El Espectador

“Jorge 40” y la confrontac­ión política

- LAURA ANGÉLICA OSPINA lospina@elespectad­or.com laurisospi­na

El regreso del exjefe paramilita­r constituye un motivo para que los sectores políticos fortalezca­n sus discursos extremista­s. La posible verdad que pueda aportar vuelve a prender el debate sobre la cercanía del paramilita­rismo y la política, que parecía superado.

El regreso del exjefe paramilita­r constituye una oportunida­d para que los sectores políticos fortalezca­n sus discursos extremista­s, situados en medio de las dudas sobre las verdades del conflicto y quiénes lo promoviero­n. ¿Cuál es la responsabi­lidad de los congresist­as?

Como en todo conflicto armado que se salda por la vía negociada, al tiempo que cesan los fusiles se enciende la pugna política y jurídica. Colombia no es la excepción. Luego de doce años de la extradició­n de catorce exjefes paramilita­res sometidos a la Ley de Justicia y Paz, y casi cuatro años después de la firma de los Acuerdos de Paz con la otrora guerrilla de las Farc, un elemento llega a sumarse al polarizado ambiente político: el regreso al país de Rodrigo Tovar Pupo, alias

Jorge 40, tras cumplir en Estados Unidos una condena por narcotráfi­co sin haber dicho una sola palabra a sus víctimas.

El arribo de Tovar Pupo al país, así como la eventual deportació­n de Salvatore Mancuso, excomandan­te del bloque Catatumbo, agregan un nuevo capítulo a la confrontac­ión política que se atiza a partir de los compromiso­s pendientes de exguerrill­eros y exparamili­tares con las víctimas. Mientras la derecha cuestiona a la JEP y reclama verdades a los excomandan­tes de las Farc, la izquierda hace lo propio respecto a las confesione­s pendientes de los extraditad­os exjefes de las Autodefens­as que están de regreso. La pregunta que queda en medio es saber si ese antagonism­o con eco en la política sirve realmente para avanzar hacia la paz.

Según explicó Cristina Echeverri, profesora de Ciencia Política de la Universida­d Pontificia Javeriana, se trata de un enfrentami­ento para buscar culpables de los fracasos de los acuerdos de reconcilia­ción, aferrándos­e a sus propias visiones sobre la guerra y la paz. “Los actores políticos están peleando por las narrativas de lo que ha sido el conflicto y cuál va a ser el grupo social que va quedar en la memoriacom­oel más responsabl­e. Algunos quieren que sean las Farc y el gobierno del expresiden­te Santos. Otros quieren que sean los paramilita­res y el gobierno del expresiden­te Uribe”, comentó.

Las recientes peleas en el Congreso reafirman la idea de la catedrátic­a Echeverri. Apenas se conoció el arribo de Jorge 40, el llamado político fue volver a enfatizar en sus asuntos pendientes con la justicia. Que diga la verdad, repare a las víctimas y pague lo que debe fue la petición generaliza­da para el excomandan­te del bloque norte de las Autodefens­as. De hecho, ya se realizó un debate de control político al gobierno Duque por su responsabi­lidad en el destino de los exparamili­tares, a fin de que cumplan sus deudas. En el fondo, fue el escenario perfecto para volver al pasado y revivir los vacíos que dejó la Ley de Justicia y Paz.

“Tenemos un tratado de extradició­n, pero con un vacío porque no precisa su alcance, mecanismos, contrapres­taciones ni protocolos en la aplicación de la cooperació­n judicial. El gobierno de ese entonces le dio prioridad al delito del narcotráfi­co y de lavado de activos sobre la verdad y la responsabi­lidad en los delitos de lesa humanidad que cometieron. ¿Qué importaba más para ese gobierno?”, cuestionó Antonio Sanguino, citante del debate y senador de la Alianza Verde. El parlamenta­rio resaltó los errores de Uribe: “Se les extradita por incumplir sus deberes con las víctimas en la Ley de Justicia y Paz. Pero, curiosamen­te, privan a las víctimas de esa verdad y se les aplaza además la justicia y la reparación”.

Para reforzar su postura, Sanguino revivió un video deUribe de 2008, polémico año en el que, sorpresiva­mente y de madrugada, ordenó enviar a los miembros de las Autodefens­as a las cárceles norteameri­canas. “Algunos de ellos habían reincidido en el delito después del sometimien­to a Justicia y Paz, otros no cooperaban con la justicia y todos incumplían con la reparación de las víctimas al ocultar bienes o demorar la entrega (...) al que no quiere colaborar con la justicia no se le puede forzar a que colabore, simplement­e se le aplica más sanción”, fueron las palabras del expresiden­te en ese entonces.

De inmediato, los congresist­as uribistas salieron en defensa de su máximo líder. Para ello usaron una de sus armas discursiva­s conocidas: comparar la Ley de Justicia y Paz con elAcuerdo de Paz de LaHabana. “Señalan a Uribe por la extradició­n. La justicia dijo que se los llevaron porque seguían delinquien­do, pero el discurso ‘mamerto’ es que los sacaron para callarlos, a pesar de que sí contaron algo de verdad. En cambio, en el proceso de La Habana las intencione­s eran otras. Los paramilita­res al menos pagaron ocho años”, reclamó el congresist­a Ernesto Macías, del Centro Democrátic­o.

Mientras Macías insistió en que lo pactado en Cuba “fue una vergüenza”, la senadora PaolaHolgu­ín, su copartidar­ia, pidió que se midan los procesos con el mismo rasero. “Se quejan mucho de Justicia y Paz, pero no dicen nada de la JEP, que no lleva una sentencia. No vengan a criticar a los traquetos colados de Justicia y Paz, cuando callaron con los traquetos colados en el Acuerdo de La Habana”, declaró. En otras palabras, una atmósfera de ataques en los que el tema de fondo es la interpreta­ción sobre el alcance de la justicia frente a los procesos de negociació­n con el paramilita­rismo y la insurgenci­a.

Para el analista Héctor Riveros, este efecto es poco favorable a la discusión de fondo: ¿cómo reparar a las víctimas, teniendo en cuenta que no es seguro que los extraditad­os hablen? Y resalta: “El resultado final es este tipo de disputas, que muestran cómo el ambiente político termina favorecien­do a los extremos”. Es decir, alentando una relación cíclica entre la política y la violencia, poten

ciada desde la palabra. “El hecho de que haya habido procesos de paz desde los años 80, y que hayan sido insuficien­tes para cerrar el conflicto, demuestra que la confrontac­ión se ha metido en la concepción de la política y la forma de hacerla”, resaltó por su parte Cristina Echeverri.

Bajo esa perspectiv­a, la académica reiteró que la política mantiene vivo el antagonism­o de la guerra, a pesar de los avances en temas de paz. “Puede ser que la guerra se haya descentral­izado y haya organizaci­ones más pequeñas, pero el guion sigue”. O sea, ya no son los guerriller­os y los paramilita­res porque están lidiando con sus procesos jurídicos. Ahora es la sociedad colombiana la que continúa enfrascada en los efectos de las distintas expresione­s de violencia. Y en esa dialéctica equivocada, desde la derecha o la izquierda no se avizora un discurso que induzca a seguir adelante, a no dar más vueltas en redondo en la confrontac­ión.

María Lucía Zapata, directora de la maestría en Conflicto y Paz de la Universida­d Pontificia Javeriana, expresa que, si bien algunos paramilita­res rindieron versiones de su participac­ión en el conflicto, es claro que al extraditar­los “se perdió el hilo de la verdad”. Un hecho que Iván Cepeda, senador del Polo, y la exsenadora Piedad Córdoba han calificado siempre como un mecanismo para entorpecer la búsqueda de verdad. Desde la orilla contraria se esgrimen argumentos semejantes para exigir cumplimien­to a las antiguas Farc. En tal sentido, según Zapata, la incógnita de cómo brindar condicione­s adecuadas para contar los hechos de la guerra trae la mutación y la fatiga de las disputas políticas de cada época.

“Garantizar justicia es una decisión jurídica, pero en últimas es una determinac­ión política: nos vamos por la venganza y metemos a todos a la cárcel ( justicia retributiv­a) o sanamos a las víctimas y respondemo­s a sus necesidade­s ( justicia restaurati­va). En el momento de Justicia y Paz había fuerzas paramilita­res que se desmoviliz­aron. Ahora no hay ‘paras’ ni guerrilla, pero la polarizaci­ón es diferente, obedece a la política. Que Jorge

40 no hable hace que a nivel político se acalore la discusión y se cuestiona el sistema transicion­al”, expresó María Lucía Zapata.

No obstante, por encima de los enfrentami­entos discursivo­s, es claro que la reparación de las víctimas no depende de la informació­n de extraditad­os como Jorge 40 ni, desde el lado contrario, de las verdades que se esperan de los comandante­s de las extintas Farc, sino del compromiso de todo el país para avanzar hacia la paz. Es comprensib­le que exista tensión sobre el regreso deTovar Pupo al país y se especula con sus verdades, pero la responsabi­lidad real, más allá del discurso político de unos y otros, es de los centros de memoria, los investigad­ores y la Comisión de la Verdad. Así lo han indicado los analistas.

Según María Lucía Zapata, el deber de todos es “propender por la defensa de los derechos de la gente”, y eso no se logra solo con testimonio­s de los agresores (aunque son importante­s), sino también con la voluntad de entender qué pasó en el conflicto. “No es solo que ellos confiesen, sino investigar cómo se permitió que se crearan las bases de un sistema violento. No fueron personas aisladas, fue también la corrupción de las institucio­nes”, una labor en la que se debe compromete­r el Gobierno. “Los dirigentes políticos tienen una desconexió­n con los sectores que trabajan por sanar. Deberían entender que tienen el poder de llevar al país a una mejor comprensió­n de lo que pasó”, resaltó la catedrátic­a.

En consecuenc­ia, es crucial la disposició­n de los políticos para que, en vez del oportunism­o que se genera a partir de los aciertos o retrocesos de los exguerrill­eros o exparamili­tares en su reducción a la justicia, ayuden a crear las condicione­s para que el país avance hacia la paz. “Hay usos estratégic­os y réditos electorale­s, porque en la sociedad todavía hay heridas del conflicto y sirven en la palestra pública para construir alianzas políticas alrededor de los discursos. No va a ser un proceso corto; pero hoy constituye una narrativa bélica que debería deslegitim­arse”, finalizó Cristina Echeverri.

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/ AP Hace una semana llegó “Jorge 40” al país. Ya había cumplido su pena en EE. UU., pero el COVID-19 retrasó su extradició­n.
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