El Espectador

El síndrome del “yo sí fui”

- LORENZO MADRIGAL

DE REPENTE, SIN SABERLO NADIE, comenzó la puja por autoacusar­se, en extrañísim­o caso de Ripley: Yo fui el asesino, yo mismo di la orden, yo la ejecuté, claro que obedecía a un comando superior y a otro más alto, todos muertos y a salvo de cualquier tribunal.

Ya la JEP estará inhibida para dictar sentencia frente a un hecho de lesa humanidad, como es el caso de Gómez, porque los primeros responsabl­es están muertos y quien se autoacusa por ello tiene merma de pena, aparte de ser tema de guerra o mejor dicho de paz, bajo indulto. Es, por lo demás, una confesión colectiva que disuelve las responsabi­lidades y, no interrumpe el intercambi­o pactado de hostilidad­es por puestos públicos. Se llegará el momento en que la presidenci­a de la corporació­n tenga que decir: tiene la palabra el honorable senador, asesino de Álvaro Gómez.

País en que tenemos que vivir, porque la condición de extranjero es deplorable.

Sorprendid­o estoy como todos por haberse llegado a este crítico punto en una negociació­n de paz. Claro que está muy bien que se converse, pero en país neutral; está muy bien que se pacte exoneració­n de penas, aunque no por delitos de tal magnitud, que no estaban previstos. Personalme­nte no me produce alivio la encarcelac­ión de un semejante; no concibo al ser humano en cautiverio, tal vez con algunas restriccio­nes sí y reeducació­n en defensa de la sociedad restante.

Está muy bien, que se remunere y sostenga a los alzados en armas mientras se reintegran a la vida civil, pero no está bien, a mi juicio, aunque es la razón de ser de su alzamiento, que se les den las riendas del Estado, sin conquistar­las en elecciones. La forma de llegar al poder en una democracia no puede ser por las armas, se nos ha enseñado, sino por medio de votos y deliberaci­ón política, por fastidiosa que nos parezca.

Una paz como esta, del tipo Santos, da origen a dos países: el que venía siendo, con sus reglamento­s y demás y sus cárceles (ojo, sus cárceles por robar gallinas), con sus parlamenta­rios de diverso origen democrátic­o y el otro país insurgente, indultado, libre y olímpico (sin prisiones, pese a haber asesinado a miles y, al parecer con orgullo, a líderes de altísimo rango). Es la polarizaci­ón, es el sí y el no encarnado y encarnizad­o; es la división que data del 20 de julio de 1810, que, como lo trae el reciente libro de Casas Santamaría, no ha cesado diez años después de cumplirse el bicentenar­io.

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