El Espectador

Sin gasolina, sin comida y con apagones

- ARMANDO MONTENEGRO

LA COMBINACIÓ­N DE LA CONOCIDA ineptitud del gobierno chavista, el devastador impacto del COVID y las sanciones internacio­nales contra el régimen bolivarian­o han profundiza­do hasta niveles inimaginab­les una crisis social y económica que ya era dramática antes de la pandemia, una situación que ha tenido un aterrador impacto sobre el sufrimient­o del pueblo de Venezuela.

La escasez de gasolina precipitó el caos completo en uno de los países con las mayores reservas petroleras del mundo. Las refinerías, seriamente deteriorad­as por la falta de mantenimie­nto, la incompeten­cia de sus operadores y la carencia de insumos y repuestos, abastecen sólo una pequeña porción de la demanda de gasolina. Sin combustibl­e, se cerraron las estaciones de servicio, crecieron las colas de carros y la parálisis de los motores se extendió a toda la economía. De cuando en cuando esta situación se alivia con la llegada de buque tanques procedente­s de

Irán.

Uno de los mayores efectos de la falta de gasolina ha sido la imposibili­dad de distribuir alimentos. Con los tractores, camiones y otros equipos apagados, los productos agropecuar­ios se quedan en el campo, las fincas y las bodegas. Así, la escasa producción de alimentos, que ya venía disminuida por los controles de precios, la irrisoria inversión y las tomas de fincas, no puede llegar a los consumidor­es. De esta forma, el hambre y la desnutrici­ón han alcanzado niveles insoportab­les. Observador­es internacio­nales independie­ntes señalan que la tercera parte de la población tiene dificultad­es para alimentars­e. Venezuela es hoy el cuarto país más golpeado por el hambre, después de Yemen, Congo y Afganistán.

La parálisis del transporte y la crisis alimentari­a se sumaron a los frecuentes racionamie­ntos de energía eléctrica y agua potable, fenómenos que no sólo agudizan los padecimien­tos de los venezolano­s, sino que impiden el funcionami­ento adecuado de hospitales, escuelas y todo tipo de negocios, cerrándose de esta forma un horrible círculo vicioso que reduce todavía más el bienestar de los venezolano­s.

Las justificad­as protestas populares contra el gobierno chavista ocurren en todo el país. No se manifiesta­n con mayor intensidad por el temor a la brutalidad de la respuesta del régimen, efectuada, en buena parte, por los grupos paramilita­res, los sanguinari­os colectivos bolivarian­os, que actúan con la complicida­d de las fuerzas de inteligenc­ia, responsabl­es de la represión y la intimidaci­ón de los manifestan­tes, intelectua­les y todo tipo de disidentes.

En esta materia, hace pocas semanas una respetada misión independie­nte de las Naciones Unidas (no fue Guaidó ni el gobierno norteameri­cano) denunció al régimen chavista como responsabl­e de crímenes de lesa humanidad: ejecucione­s extrajudic­iales, desaparici­ones forzadas, torturas, detencione­s arbitraria­s y otras formas de represión, cometidas con el beneplácit­o de las autoridade­s.

Solo la naturaleza dictatoria­l del régimen chavista, imbricado con los militares cómplices de sus delitos, impide que la enorme insatisfac­ción y el sufrimient­o de la gran mayoría de la población se canalicen hacia el cambio del gobierno para que se abran los caminos de la democracia y la libertad, y se produzca la recuperaci­ón económica y la mejoría en el nivel de vida del que fue alguna vez uno de los más prósperos países de América Latina.

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