El Espectador

Los “no futuro”

- GUILLERMO ZULUAGA CEBALLOS

CASA, CARRO Y BECA, ERA EL CIELO prometido. Era la publicidad de alguna entidad bancaria a comienzos de los años ochenta. Y escuchando eso nos fuimos forjando algunos. Y nos dijeron que había que estudiar para salir adelante. “Ser alguien” era la consigna.

Y se veían algunos conocidos y amigos que ingresaban a las universida­des y pronto tenían un empleo digno y, de pronto, aparecían con su carro, su casita y empezaban a forjar una familia.

Pero al tiempo, por esos mismos años los jóvenes, principalm­ente de las grandes ciudades, tuvieron una gran amenaza: la tentación del narcotráfi­co estaba ahí, tan a la orden. Y hubo tantos jóvenes muertos o desapareci­dos. Algunos dirigentes avizoraron ese riesgo y desde el gobierno local o regional se encendiero­n algunas alarmas, hubo programas en los barrios, se incentivó un poco el deporte, se apoyaron procesos y movidas culturales.

Los años 90 trajeron un pequeño respiro y alguna esperanza: una Constituci­ón que abría más puertas. Y también la desmoviliz­ación de algunos grupos armados.

Pero luego el conflicto armado copó escenarios. Los jóvenes rurales principalm­ente colmaron las filas de los grupos armados, y algunos de barrios periférico­s se metieron a bandas o a milicias.

Si hace tres o cuatro décadas a los jóvenes les vendían la idea de una casa, de un carro o de una beca, ahora cada vez hay menos presupuest­o para las universida­des nacionales, los contratos laborales que les ofrecen ya ni siquiera son por días, la salud se volvió un negocio, la posibilida­d de una casa quedó en el aire, como profetizar­ía, sin quererlo, Escalona.

Los jóvenes de ahora quizá tengan menos futuro que los de los 80. Además, ni siquiera pueden ir a las calles a protestar porque entonces son señalados de vándalos, si les va bien, o les disparan inermes. El mayor activo de las sociedades son los jóvenes, pero como está escrito ya en algunos murales, ellos sienten que “nos están matando”. Les mataron sus esperanzas y también los están eliminando físicament­e.

Ya muchos padres se preguntan qué idea de futuro les venden a los hijos.

Paradójica­mente, al tiempo que se han estrechado las posibilida­des para los jóvenes, han crecido los espacios para hacerse notar y hacerse sentir. Estos nuevos tiempos de derrumbami­entos de mitos nacionales o religiosos, gracias a las redes sociales y al involucram­iento en colectivos ambientale­s, culturales y deportivos, los jóvenes han ganado más importanci­a. Y siguen inquietos. No están conformes.

Hace poco volví a ver Rodrigo D no futuro. Es una cinta muy cruda sobre los jóvenes de las laderas de Medellín en los penumbroso­s años 80. Su director, Víctor Gaviria, puso un espejo en que se miró una ciudad que iba creciendo a espaldas de los muchachos que poblaban sus barrios periférico­s. Como es casi de suponer, muchos de los personajes de la obra van sucumbiend­o ante las balas y las fauces de la noche, y su protagonis­ta, un chico que sueña con ser baterista, al no encontrar un camino que lo condujera a lograr su anhelo y ver que estaba quedando sin sus “parceros”, termina suicidándo­se, exactament­e desde el edificio que simboliza esa “ciudad pujante” que no lo tuvo en cuenta ni a él ni a muchos de su generación. La historia quizá haciéndole unos mínimos ajustes de edición, pintando un poco la escenograf­ía, bien podría cambiársel­e la fecha de realizació­n y decir que es de 2020.

Treinta años después, nuestros jóvenes son los No futuros. Y es inimaginab­le un país, una sociedad, sin futuro. En eso deberíamos estar pensando.

Ana María Córdoba Barahona. Pasto.

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