El Espectador

La minga y la estigmatiz­ación

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EL DEBATE PÚBLICO COLOMBIANO tiene que mejorar la manera en que reacciona a las protestas de la minga indígena. Cada vez que hay un levantamie­nto, un llamado de atención, vemos a quienes se apresuran a estigmatiz­arlos, a vincularlo­s con grupos guerriller­os e ilegales y a decir que no tienen ningún motivo para estar pidiendo reconocimi­ento. Eso lo único que consigue es posicionar un discurso de “ellos” (los protestant­es) contra “nosotros” (la institucio­nalidad), además de que se fomenta la violencia en su contra. ¿Cuántos años más pasarán en Colombia para que voces de relevancia nacional dejen de mirar las botas de los indígenas con malos ojos y creer que todo se trata de una conspiraci­ón?

La minga ha declarado su vocación de protesta pacífica. Por eso es tan importante reconocerl­a como tal. Es frustrante que los debates siempre se concentren en qué grupo armado está buscando sacar provecho, cuando hay ciudadanos queriendo ser escuchados, haciendo valer sus derechos.

Además, hay más que suficiente­s motivos para que la Minga del Surocciden­te quiera hablar con el Gobierno. La situación en la región es deplorable, los asesinatos a líderes sociales y a otras personas siguen presentánd­ose y, pese a las promesas, el Gobierno está lejos de haber respondido con suficienci­a a todas las necesidade­s. Partamos de ese punto para empezar a reconocer la complejida­d y lo importante de lo que está ocurriendo.

La minga ha sido enfática en desmentir los rumores de infiltraci­ón por disidencia­s de las Farc y el Eln. “Ello lo interpreta­mos”, dicen, “como una prueba de los intereses malintenci­onados de alterar el desarrollo de la protesta, generar caos y problemas de orden público”. Tienen razón. Más aún, es otra manera de amedrentar­los. Los señalamien­tos de complicida­d con grupos ilícitos hacen que los manifestan­tes se conviertan en objetivo de otros actores armados. Ya lo hemos visto y lo seguiremos viendo. Por eso insistimos en que las palabras importan y no podemos lanzar acusacione­s a la ligera.

Ahora, también es verdad que la Minga del Surocciden­te debería reconocer la voluntad del Gobierno Nacional. Insisten en que su debate debe ser directamen­te con el presidente Iván Duque. Sin su presencia, ven obstáculos para proseguir. Pero la realidad es que Presidenci­a les está dando la cara. Junto con la ministra del Interior, Alicia Arango, están los ministros de Salud, Agricultur­a, Ciencia y Ambiente, la Consejería para la Estabiliza­ción, la Oficina del Alto Comisionad­o para la Paz, la Dirección Nacional de Planeación, entre otros. ¿Cómo puede decirse que con esos representa­ntes no hay suficiente capacidad de debate y poder decisorio? Que la minga reconozca a su contrapart­e sería un gran paso adelante.

El 12 de octubre, la minga dijo que los funcionari­os del Gobierno intentaron “desviar el diálogo a espacios de mesas sectoriale­s con los ministerio­s que se hicieron presentes”. También agregaron que su movimiento no es solamente indígena, ya que está integrada por campesinos, afrocolomb­ianos, estudiante­s universita­rios, entre otros grupos. Esperamos que en las reuniones que seguirán ambas partes entiendan que lo mejor es escucharse y llegar a acuerdos, para demostrar que en Colombia se respeta la manifestac­ión social.

‘‘Hay que abandonar la estigmatiz­ación facilista de quienes reclaman sus derechos”.

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