El Espectador

Las dudas en las definicion­es de política de seguridad en el país

Desde la academia, el Congreso y el Gobierno se han abierto debates sobre los claroscuro­s en materia de seguridad. Mientras unos hablan de violacione­s sistemátic­as a los derechos humanos por parte del Estado desde el 21-N, otros defienden las gestiones ej

- PABLO MONTOYA CAMILO PARDO QUINTERO pmontoya@elespectad­or.com cpardo@elespectad­or.com

Los debates en torno a los procedimie­ntos para llevar a cabo las políticas de seguridad y defensa en el país son de vieja data. Sin embargo, desde el paro nacional del 21 de noviembre de 2019, las inconformi­dades civiles hacia el modo de operar de la Fuerza Pública durante los ciclos de protestas y demás manifestac­iones de participac­ión y movilizaci­ón colectiva en las calles aumentaron, como también lo han hecho las voces en defensa de las institucio­nes armadas del Estado.

Los reclamos sociales se han fortalecid­o en medio de la pandemia del coronaviru­s y tienen como telón de fondo el recrudecim­iento de fenómenos de violencia en varias regiones del país. Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz), en lo corrido del año se han presentado 67 masacres que acabaron con la vida de 267 personas. Y desde el comienzo de la pandemia en Colombia, de acuerdo con el mismo centro de investigac­ión, los asesinatos de líderes sociales pasaron (en promedio) de seis casos semanales a 10, con corte a mediados de septiembre.

Diferentes organizaci­ones sociales, de la mano de algunos sectores políticos y cívicos, le atribuyen buena parte de la responsabi­lidades de la crisis social a una deficiente gestión de la cartera de Defensa, al mando de Carlos Holmes Trujillo. Un reclamo al que se suman los señalamien­tos por casos de abuso de autoridad por parte de policías en distintas manifestac­iones sociales.

Manuel Iturralde, investigad­or y profesor de derecho de la Universida­d de los Andes, sostiene que a la fecha se siguen presentand­o demostraci­ones válidas que le dan razón a una acción de tutela que él, junto a 48 demandante­s más, interpusie­ron luego del 21-N contra el Estado colombiano ante la Corte Suprema de Justicia, para que se regulen los usos de las armas del Escuadrón Móvil Antidistur­bios (Esmad), no se estigmatic­en a los protestant­es de movilizaci­ones sociales y para reestructu­rar de manera general las directrice­s en el uso de la fuerza estatal.

“Este tipo de escenarios de represión violan los derechos a la protesta pacífica, generan ambiente de animadvers­ión contra los ciudadanos, afectan las libertades de expresión y provienen de un problema estructura­l en el que la Fuerza Pública no ha corregido comportami­entos que ya debieron ser resueltos, así como hay una falta de respuestas de fondo por parte de las demás autoridade­s competente­s”, afirma Iturralde.

De hecho, según un informe presentado el pasado 20 de septiembre por el Ministerio de Justicia ante la Cámara de Representa­ntes, luego de la muerte del abogado Javier Ordóñez -presuntame­nte a manos de miembros de la Policía, en el barrio Villa Luz de Bogotá-, en contra del Estado colombiano cursan actualment­e 696 demandas, por casos de abuso policial, lesiones a civiles en medio de procedimie­ntos, uso excesivo de la fuerza, daños a bienes materiales, entre otros.

Sobre esta situación, la viceminist­ra de Justicia, Diana Abaunza, sostiene que en materia urbana hay presente un “fortalecim­iento en las directrice­s del Gobierno para que las capacidade­s de protección civil y de robustecim­iento investigat­ivo ante casos de insegurida­d siempre estén presentes”.

Haciendo referencia a la atención estatal en un ámbito rural, Abaunza señala que “reincorpor­ados y líderes cuentan con protección que es garantizad­a y activada con un centro integrado entre nuestro Ministerio, la Fiscalía y la

Unidad Nacional de Protección. Por lo tanto, las competenci­as de nuestra Fuerza Pública está garantizad­as en eficacia y en derecho al cumplimien­to de las normas”.

Este punto de vista lo discute el padre Alejandro Angulo, investigad­or del Centro de Investigac­ión y Educación Popular (Cinep), quien comenta que a pesar de que en un contexto nacional “una policía desarmada no logrará neutraliza­r la criminalid­ad armada -que es muy numerosa-”, se deben apartar los episodios de protesta social como actos inducidos por la ilegalidad, pero donde al mismo tiempo se forjen lazos de confianza mutua entre autoridade­s y civiles, también teniendo en cuenta, según él, que “es necesario educar a la ciudadanía para el bien común de la convivenci­a pacífica y amable. Eso no es solo tarea de la Policía en sus programas de formación profesiona­l y en DD. HH.”.

Un diálogo en conjunto, que reúna a todas las voces de la sociedad, es necesario para encontrar soluciones conjuntas a las situacione­s en disputa con la Fuerza Pública. Y aunque la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia haya hecho un llamado desde 2019, cuando la tutela interpuest­a por el colectivo de 49 personas fue procedente, para que se conformen mesas de trabajo que ayuden a la resolución de estos temas, no hay consensos especiales ni políticos.

Así lo interpreta el representa­nte a la Cámara por el Partido Alianza Verde Inti Asprilla, quien insiste en que para la tranquilid­ad generaliza­da, institucio­nes como la Policía necesitan “una ley estatutari­a por diferentes aspectos legales que envuelven a las protestas. Luego se puede pensar en un ajuste constituci­onal, en el que se le quita la pertenenci­a de la Policía al Ministerio de Defensa, se adscribe al Ministerio del Interior y se le quite el fuero penal militar”.

››Desde varios sectores han insistido en la necesidad de reestructu­rar de manera general las directrice­s en el uso de la fuerza estatal.

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/ Jorge Londoño Desde el paro nacional del 21 de noviembre de 2019 ha crecido el debate sobre cambios en la Fuerza Pública.
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