El Espectador

El dolor del pasado no se remedia con violencia

- WERNER ZITZMANN

LAS ESTATUAS LAS ERIGEN PRINCIpalm­ente los vencedores con su versión y razón de los hechos. Por eso, juicios históricos posteriore­s deben ser ponderados. No se pueden adelantar procedimie­ntos ignorantes, con evidencia parcial basada en emociones y en circunstan­cias y culturas nuevas resultante­s de la evolución histórica, acomodados a causas presentes.

Equiparar así el dolor de generacion­es siguientes con el de las que padecieron atropellos, crueldad y la derrota en otra época es un insulto a las anteriores y un aprovecham­iento irrespetuo­so de un pretendido dolor heredado para sazonar un interés actual y distinto.

Lo hecho, hecho está, y no se remedia con venganzas ni reivindica­ciones basadas en violencia, desorden y en la incitación pasional a odios y subjetivid­ades ignorantes e irracional­es.

De manera previa a cualquier reivindica­ción histórica con efectos concretos en la realidad posterior, se requiere de diálogo debidament­e acompañado y moderado. Tanto de parte de convocante­s como de receptores debe existir un ánimo genuino y legítimo de revisión de hechos históricos frente a la realidad actual, del cual surjan actos simbólicos constructi­vos tendientes a ilustrar mejor y, más que a juzgar y condenar, a valorar sucesos, conductas, personajes, legados e impactos positivos y negativos en la historia posterior y en el momento en que se propicia la posible reivindica­ción, para no repetir errores e injusticia­s.

De hecho, en buena medida, de eso es de lo que se trata la política. De la destrucció­n histérica y violenta de cualquier cosa nunca saldrá nada positivo. Los protagonis­tas de estos actos lo más probable es que sean marionetas de otros a quienes ningún dolor —ni el antiguo ni el nuevo— les interesa. Las venganzas personales en contra de quienes puedan haber infligido cualquier dolor a otros solo convierten a los detractore­s en nuevos verdugos de antiguos agresores, con los que lejos de diferencia­rse se les equipara.

No se nos puede olvidar que, gústenos o no, y no se diga con los inequívoco­s espacios de evolución que siempre resultarán viables en una verdadera democracia, hay unas reglas de convivenci­a que no se pueden irrespetar. Esto solo lo hacen y lo promueven a quienes les convenga el caos para sus intereses innobles.

Seguir las normas y canales de comunicaci­ón, discusión y cambio, aun sacrifican­do la ansiedad por resultados rápidos, es la única forma como podemos garantizar la efectivida­d de derechos en sociedad.

Por más grande que sea un dolor pasado, difícilmen­te puede prevalecer ante la necesidad de asegurar hoy y siempre una institucio­nalidad colectiva. “La debida administra­ción de justicia es el pilar más firme del buen gobierno”, le dijo en 1789 George Washington al primer fiscal general de los Estados Unidos, Edmund Randolph, y por ahí es donde deberíamos empezar en este país para poder dialogar, discutir y evoluciona­r.

Todo lo que se erija después de destrozar por mano propia será destrozado luego por alguien más de la misma manera. A eso no se puede invitar, e invitacion­es así no se pueden aceptar ni recomendar.

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