El Espectador

Si el fin es loable, los medios pueden ser ruines…

- MAURICIO BOTERO CAICEDO

EN MAYO DE 2016, CINCO MESES ANtes del plebiscito, el expresiden­te Álvaro Uribe alertó a los colombiano­s: “Uno de los temas que tendremos que invocar frente al plebiscito, para que los ciudadanos voten No o se abstengan, es que el Acuerdo de La Habana tiene impunidad abierta y disfrazada: abierta, porque el Gobierno aceptó que el narcotráfi­co sea conexo con el delito político; por ende, el cartel de cocaína más grande del mundo no tendrá cárcel ni serán extraditad­os; disfrazada, porque el Gobierno dice que sí habrá justicia para el caso de atrocidade­s, pero no porque a las Farc les bastará con reconocer a tiempo un delito atroz para no ir a la cárcel y para que les den plena elegibilid­ad política”. Las advertenci­as del expresiden­te Uribe se quedaron cortas: en realidad tampoco tenían que confesar a tiempo los delitos atroces. Lo podían hacer, como lo acaban de aceptar, cuando les diera la gana. La mayoría de los colombiano­s entendiero­n que se estaba fraguando una falsa paz y votaron negativame­nte el plebiscito, pero el gobierno de Santos, quien amenazó con el renacer de la “guerra urbana”, olímpicame­nte se pasó por la faja esta decisión. Con la inexplicab­le pusilanimi­dad de buena parte de la clase política y la manifiesta complicida­d de algunos magistrado­s, el gobierno anterior impuso el criterio que al ser la paz un fin loable, los medios para lograrla podían ser ruines. ¿Quién puede olvidar al flamante presidente de la Corte Suprema, el hoy prófugo de la justicia Leonidas Bustos, afirmando: “El derecho no puede ser un obstáculo para la paz, y ninguna institució­n jurídica puede ser una camisa de fuerza”?

En relación con la confesión por parte de las Farc de su autoría en el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado, en entrevista con la periodista de Semana Salud Hernández Mora, el excelente periodista e hijo del asesinado líder, Mauricio Gómez, manifestó que hace cuatro años en La Habana lo que se negoció fue una “franquicia de la impunidad”. Y esa franquicia no fue firmada por los negociador­es originales (De la Calle, Jaramillo, Pearl y Mora), a quienes hicieron de lado, sino por una serie de aliados políticos de Santos, quienes partieron con la instrucció­n de firmar la paz, indistinta­mente del precio que los colombiano­s tuviéramos que pagar en el futuro. Y la prueba más fehaciente de que en La Habana los amiguetes del entonces presidente negociaron la total impunidad es el hecho, como lo menciona Mauricio Gómez, que a las Farc les importa un pito atribuirse un asesinato más. Uno empieza a preguntars­e: ¿no sería más fácil que las Farc confesaran a quién no han asesinado?

El problema es que si bien es cuestionab­le la figura de exasesino, no es posible configurar la de exvíctima. Los exasesinos están en libertad de construir sus propias y amañadas versiones de los hechos. Las víctimas no lo podrán hacer, en buena parte porque la señal del celular en el cementerio es muy débil, casi inexistent­e… Las peregrinas declaracio­nes del senador Carlos Losada le recuerdan a uno la anécdota del general español Ramón María Narváez, militar y político que ocupó varias veces el cargo de presidente del Consejo de Ministros durante la mitad del siglo XIX. Se cuenta que, en su lecho de muerte, un sacerdote le dijo al general: “Hijo, has de perdonar a tus enemigos…”, a lo que Narváez contestó, “No tengo ningún enemigo, padre… los he mandado fusilar a todos”.

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