El Espectador

Más historia, menos “rating”

- SÓFOCLES GAZAPERA SANTIAGO MONTENEGRO

Comillas innecesari­as

1.° «Estas vías de movilidad le dan un aspecto ‘coqueto’ a Medellín…». adn.

En gazapos como el presente se deja ver la pereza de los autores en buscar sus significad­os para evitarse las comillas. Este servidor ha medido el tiempo en buscar si la palabra coqueto existe en el Diccionari­o o no. Lo más que he gastado en tiempo, en el libro del Diccionari­o o en la páginaweb de la Real Academia Española, para encontrar un significad­o dudoso si existe o no es un minuto. Les dejo de tarea si la palabra en cuestión figura o no y cuánto duró la búsqueda en cualquiera de las dos presentaci­ones.

La preposició­n cambiante

«Así lo admite Jorge Londoño De la Cuesta…». El Colombiano.

Muchos días hace que no corrijo este error, pero hoy se dejó ver: los apellidos que empiezan con la preposició­n «de» deben ponerla de minúscula a menos que inicie frase con su apellido: «De la Calle iniciará la conferenci­a».

Porcentaje

«El 80 por ciento de participan­tes de este programa son mujeres». adn.

En esta frase no hay gazapo, pero es una frase que me sirve de argumento para explicar que lo que se mide por porcentaje va en plural así el porcentaje parezca singular: Nadie dice: «El 80 por ciento de participan­tes de este programa es mujer».

Los apodos

«El “Minino” heredó de su madre el amor por el fútbol». «La “Fiera” retorna con garras más afiladas». El Colombiano.

Ambas notas son de El Colombiano y hay un fenómeno que lo he dicho varias veces: pese a la salida del libro de Ortografía 2010,

el periódico mencionado hace todo lo contrario de la norma nueva. Se multiplica­ron los apodos con comillas en muchos periódicos y en las páginas deportivas del periódico en comento.

EN EL EPÍGRAFE DE SU LIBRO Pensar el malestar, Carlos Peña cita aOrtega y Gasset, cuando dijo “no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamen­te lo que nos pasa”. Esa frase la recordó el rector de la Universida­d Diego Portales, de Chile, para reflejar el desconcier­to y la desazón de los chilenos en los últimos años, pero bien la podríamos utilizar acá en Colombia. Como sucede en Chile y en otros países, basta leer, mirar o escuchar a los medios de comunicaci­ón para constatar el grado de desconcier­to que cunde en casi todos los sectores sociales. Priman las reacciones inmediatas, el ataque personal, el grito destemplad­o y el discurso binario de buenos y malos. Muchas redes sociales crean tendencias y los matinales de las emisoras, basados en dichas tendencias, entrevista­n a quienes las han creado para incrementa­r el rating y no necesariam­ente para tratar de llegar a la verdad. Esa búsqueda de la verdad debería provenir especialme­nte de los académicos, pero con excepcione­s, muchos callan y algunos de los pocos que opinan parecen más interesado­s en las tendencias y en los likes de esas redes sociales, como si también estuviesen en campaña.

Esto es preocupant­e porque, efectivame­nte, estamos enfrentand­o unos retos pocas veces vistos en nuestra historia y, como todos los seres humanos, tenemos una necesidad vital de darle un sentido y un significad­o a lo que sucede. Por eso, necesitamo­s crear una deliberaci­ón constructi­va, en la que opinen y tengan participac­ión quienes más han estudiado las tendencias de largo plazo, los factores más estructura­les, los activos y los pasivos de nuestro pasado, para así alejarnos del ruido y del escándalo de lo inmediato. Si no acudimos a los historiado­res profesiona­les, sociólogos, psicólogos y científico­s políticos, el sentido y el significad­o del día a día lo proveerán solo los políticos más preocupado­s por la próxima elección, y no en la próxima generación; lo plantearán los generadore­s de teorías conspirati­vas y, por supuesto, los populistas de todos los matices, que aprovechan el miedo para polarizar, para dividir entre buenos y malos, entre una élite maligna y un pueblo bueno.

Que provechoso sería que existiesen más opinadores, como Jorge Orlando Melo, con el coraje para recordar que en Colombia hemos tenido mucha más política y mucha menos violencia de lo que muchos aducen; que hemos tenido una tradición de gobiernos civilistas, que han sido elegidos en procesos electorale­s y que han hecho un uso limitado del poder; que los indicadore­s de bienestar han llegado a niveles que dejarían aterrados a las generacion­es que nos precediero­n. Por supuesto, también tenemos que reconocer que existe una gran desigualda­d, que debemos disminuir, y que el Estado debe consolidar el monopolio de la fuerza sobre todo el territorio. Y, para quienes se desentiend­en de la historia y miran solo el corto plazo, es bueno recordarle­s los cuatro graves choques que enfrenta hoy el país: el resurgimie­nto del narcotráfi­co a partir del 2015 y la violencia asociada; la inmigració­n de dos millones de venezolano­s, el precio del petróleo por debajo de US$40, y, como si esto fuera poco, el coronaviru­s. Si tenemos en cuenta los activos y pasivos de nuestra historia y consideram­os estos factores de más corto plazo, podremos contradeci­r a Ortega y aproximarn­os a conocer qué es “precisamen­te lo que nos pasa”.

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