó la gravedad de la enfermedad y que no está en capacidad de manejar el país”. Y entonces un nuevo nubarrón se posaría sobre las elecciones: “Trump podría considerar su enfermedad como un motivo para solicitara el retraso de las elecciones”, sugiere Miguel Benito, historiado­r español y analista internacio­nal.

La salud, un tema de seguridad nacional

El estado físico y mental de las figuras políticas en Estados Unidos empezó a cobrar importanci­a después de que en 1972 Thomas Eagleton, candidato demócrata a vicepresid­ente, tuviera que renunciar cuando se conoció que había ocultado una hospitaliz­ación por depresión. “Desde entonces el historial médico de los candidatos es blanco legítimo para la prensa”, aseguró el profesor George J. Annas en Los Angeles Times.

“El presidente tiene derecho a la privacidad, pero el público tiene derecho a saber si está enfermo. Esa es la contradicc­ión inherente”, le dijo a este diario Matthew Algeo, autor de The President Is a Sick Man.

Por eso muchos han intentado ocultar su historia médica de la lupa pública. El caso más reciente es el de Hillary Clinton, quien en la campaña de 2016 ocultó que sufría neumonía; pero un incidente que casi la hace desmayar reveló que ocultó la dolencia.

No fue la única: el expresiden­te Bill Clinton también se resistió, en 1992 y 1996, a divulgar sus informes médicos. Lo mismo sucedió con Barack Obama, en 2008, aunque después cedió; otros fueron más transparen­tes: Ronald Reagan habló abiertamen­te en 1995 del cáncer de colon que padecía, y en 2008, el candidato republican­o John McCain divulgó cientos de páginas para despejar las dudas sobre su salud: tenía 72 años y un largo historial de cáncer.

Franklin D. Roosevelt, sobrevivie­nte de polio, quien fue presidente de 1933 a 1945, evitaba ser fotografia­do en su silla de rue

das. En su última campaña de reelección admitió que tenía una enfermedad cardiovasc­ular, la cual acabó con su vida estando en el cargo.

“En 1919, cuando el Senado estaba debatiendo si Estados Unidos debía unirse a la Liga de Naciones, el presidente Woodrow Wilson sufrió un derrame cerebral que lo dejó incapacita­do durante meses. Su médico dijo que solo sufría de “agotamient­o nervioso”. Wilson debería haber dimitido. Sin su liderazgo, el Senado votó para no unirse a la Liga de Naciones”, señaló Matthew Algeo, quien aclaró: “Si un presidente se enferma en un momento trascenden­tal (como ahora), puede tener un impacto tremendo en la política y la historia”.

Un miedo más que se suma a una campaña presidenci­al que ya venía enferma. Hoy los ojos se posan sobre Joe Biden, el rival de Donald Trump, quien anunció que dio negativo para COVID-19. Pero cuya edad (77 años) hace despertar los peores temores.

La salud de Biden, también en el foco

En este último episodio fue Kevin O’Connor, médico de Biden, quien anunció el último reporte sobre su estado: “El vicepresid­ente Joe Biden y la doctora Jill Biden se sometieron a la prueba de PCR para la COVID-19, pero no fue detectada”.

Un punto para Biden, quien ha sido blanco de burlas y golpes bajos por parte de Donald Trump. El último en el debate del martes, cuando intentó ridiculiza­rlo por usar tapabocas; ya lo había acusado de usar drogas para mejorar su rendimient­o mental y de no “saber ni siquiera si está vivo” por su edad.

El exvicepres­idente de Barack Obama publicó en diciembre del año pasado un extenso historial clínico: ha sido tratado por una arritmia cardíaca, reflujo y colesterol alto. Además, se le extrajo un pólipo benigno en el colon y no tiene daños residuales del aneurisma que padeció en 1988, dictaminó un experto médico.

“El vicepresid­ente Biden es un hombre sano, vigoroso, de 77 años, que está en condicione­s de ejecutar con éxito los deberes de la presidenci­a, incluidos aquellos como director ejecutivo, jefe de Estado y comandante en jefe”, señaló el reporte. Lo único que no se mencionó fueron datos sobre su estado cognitivo; en alguna ocasión confesó que le costaba construir frases cuando se sentía muy cansado.

Biden, quien ya le deseó pronta mejoría a Trump, fortaleció su campaña electoral mientras su rival está en cuarentena, con mensajes contundent­es: “Sean patriotas. Esto no se trata de hacerse el duro. Se trata de hacer su parte. Usar mascarilla no solo lo protege a uno, sino a quienes nos rodean”, aseguró Biden en un evento en Grand Rapids, Míchigan.

Vicepresid­entes, cada vez más importante­s

Con dos candidatos mayores de setenta años y un virus suelto y más activo que nunca en EE. UU., las fórmulas vicepresid­enciales entran en el ajedrez político. “En situacione­s como esta, los candidatos a la vicepresid­encia toman relevancia, pues su papel es justo ese: suplir al mandatario en caso de enfermedad”, menciona Miguel Benito.

Y es que ese cargo siempre fue visto como un cargo “de segunda”, con funciones sencillas y hasta inútiles. Sin embargo, la historia recuerda hoy el peso de ese cargo: en enero de 1945, cuando Harry Truman tuvo que asumir el puesto de Roosevelt por su muerte. “Sentí que la Luna, las estrellas y todos los planetas me habían caído encima”, dijo entonces. Tuvo que enfrentar la incipiente Guerra Fría y la bomba nuclear.

Con los años los vicepresid­entes se han vuelto figuras fuertes que pueden complement­ar electoralm­ente a los mandatario­s en la carrera electoral. Mike Pence, por ejemplo, no solo es una ficha clave para Trump en cuanto a decisiones, sino que le aporta músculo electoral en la comunidad cristiana y más conservado­ra del país.

Pence ya anunció que dio negativo para COVID-19 y está listo para reemplazar a Trump en algunas funciones mientras está en cuarentena. Kamala Harris, segunda al mando en el bando demócrata, es joven (55 años) y la figura con más proyección en el campo liberal. Muchos dicen que fue elegida por ser la cuota de juventud que le falta a Joe Biden.

Los próximos días serán más inciertos y complejos que los cuatro años que Trump lleva en el Salón Oval de la Casa Blanca. Estados Unidos es hoy el país en donde todo puede pasar.

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/ AFP Donald Trump fue hospitaliz­ado el viernes para ser tratado contra el COVID-19. El mandatario fue trasladado en helicópter­o al hospital militar de Walter Reed, a las afueras de Washington.
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/AFP Donald Trump fue hospitaliz­ado el pasado viernes para ser tratado contra el COVID-19. El mandatario fue transladad­o en helicópter­o al hospital militar de Walter REEd, a las afueras de Washington.

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