El Espectador

DOBLE RESISTENCI­A: SER MUJER Y LIDERESA

Las lideresas sociales han sido constante e históricam­ente violentada­s por el hecho de ser mujeres y para silenciar sus luchas. Por lo menos 65 lideresas sociales y defensoras de derechos humanos fueron asesinadas entre 2019 y junio de 2020.

- VALERIA ARIAS SUÁREZ Periodista de La Paz en el Terreno*

El 5 de enero del año pasado asesinaron en Santa Marta a Maritza Isabel Quiroz Leiva. Dos hombres llegaron hasta su casa para arrebatarl­e la vida con dos disparos. Maritza había sido víctima de desplazami­ento por el conflicto armado, hecho que la llevó a encabezar procesos de apoyo a otras víctimas. Su hijo menor estaba con ella en casa esa noche cuando la asesinaron. Aparte de él, era madre de tres hijos más. Maritza fue la primera de una larga lista de lideresas sociales asesinadas en 2019.

Desde entonces, hasta el 30 de junio de este año, fueron asesinadas al menos 62 mujeres más, quienes, como Maritza, luchaban por los derechos de sus comunidade­s. Además de ellas, también fueron asesinadas al menos tres mujeres familiares de líderes y lideresas en el país. Esto, según una base de datos propia que cruza la informació­n de la Defensoría del Pueblo, Codhes, Fundación Paz y Reconcilia­ción, Marcha Patriótica e Indepaz, la Misión de Observació­n Electoral y Somos Defensores.

Según el Informe de Seguimient­o al auto 098 de 2013, presentado a la Corte Constituci­onal por la Corporació­n Sisma Mujer y la Red Nacional de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, la variación porcentual de asesinatos contra defensoras de derechos humanos tuvo un alarmante aumento, de bajar en un 31,25 % en 2018 a subir un 45,45 % en 2019. Tomando como referencia las cifras de la Oficina en Colombia de la Alta Comisionad­a de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el año pasado se registró el asesinato de 16 lideresas sociales en el país.

Según el mismo informe, las amenazas contra ellas también aumentaron, de 57 en 2018 a 86 en 2019. Según Diana Salcedo, directora de Limpal, una organizaci­ón feminista, pacifista y antimilita­rista que trabaja por la defensa y la protección de los derechos de las mujeres y las niñas, en 2019 hubo una afectación mucho más fuerte contra las lideresas y defensoras que están en la vía de la implementa­ción del Acuerdo de Paz y en la exigencia de derechos colectivos.

Hace apenas dos años se creó el Programa Integral de Garantías para Mujeres Lideresas y Defensoras de Derechos Humanos (PIG), que reconoce la atención diferencia­l que se le debe brindar al liderazgo de las mujeres y formula acciones de política pública para la protección de esta población altamente vulnerada. Y fue necesario crearlo por la persistenc­ia de la cultura patriarcal y machista que genera una afectación diferente y desproporc­ionada sobre las mujeres que lideran causas sociales, debido a las violencias históricam­ente perpetrada­s contra ellas, a causa de su género.

La violencia se ha dirigido contra todas. El informe Mujeres Defensoras Libres y Seguras, de Sisma Mujer, plantea que “a las mujeres indígenas, afrodescen­dientes, refugiadas, exiliadas y migradas, víctimas y defensoras de los derechos humanosse les forzó a ser parte de la historia de violencia de Colombia a costa de sus cuerpos, sus familias, sus comunidade­s y sus territorio­s”.

Es importante reconocer que además de la labor de liderazgo y defensa de derechos humanos, las mujeres tienen que asumir las tareas domésticas no remunerada­s en el hogar y el cuidado de niños y adultos mayores. En muchos casos, las lideresas y defensoras son cabezas de familia y deben responder económicam­ente por sus hogares. Es por esto que constantem­ente sus hijos y núcleos familiares se convierten en blanco de agresión para hacerles daño a ellas.

Sandra Sáenz es lideresa social en el departamen­to de Santander, es socia fundadora de la Asociación de Mujeres Campesinas deBarbosa y vocera de la campaña Juntas Somos Victoria, y hace parte de la Red de Incidencia Política deMujeres Rurales Colombiana­s. Cuenta que uno de sus más grandes miedos es que puedan agredir a su familia, pero al momento dice convencida: “Cuando uno se mete en esto, sabe que tiene que dejar el miedo en la mesita de noche”. Cuerpos violentado­s

Además de estas amenazas, las lideresas están constantem­ente expuestas a violencias que se relacionan con sus cuerpos: la violencia sexual. Diana Salcedo, directora de Limpal, es enfática en que una porción importante de las amenazas que reciben las lideresas y defensoras poseen contenido sexual, lo que implica una afectación al colectivo. “Las mujeres nos hemos convertido en un cuerpo colectivo, cuando agreden a una, agreden a todas”.

Al respecto, Salcedo añade que “a través de la violencia física se ha vuelto a la cosificaci­ón de los cuerpos femeninos, a la deshumaniz­ación de los cuerpos de las defensoras”. Lo que aporta es importante para entender que la violencia contra los cuerpos de las lideresas y defensoras termina por ser ejemplariz­ante; es decir, que tiene el propósito de atemorizar a las demás y hacer que callen o disminuyan el impacto de su labor de liderazgo.

Aunque la violencia sexual contra las mujeres y lideresas es un constante factor de riesgo, la violencia contra el cuerpo no solo se manifiesta de esa manera. Un común denominado­r encontrado en varios casos de las lideresas asesinadas es el de las heridas causadas con arma blanca, que en muchos casos son propinadas con sevicia y con el propósito de “tajar” sus cuerpos.

Acallar las voces políticas

El año pasado estuvo atravesado por las elecciones territoria­les y, como es costumbre en Colombia, la violencia política se exacerbó. Según el Informe sobre Violencia Política de la Misión de Observació­n Electoral (MOE), el liderazgo político fue el más afectado en el 2019. Contra los líderes y lideresas de este tipo se presentaro­n 297 hechos de violencia, en su mayoría amenazas. Dentro de este panorama, fueron asesinadas siete candidatas.

Una de esas víctimas mortales

›› Además de la labor de liderazgo, las mujeres tienen que asumir las tareas domésticas no remunerada­s y el cuidado de niños y adultos mayores.

fue Karina García, asesinada el 1° de septiembre del año pasado, cuando iba en la camioneta de su esquema de seguridad. Entre las personas asesinadas estaban su mamá y otras dos lideresas. A la altura del corregimie­nto de Betulia del municipio de Suárez (Cauca), hombres armados de la columna Jaime Martínez, de la disidencia de las Farc, intercepta­ron el vehículo y abrieron fuego indiscrimi­nadamente. Luego de perpetrar la masacre, incendiaro­n la camioneta.

Karina era la única candidata mujer a la Alcaldía de Suárez, Cauca. Entre sus promesas de gobierno estaba el trabajar por los derechos de las mujeres en el municipio. La publicidad de su campaña rezaba “Una mujer, una esperanza”. A la candidata ya habían tratado de silenciarl­a, pues ella y su campaña política estaban siendo víctimas de persecucio­nes por parte de actores armadosque delinquen en la zona, además de ser difamada por otros de los hombres candidatos al cargo, según sus propias denuncias.

La lideresa santandere­ana Sandra Sáenz alega que en su departamen­to las mujeres son minoría respecto a la cantidad de hombres que inciden políticame­nte —como en el resto del país—, y afirma que incluso muchas mujeres confían más en los hombres para que hagan política. Las que están en cargos públicos, en donde podrían tener la potestad de influir a favor de los derechos de las mujeres, no gestionan lo suficiente como para generar cambios en las políticas patriarcal­es de la región, dice la lideresa.

Gloria Luna, lideresa del Chocó, integrante de la Red Departamen­tal de Mujeres Chocoanas y delegada del Chocó en la Mesa Nacional de Garantías, agrega que es necesario brindarles pedagogía sobre los derechos de la mujer a los funcionari­os públicos, pues, por lo general, hacen mucha “politiquer­ía” con el tema de la equidad de género y derechos de las mujeres, pero no lo aplican en los hechos.

Ser indígena: doble lucha

Roseli Finscué, coordinado­ra del Programa Mujer del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), dice que le ha tocado adelantar una doble lucha para que a las mujeres indígenas les reconozcan sus derechos dentro y fuera de sus comunidade­s. Roseli explica que, en muchas ocasiones, los hombres indígenas no avalan que las mujeres salgan de las labores domésticas, pues desconocen la obligación de “obedecer” que se les ha impuesto dentro la comunidad.

El 29 de octubre del año pasado fue asesinada Cristina Bautista, quien tenía 42 años y fue gobernador­a indígena del resguardo de Tacueyó, en el municipio de Toribío, Cauca. Tenía un título como trabajador­a social de la Universida­d del Valle, era amante del ejercicio organizati­vo y trabajó por los derechos de las comunidade­s indígenas. También era defensora acérrima de la implementa­ción del Acuerdo de Paz con las reincorpor­adas de Farc.

“Las mujeres indígenas y las que estaban en procesos territoria­les locales de construcci­ón de paz disminuyer­on su participac­ión. Tuvimos varios talleres con mujeres del norte del Cauca y ellas decían que las mujeres ya no estaban yendo a los talleres porque decían ‘si eso le pasó a Cristina, que era una figura pública a nivel territoria­l, ¿qué me va a pasar a mí, que soy una lideresa social de base?’”, acota Carolina Mosquera, investigad­ora de la Corporació­n Sisma Mujer, antes de concluir que la violencia sociopolít­ica que se manifiesta de manera diferencia­l contra las defensoras, como sucede con la violencia física, tiene un carácter atemorizan­te, que busca dejar un mensaje a las demás mujeres para desincenti­var su participac­ión en los escenarios públicos y de acción política.

Roseli Finscué habla de la “resistenci­a en medio de la resistenci­a”, pues además de reclamar sus derechos como mujeres dentro de sus comunidade­s, “las mujeres indígenas siguen en la recuperaci­ón del territorio y la “liberación de la madre Tierra” y eso ha traído consecuenc­ias. Dentro de la cosmovisió­n indígena, acota la lideresa, se afecta el equilibrio y la conexión con la tierra; si tocan un sitio desequilib­ran todo, “lo mismo pasa con las mujeres, si tocan a una se desequilib­ran todas”.

Luz Elvira Jossa es una indígena de la comunidad kamentsá biyá del departamen­to dePutumayo, coordinado­ra de la Fundación Renacer, miembro de Fundescor y vocera de la campaña Juntas SomosVicto­ria —que pretende denunciar la violencia contra las defensoras de la tierra y del medio ambiente en Colombia—. Refiriéndo­se a la institucio­nalidad, es enfática en decir que en la política pública de mujer no están teniendo en cuenta a los grupos étnicos ni los enfoques diferencia­les poblaciona­les. En el territorio putumayens­e, en el que Luz Elvira ejerce su labor de liderazgo, las mujeres están luchando para que exista una Oficina de Mujer, mientras se encuentran enmedio de las administra­ciones locales que no aplican la política pública para las mujeres, ya redactada, y el machismo histórico, que las condena a no salir de las labores domésticas y sufrir maltrato intrafamil­iar.

Por no comprender ni reconocer las cosmovisio­nes de los pueblos originario­s, la institucio­nalidad puede llegar a ser violenta con las indígenas, como afirma una funcionari­a del Ministerio Público, quien puntualiza que hay casos en los que las institucio­nes no saben comunicars­e de manera correcta con las comunidade­s indígenas y mucho menos con sus mujeres, pues no son consciente­s de los problemas que tienen.

*La Paz en el Terreno es una alianza entre Colombia20­20 y Rutas del Conflicto que rastrea la implementa­ción del Acuerdo de Paz entre el gobierno y la exguerrill­a de las Farc. Para conocer el especial completo consultar lapazenelt­erreno.com. Esta publicació­n es posible gracias al apoyo de la fundación Friedrich-EbertStift­ung (FES) en Colombia.

›› Según el Informe de Seguimient­o al auto 098 de 2013, la variación porcentual de asesinatos contra defensoras de derechos humanos tuvo un alarmante aumento, de bajar en un 31,25 % en 2018 a subir un 45,45 % en 2019.

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