El Espectador

La Policía

- FRANCISCO LEAL BUITRAGO

PROSIGUE LA INCAPACIDA­D POLÍtica de Duque, su desidia frente al asesinato de líderes sociales, sus amigotes como candidatos a organismos distintos al Ejecutivo, su persistent­e verborrea y su derechismo camuflado. Entretanto, en los medios se barajan propuestas de candidatur­as y reformas para el próximo gobierno, entre ellas en la Policía. Los manejos gubernamen­tales de esta institució­n durante décadas explican sus problemas actuales.

La profesiona­lización de la Policía comenzó en 1940 con la creación de la Escuela de Cadetes General Santander, continuó con la reglamenta­ción de la carrera de oficiales, suboficial­es y agentes, y concluyó con la nacionaliz­ación de la Policía en 1960. Su etapa crítica fue a partir del “Bogotazo”, en 1948, y las violencias que desató. Vino luego su incorporac­ión al Ministerio de Guerra y el sometimien­to al régimen de justicia penal militar en el gobierno de Rojas Pinilla. En 1960 pasó a depender del ministro de Guerra —no del Ministerio respectivo—, que era entonces el militar de más alta graduación. Con grados similares a los militares entró a acatar orientacio­nes de gobernador­es y alcaldes, como autoridade­s de Policía en departamen­tos y municipios.

En 1966 comenzó la actividad investigat­iva de la institució­n, en particular la policía judicial. La labor de la Policía se orientó hacia el control urbano, definido en 1971 como guarda del orden público interno. En los años 80, la Policía sufrió más que otras institucio­nes las violencias del narcotráfi­co y las guerrillas. En 1993 la Ley 62 concretó su estatuto, tras un escándalo por violación y asesinato de una menor en una estación de policía, pero esta norma no fue cumplida a cabalidad —como el comisionad­o de la Policía, que duró poco tiempo— al igual que normas subsiguien­tes. Con la Constituci­ón del 91 quedó incorporad­a a la Fuerza Pública, como cuerpo civil armado. Dadas las persistent­es violencias y la debilidad política del Estado, la militariza­ción de la Policía se reforzó. En 1991 fue nombrado el primer ministro de Defensa civil desde 1953, con lo cual la mayoría desconoce los intrínguli­s de la Policía, que pasó a ser una “rueda suelta” por su autonomía relativa.

Ante este panorama, la Policía Nacional debe ser desmilitar­izada, con una estructura que no sea vertical y jerarquiza­da. El Cuerpo de Carabinero­s —fortalecid­o— debe ser la dependenci­a para atender las zonas rurales, en un territorio donde el Estado no hace presencia efectiva en más de la mitad. Sería convenient­e que la institució­n —con más efectivos— pasara al Ministerio del Interior, pero fortalecid­o mediante reformas. El director de la Policía Nacional debería depender de un Viceminist­erio del Interior, separado de dependenci­as de inteligenc­ia. Esto permitiría que el gobierno central adquiera más autoridad y control en materias de seguridad en las regiones, además de instrument­o para contrarres­tar la corrupción en la institució­n y en esas zonas.

La misión de ocupar de manera legítima regiones abandonada­s estaría a cargo de la Policía Nacional —amén de otras institucio­nes oficiales—, con apoyo de las Fuerzas Militares de manera transitori­a. La Infantería de Marina sería necesaria en territorio­s con predominio fluvial. La esencia de la Policía Nacional deberá ser la seguridad ciudadana, de manera preventiva, con más autonomía individual y mayor legitimida­d.

¿QUÉ SE PROPONE IVÁN DUQUE oficiando como magistrado de la JEP al descalific­ar de un plumazo la confesión tardía de las Farc de que fue esa organizaci­ón la que asesinó a Álvaro Gómez y desconocie­ndo su competenci­a prevalente? Lo que quiere este Gobierno mafioso es que su fiscal de bolsillo, Francisco Barbosa, les eche la culpa de ese crimen a Samper y Serpa, y de paso que arrase conmigo.

La peligrosa intervenci­ón de Duque dejó otra vez en evidencia su pésima condición humana. Al posesionar a Barbosa le marcó la agenda que debía seguir con el proceso del crimen de Gómez, y el fiscal ha obedecido. Esta semana sostuvo Duque, en tono de amenaza, que quien se atribuya un crimen sin haberlo cometido incurre en un delito, lo cual, por supuesto, no es un hallazgo porque así lo prevé el Código Penal. Pero lo que no dijo Duque fue que quien utilice su poder para incriminar a otros en un delito que no han cometido incurre en la más abominable de las conductas criminales, que es en lo que andan él y Barbosa, segurament­e para cumplirle a la cueva del fascismo, la Universida­d Sergio Arboleda, a Álvaro Uribe y a la agresiva familia del líder conservado­r inmolado, pues el único muerto que les importó fue Gómez Hurtado, no los demás.

No es imposible que las Farc hayan ejecutado ese crimen y que ninguna autoridad lo hubiera sabido. Si en septiembre de 1995, cuando le dispararon al abogado Antonio José Cancino, las autoridade­s hubiesen investigad­o las denuncias del gobierno de que “habían sonado los primeros disparos de una conspiraci­ón”, otro hubiera sido el rumbo. La Fiscalía de entonces, sin haber abierto indagación preliminar, consideró que eso era una cortina de humo y sepultó cualquier trámite judicial; los conspirado­res quedaron con el panorama despejado y todo eso debió conducir al magnicidio de Álvaro Gómez. Lo que no puede repetirse es que, así como hace un cuarto de siglo se desestimó el golpe de Estado, ahora se descarte la confesión de las

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