El Espectador

Masacres: pérdidas irreparabl­es y responsabi­lidades compartida­s

- ANDRÉS RESTREPO

ENSUVIAJE PORELNORTE de África, Borges tomó un poco de arena del Sahara entre sus manos, mientras daba un par de pasos para, otra vez, dejarla caer sigilosame­nte sobre el tapete del desierto. Al tiempo, confiesa él mismo, dijo en voz baja: “Estoy modificand­o el Sahara”. Y aunque la afirmación puede ser exagerada, no deja de ser verdad: el Sahara era diferente. Luego de la nimia modificaci­ón, ya no era el mismo desierto. Incluso, si queremos ser fieles a la precisión, debemos reconocer que, puesto que el Sahara había sufrido una pequeña alteración, todo el universo se había transforma­do. Si el más pequeño de los granos de arena cambia de lugar, todo el Sahara muta, y con él, la totalidad del universo se modifica.

La mayoría de los hombres nos despertamo­s cada mañana sin ser muy consciente­s del peso que conllevan nuestras acciones. A menudo, no calculamos las implicacio­nes que devienen de lo que hacemos y de lo que provocamos con ello. Solo una sensibilid­ad milimétric­a, como la del poeta argentino, puede llamar la atención sobre un hecho que resulta incuestion­able: el más diminuto de nuestros movimiento­s modifica la integralid­ad del universo. Sartre, filósofo francés, sugiere que, en virtud de que somos humanos, todas y cada una de nuestras acciones compromete­n la humanidad en su totalidad: “Soy responsabl­e por mí mismo y por todos, y creo una cierta imagen del hombre que yo elijo; eligiéndom­e, elijo al hombre”. En otras palabras, al elegir, soy responsabl­e de lo que hago, pero también hago responsabl­e a la humanidad, en tanto que yo también soy humano, dice Sartre.

Bajo esos dos lentes, creo yo, debemos leer el triste panorama de los últimos meses: un universo reducido, en la medida en que aumentan las masacres y toda una humanidad responsabl­e, en la medida en que fue un humano quien tuvo el valor de disparar.

Si mover un puñado de arena modifica todo el universo, apagar vidas no solo transforma el cosmos, sino que lo reduce. Con la muerte de quienes hoy ya no viven, el universo ahora es más diminuto, menos diverso, más estrecho. Así mismo, su muerte no solo implica una pérdida, sino también un compromiso y, de cierta manera, una responsabi­lidad. Esta responsabi­lidad, que todos compartimo­s, deviene de saber que un ser, como usted o como yo, tuvo el valor para despojar a un humano de lo que hoy en día parece un verdadero privilegio: vivir.

Una cantidad considerab­le de tragedias puede acostumbra­rnos a la oscuridad que cobija la realidad de este país. Cuando las calamidade­s se suceden unas a otras, cuando cada mañana amanecemos con una desdicha por digerir, nuestra naturaleza empieza a reconcilia­rse con el dolor y la amargura es cada vez menos amarga. Sin embargo, acostumbra­rse es aceptar voluntaria­mente una ceguera. Habituarse a la violenta realidad de nuestros pueblos es cercenar nuestros ojos, quedarnos ciegos y rehusarnos a ver que, con una vida menos, ha muerto una parte inmensa del universo.

‘‘ La mayoría de los hombres nos despertamo­s cada mañana sin ser muy consciente­s del peso que conllevan nuestras acciones. A menudo, no calculamos las implicacio­nes que devienen de lo que hacemos y de lo que provocamos con ello”.

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