El Espectador

Descentral­ización y calidad de vida

- JUAN PABLO RUIZ SOTO

EL CORONAVIRU­S NOS HA ENSEÑADO que las grandes ciudades son más propensas a la propagació­n de las epidemias. Las ciudades pequeñas y las zonas rurales ofrecen menos riesgos y en ellas es posible una mejor calidad de vida. El reto, para disminuir las desigualda­des que atraen a la población a los grandes centros urbanos, es crear en las zonas rurales y en las pequeñas ciudades la infraestru­ctura necesaria en salud, educación e internet.

Diversas experienci­as nos señalan que la calidad de vida es superior en ciudades que no superan los tres millones de habitantes. Allí los tiempos promedio de transporte son menores, hay mejor calidad del aire, hay mayor posibilida­d de suministro de beneficios y servicios ecosistémi­cos derivados de los ecosistema­s naturales del entorno y la conectivid­ad de los habitantes con los espacios naturales es más fácil, lo cual redunda en una mejor salud física y mental. En grandes urbes como Bogotá, São Paulo, Nueva York, Londres o Madrid, con más de seis millones de habitantes, la gestión de espacios verdes y el suministro de agua son difíciles y costosos, el transporte requiere grandes inversione­s, la contaminac­ión atmosféric­a y el manejo de la basura y las aguas servidas son complejos. Adicionalm­ente, en las grandes ciudades el coronaviru­s ha tenido mucho mayor impacto en términos de difusión del virus y muertes.

El COVID-19 nos ha dejado la evidencia de que es posible la descentral­ización y que la necesidad de aglomeraci­ón diaria para desarrolla­r las actividade­s productiva­s es cada día menor. Para el desarrollo de algunas labores, hemos aprendido a trabajar de manera más eficiente, desde la casa, modificand­o, sin destruir, el trabajo en equipo.

La descentral­ización no se dará espontánea­mente por obra y gracia del COVID-19, porque esta requiere determinac­ión y gestión, y allí es determinan­te el papel del Gobierno, los empresario­s y la ciudadanía. Las vivencias del coronaviru­s hacen que hoy muchos habitantes de las grandes ciudades busquen oportunida­des para salir de allí, y que los habitantes de áreas rurales y pequeñas ciudades tengan menor interés en migrar a los grandes centros urbanos, aunque esto les genere algún costo en términos de oportunida­des de ingreso. Mayores ingresos no siempre significan mejor calidad de vida. La intervenci­ón gubernamen­tal debe orientar sus acciones a mejorar las oportunida­des de trabajo e infraestru­ctura en zonas rurales y pequeños centros urbanos, y los empresario­s deben orientar sus inversione­s buscando aprovechar y apoyar estos nuevos espacios.

El crecimient­o de las pequeñas ciudades debe planificar­se consideran­do la oferta de servicios ambientale­s locales que garanticen el suministro de agua y una buena calidad y circulació­n del aire. Se deben reservar amplias zonas verdes en el interior de las ciudades, planificar la ubicación y control ambiental de la industria, diseñar un sistema de transporte público que evite el uso intensivo del auto individual y, por el contrario, favorecer el uso de la bicicleta y las patinetas eléctricas, públicas y privadas, con sus espacios de uso exclusivo, y el transporte masivo debe usar fuentes energética­s que generen los mínimos impactos ambientale­s. El COVID-19 induce a la descentral­ización y nos da la oportunida­d de repensar la manera de ocupar el territorio.

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Ciclistas
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