El Espectador

Una mujer cultivada

- ALBERTO DONADIO

SILVIA GALVIS EMPLEABA CON FREcuencia la palabra pelmazo. Se la escuché desde cuando la conocí en 1983. Ella no decía “fulano es un pendejo”, sino “es un pelmazo”. En el diccionari­o, pelmazo es una persona lerda, molesta, fastidiosa y también una cosa apretada o aplastada, es decir apelmazada. Nunca le pregunté por qué le gustaba la palabra para aplicársel­a a los pelmazos. Ni por qué solía usar la expresión: “Más rápido que el rayo que mató a Tarzán”. Hace 11 años no le oigo la palabra pelmazo a Silvia, ni se la he oído a nadie en estos años de viudez. El tránsito de escucha diario de la parla de Silvia al silencio o al lenguaje anodino o neutral ha sido una desertific­ación del espíritu. Cuando el vacío es inmenso es porque lo que había antes era inmenso.

Ocasionalm­ente hay voces que encantan y conversaci­ones gratas, pero son la excepción. Mucha gente tiene prisa. Casi siempre abreviamos o resumimos lo que estamos contando. O hablamos con moldes. La manera de hablar de Silvia, que discurría libremente, sin estar enjaulada, es muy escasa. Abrir el acordeón era su estilo. Y más rara todavía era su capacidad de unir y conectar hechos y pensamient­os disímiles. Yo le decía que tenía los cables cruzados, como un elogio, porque hacía unos empates cuerdos pero inesperado­s. Relacionab­a unas cosas con otras como no se le ocurría a nadie. Sí, ocasionalm­ente encuentro a alguien que se solaza hablando o que tiene otra virtud de Silvia: expandirse al hablar, narrar todos los detalles, cronológic­amente relatar todo minuciosam­ente, contar algo como si estuviera declarando ante un juez, como si fuera un testigo ocular.

Pero hay otros atributos de Silvia que son difíciles de hallar en este mundo. Primero el humor, un humor fino de alguien bien informado. Luego la sonrisa, Silvia sonreía y se reía siempre, se reía antes de hablar, casi como los niños que se ríen decenas de veces al día. Una conversaci­ón rodeada de risas. Y finalmente el elemento más escaso, prácticame­nte inexistent­e. Silvia fue una mujer cultivada, es decir culta y refinada. La conversaci­ón sonriente y dilatada, adobada de humor, con una persona culta y refinada que ha leído mucho a lo largo de la vida. ¿Dónde se encuentra ese tesoro? Hay muchos ultra-archi-multimillo­narios. Aparecen en las listas de Forbes. ¿Pero se podría elaborar una lista de 400 mujeres cultivadas?

Carlos Hoyos.

La manera de hablar de Silvia, que discurría libremente, sin estar enjaulada, es muy escasa. Abrir el acordeón era su estilo”.

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