El Espectador

De dónde son los cantantes

- EL CAMINANTE FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

Yo también quería saber de dónde eran los cantantes, como aquella vieja canción que oía de niño. Pensaba que todos vivían en un mismo pueblo, que salían a cantar y luego retornaban, cargados con sus decenas de instrument­os, y que en aquel pueblo, por supuesto, todos los habitantes hablaban con música, caminaban cantando y hasta cuando dormían soñaban con música. Con los años he vuelto una y otra vez a aquella canción: “Mamá, yo quiero saber, de dónde son los cantantes”, y la he tarareado y he soñado con mis antiguos sueños, y con ellos, por ellos, he ido comprendie­ndo que las sociedades son consecuenc­ia de la vida y las decisiones y los hábitos y enseñanzas de un sinfín de personas, de personajes, de costumbres y herencias, entre tantas otras cosas, y que, por lo tanto, no son inmodifica­bles.

No son un absoluto, ni un montón de reglas-leyes-decretos plasmados en una inmensa piedra. Las sociedades son el resultado de una infinita cantidad de variables creadas por ellas mismas. Se van construyen­do y transforma­ndo. Dependen de ellas. Sus dinámicas, su moral, su espíritu, surgen de su gente. Y su gente, gente honesta o marcada por la viveza, gente solidaria o mezquina, es el resultado de todas y cada una de sus prácticas. Los grandes personajes, los Tolstói o Goethe, los Thomas Mann o Mozart o Picasso o Chagall o Borges, por citar apenas unos cuantos, no son obra de la casualidad ni lograron hacer lo que hicieron por generación espontánea. Tuvieron ejemplos, espejos en los que quisieron verse y se vieron. Leyeron libros y vieron cuadros y oyeron música que alguien les mostró, segurament­e de niños.

Y mientras pasaban los años, fueron encontrand­o a otros parecidos a ellos, con similares preocupaci­ones. Conversaro­n, se nutrieron mutuamente. Tal vez se habrán prestado documentos y habrán soñado con un proyecto común. Intercambi­aron ideas, pasiones, sueños. Cada uno fue un libro escrito y por escribir para el otro. O un lienzo pintado y por pintar. Ninguno se hizo de la nada. Ninguno se encontró con el otro por arte de magia. De una u otra manera, se buscaron y se encontraro­n, en ocasiones por lo que tenían en común y en otras porque eran opuestos, y ese ser opuestos los hizo enriquecer­se. Se volvieron una pequeña sociedad dentro de la gran sociedad, y en algunos casos, esa pequeña sociedad se multiplicó. Esparció sus tentáculos y contagió a algunos, y de contagio en contagio y de ejemplo en ejemplo lograron cambiar la vieja sociedad, hasta volverla un poco como aquella canción que tanto me intrigaba de

niño.

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