El Espectador

Milan Kundera: las eternas preguntas del eterno nominado

- Por LAURA CAMILA ARÉVALO DOMÍNGUEZ Fotos: ELISA CABOT

Lo acusaron de huraño. Tuvo que ver con que en 1985 decidió no volver a dar entrevista­s. Se calló, se guardó las opiniones que durante muchos años tuvo que exponer: cuando salió de su natal República Checa, país en el que prohibiero­n sus obras y le quitaron la nacionalid­ad, llegó a Francia sin mucho con qué exigir. No se podía resistir a los que le pedían que leyera en voz alta ni a los que le preguntaba­n por su exilio ni a las dos expulsione­s del Partido Comunista. Después de varias obras, pero, sobre todo, de La insoportab­le levedad del ser, Kundera tuvo que comenzar a exigir, además de aislarse.

Recién llegado a Francia, en 1975, siguió escribiend­o en checo, pero sus textos eran traducidos al francés. Al revisar las traduccion­es, se dio cuenta de que de sus elecciones, de su lenguaje, no quedaba mucho. Las arandelas y reinterpre­taciones de sus ideas lo llevaron a pedir que todas sus obras se tradujeran de nuevo, no sin antes revisar línea por línea, hasta decidirse a escribir solo en francés.

También dejó de ceder a las fotos, a las entradas a su casa para hacerle entrevista­s y a las versiones de sus obras en formatos digitales. Y dejó de hacerlo porque antes, cuando lo hacía, sus respuestas no eran suyas. Eran versiones distorsion­adas de su vida íntima o de su éxito. Parece que a eso le temía y le sigue temiendo. Y parece, porque hace 35 años que no habla para sus lectores ni para nadie. Los meseros de los restaurant­es donde a veces come, como Le Récamier, en París, dicen que sí, que Kundera es muy amable, pero que nadie se atrevería a pedirle una foto. Durante muchos años, solo se podía entrar a su apartament­o si se conocía un refrán checo que servía como contraseña. También dejó de ceder a las adaptacion­es de su obra después de ver la que hicieron para el cine de La insoportab­le levedad del ser, sobre todo por lo que se interpretó del papel de Sabina, que para él estaba muy lejos de ser “una puta que se venía todo el tiempo”. Todos estos datos, recogidos por Ricardo Abdahllah, para la revista SOHO en un artículo llamado “Tras los pasos de Milan Kundera en París”, se lograron gracias a las conversaci­ones que el reportero tuvo con las personas cercanas al escritor. No logró hablar con él, pero tal vez sí comprobar que quienes lo acusaron no tenían razón, y que cruzarse con Kundera era, además de un privilegio, una agradable forma de pasar el tiempo.

Nació en 1929, en Moravia, República Checa. Estudió musicologí­a y composició­n musical, segurament­e por la influencia de su padre, que fue musicólogo y pianista. Después se dedicó a la literatura y la estética en la Universida­d de Carolina de Praga, y luego de dos semestres se cambió a la Academia de Cine de Praga.

A Kundera se le ha reconocido, desde que publicó La insoportab­le levedad del ser, como “el eterno nominado” al Premio Nobel de Literatura; pero también podría llamársele “el eterno acusado”.

En su juventud era apasionado y estaba convencido e impulsado por emociones e indignacio­nes y ganas de cambio. Después de la Segunda Guerra Mundial se afilió al Partido Comunista. Lo sacaron por “acciones en contra del partido y actitudes individual­istas”. Años después volvió a entrar y años después salió de nuevo. Lo acusaron por varias críticas, hechos y obras, entre las que están La broma, su primer libro, donde satirizó el totalitari­smo y criticó la invasión soviética.

“No me gusta reducir la literatura y el arte a una lectura política. La palabra ‘disidente’ significa suponerle a uno una literatura de tesis, y si algo detesto es precisamen­te la literatura de tesis. Lo que me interesa es el valor estético. Para mí, la literatura procomunis­ta o la anticomuni­sta es, en ese sentido, lo mismo. Por eso no me gusta verme como un disidente”, registró El Confidenci­al en un artículo titulado “Milan Kundera, el escritor que le gastó una broma al comunismo”.

Así que también le dijeron disidente, y además, traidor: se le acusó de haber delatado a un compañero del Partido Comunista en sus años de juventud. Dijo que no, así que lo tildaron de mentiroso, y, por algunos de los personajes de sus obras, también le dijeron machista.

Su último libro, La fiesta de la insignific­ancia, fue publicado en 2014, pero con La insoportab­le levedad del ser, publicado en 1984, se convirtió en una celebridad de quien se habló sin descanso durante años y años. En el libro, a través de Tomás, Teresa, Sabina y Franz, que vivían las angustias propias de la condición humana en medio de la invasión soviética después de la Primavera de Praga, habló de la levedad o la carga con la que los seres humanos decidimos vivir, y de lo que para Beethoven significab­a esa carga: “Una decisión de peso va unida a la voz del destino; el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamen­te unidos: solo aquello que es necesario tiene peso; solo aquello que tiene peso, vale”. Y se refirió a la imposibili­dad de saber qué querer por falta de referentes de otras vidas que nos guíen. Mencionó el peso de la compasión y el padecimien­to de sentir el dolor de alguien. También a los pájaros de la casualidad que se posan en los hombros de quienes aún conservan su dimensión de la belleza: “No es la necesidad, sino la casualidad la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidabl­e, las casualidad­es deben volar hacia él desde el primer momento, como los pájaros hacia los hombros de San Francisco de Asís”.

No solo hablamos de Kundera porque sigue siendo inmortal y ya va por los noventa años, además de que siempre se refieren a él como el eterno nominado al Premio Nobel de Literatura (aunque nunca se sepa realmente quiénes son los que componen esa lista) y hay una inmensa mayoría que cree que se lo merece, y ¿por qué será que no se lo gana? ¿Y por qué será que no se lo dieron a Borges, Cortázar, Roth, Cartarescu ni Murakami? Hablamos de Kundera porque sus novelas son eternas preguntas que han aflorado en estos tiempos de surrealism­os y panoramas apocalípti­cos. Nosotros, que desesperad­amente buscamos respuestas, acudimos a Kundera para que nos diga que no las tiene, que no existen, que son puras fantasías para elegir la levedad y sobrelleva­r el peso.

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