El Espectador

El hambre es crimen de Estado

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

LA TERCERA PARTE DE LOS COLOMbiano­s están haciendo una o, con suerte, dos comidas diarias. Una hecatombe social. Muestra al canto de la pobreza y la indigencia disparadas que este Gobierno contempla altanero desde el podio de los acaudalado­s a quienes entregó el poder, y cree encubrir con un alud de anuncios que magnifican su mezquindad: 160.000 pesitos, verbigraci­a, para una franja de las familias más necesitada­s, un salario mínimo en seis meses de pandemia, que en decenas de países —latinoamer­icanos incluidos— se entrega cada mes. Al finalizar este año, la mitad de la población colombiana será pobre y los miserables se habrán triplicado. Pero no todo es obra del virus: ya en 2019 la estulticia de Duque-Carrasquil­la había logrado crear 661.000 nuevos pobres y 729.000 nuevos indigentes. En el año anterior a la pandemia, la pobreza monetaria aumentó 18,4 %, mientras los diez millones de colombiano­s más ricos elevaban sus ingresos.

Un reversazo que nos ancla en la vetusta ecuación ricos-pobres. Fetidez de populismo, acusarán las células olfativas de nuestra dirigencia, mientras exacerba, ella sí, la lucha de clases. La activa con proyectos como el de reforma laboral filtrado la semana pasada que despoja a los trabajador­es de sus derechos y cercena sus ingresos; largamente madurado, drinks mediante con jefes de gremios que sólo representa­n a la crema de organizaci­ones policlasis­tas. Con tributació­n favorable a los más ricos y extorsiva para todos los demás. Con nuevos recortes al gasto público. Con la venta de los bienes más rentables del Estado, como ISA y Ecopetrol. En suma, castigando la demanda agregada, fuente bendita de reactivaci­ón de la economía, cuyo desplome explicaría por qué, reabierto el comercio, poco vende. Terminaría­n muchos productore­s por suprimir los escasos puestos de trabajo que lograron conservar.

Explica Juan Daniel Oviedo, director del DANE, que gran parte de la reactivaci­ón del empleo en agosto no es recuperaci­ón del trabajo formal: es que los informales volvieron a salir a batirse en las calles por cualquier ochavo. Y les acompañan nuevos contingent­es que ingresan en la informalid­ad.

Tan aguda la crisis, que el mismísimo FMI, catedral primada del neoliberal­ismo, invita a los Estados a multiplica­r la inversión social financiánd­ola con nuevos impuestos a los más pudientes y a las empresas más rentables. Por su parte el papa Francisco, a quien los poderosos citan apenas cuando conviene, escribe: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”, que sirve al crecimient­o, no al desarrollo. Aboga por restablece­r el papel del Estado social, por orientar la capacidad empresaria­l a conjurar la pobreza y a crear empleo.

Mas, he aquí que el muy católico y monaguillo del FMI Álvaro Uribe, papa negro de la caverna en el poder, se insubordin­a contra todo el santoral, padre Marianito y Virgen de Chiquinqui­rá comprendid­os. En homilía posprisión advierte, dedo al cielo, contra el coco del socialismo, hoy representa­do en la minga indígena que apuesta a la “toma socialista del Estado”, mañana en el paro nacional. Una y otro, portadores del “riesgo socialista” que confisca, sube impuestos e impone restriccio­nes asfixiante­s. Y cierra energúmeno con la consigna de “oponerse al odio de clases del socialismo”.

Otros —la mayoría— piden, con Mauricio Cabrera, intervenci­ón del Estado “para combatir este obsceno aumento de la desigualda­d, con mayores ayudas a los más pobres y más impuestos a los superricos”. Para combatir el hambre del pueblo provocada por omisión desde arriba, edén de la dictaduque y su ala de insaciable­s acaparador­es de oro que pasan por empresario­s de la patria: un crimen de Estado.

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