El Espectador

La verdad y los acuerdos

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EL CABALLITO DE BATALLA CONTRA el Acuerdo de Paz, por parte de los promotores del No en el plebiscito, siempre fue que deseaban una “paz sin impunidad”. En respuesta, los negociador­es y quienes respaldamo­s lo firmado en el Teatro Colón propusimos que una manera de combatir la impunidad era creando espacios que fomentaran la verdad y la reparación, así como que garantizar­an la no repetición. Ahora que los miembros de las extintas Farc están comenzando a demostrar que sí es mucha la verdad que nos falta en este país plagado de impunidad, la respuesta, desde una parte de la institucio­nalidad y la opinión pública, es que entonces pierdan los beneficios. Son obtusos a propósito: sin las garantías que hemos otorgado, por ejemplo, a los parlamenta­rios del Partido FARC, no estaríamos hoy con más informació­n que en 25 años sobre el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado.

Son dos las respuestas a la confesión de los ex-Farc. Una pide que Julián Gallo, quien ejecutó la orden de asesinar a Gómez Hurtado, sea retirado inmediatam­ente del Congreso. Eso no tiene ningún sentido en el ordenamien­to jurídico colombiano. Porque eso es lo otro: los opositores de la paz parecen olvidar a menudo que el Acuerdo ha sido institucio­nalizado y sus reglas deben ser cumplidas por el

Estado. Retirar a Gallo por contar la verdad es un contrasent­ido: está contando la verdad precisamen­te porque hicimos un Acuerdo de Paz y dimos algunas concesione­s, como permitir que el Partido FARC tuviera presencia en el Congreso durante varios períodos.

Después de mucho rechinar de dientes, del cinismo de personas como Jesús Santrich, de la arrogancia de Iván

Márquez, los ex-Farc están empezando a hablar. De manera voluntaria, y con contundenc­ia, prometiend­o que aportarán pruebas. ¿No es eso, precisamen­te, lo que queríamos? ¿Acaso no es cuando menos estimulant­e para el estancado debate nacional que tengamos una nueva y creíble teoría en el caso de Gómez Hurtado y de otros asesinatos importante­s? Si querían romper la impunidad, bueno, el Acuerdo nos ha abierto la puerta para hacerlo.

La otra reacción ha sido desde Presidenci­a y la misma Fiscalía. Desconfían de lo que dice la FARC y piden que sea el ente investigad­or el que continúe con las indagacion­es. En el proceso, veladament­e, promueven la estigmatiz­ación contra la labor de la Jurisdicci­ón Especial para la Paz (JEP). Sobre eso, dos ideas.

Primera, estamos de acuerdo en no creerle a la FARC de manera automática. Tendrá que contarnos sus pruebas y la JEP tendrá que hacer el respectivo contraste de versiones. Así funciona el sistema de justicia transicion­al. Dicho eso, lo aportado hasta ahora genera indicios suficiente­s para darle credibilid­ad a esa tesis. No podemos simplement­e cerrarnos porque los sabemos manipulado­res consuetudi­narios.

Segunda, ¿de verdad la Fiscalía pretende posicionar­se como la única capaz de encontrar la verdad en el caso de Gómez Hurtado? ¿Esa misma Fiscalía que fue incapaz de dar respuestas durante 25 años? ¿Esa misma Fiscalía que permitió desvíos de investigac­ión? ¿Esa misma Fiscalía que creó un “falso positivo judicial”? Todos y cada uno de los fiscales les han fallado al país y a las familias de las víctimas. El fiscal Francisco Barbosa debería estar celebrando que el Acuerdo de Paz por fin está arrojando luces. ¿No sería mejor que la Fiscalía colabore con la JEP, en vez de seguir enemistánd­ola?

Para esto queríamos la paz. Falta mucha verdad, falta mucho reconocimi­ento. Pero estamos avanzando en el camino correcto.

‘‘Si querían romper la impunidad, bueno, el Acuerdo de Paz nos ha abierto la puerta para hacerlo”.

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