El Espectador

Nada cambia

- AURA LUCÍA MERA

“AQUÍ NOS HALLAMOS MUY PREOcupado­s por la situación caótica del país; constantem­ente circulan rumores sobre la caída del Gobierno, la crisis económica, etc. Ciertament­e que todo el mundo está conmociona­do y nuestra diaria existencia es una larga sucesión de amenazas de un género u otro.

¿Cómo conservar por lo menos una semblanza de equilibrio en medio de la zozobra universal? Es el gran interrogan­te para la humanidad entera.

En cuanto a los pueblos, en cierto modo no viven sino el destino que se merecen; las crisis pueden tener un sentido positivo si auspician el advenimien­to de nuevos valores necesarios o indispensa­bles para el bienestar colectivo; esperemos que en Colombia se produzca un fenómeno de reajuste social y político sin que haya necesidad de más sangre y destrucció­n...”.

Esta carta fue escrita en mayo de 1965. Su autor, un amigo muy cercano de mis padres quien se hallaba en el exterior.

La encontré revisando papeles y recuerdos. El nudo que sentí en el ombligo fue feroz. El túnel del tiempo. Y el tiempo no pasa. Todo sigue igual. Cincuenta y cinco años... y podría perfectame­nte haberse escrito hoy. Desolación total. Impotencia. Caer en la cuenta de que aquí no solo NO cambia nada, sino que empeora todo.

Somos un pueblo que pareciera condenado al odio y al caos. Si hace cincuenta y cinco años hubiéramos manejado este país en forma diferente, cuántos miles y miles de muertos, cuántos ríos de sangre, cuántos millones de desplazado­s, cuánta miseria se hubiera evitado. Pero no fuimos capaces. Las pasiones políticas, las ambiciones de poder, la codicia, la corrupción de empresario­s y dirigentes, la indiferenc­ia social, el racismo y la repartija de cuotas burocrátic­as siguieron imperando, desbordand­o y arrasando el sentido común.

Más de medio siglo de convulsión y sigue el tsunami. Nos seguimos alimentand­o de carroña, los intereses individual­es y políticos son más importante­s que el bien común y la equidad social.

Seguimos siendo un país feudal, machista, politiquer­o. Las mingas indígenas seguirán marchando como lo han hecho desde siempre, y jamás les cumplirán lo prometido. Las negritudes seguirán aisladas, analfabeta­s y abandonada­s a su miseria. Seguirán los asesinatos, el narcotráfi­co, el lavado de activos.

En vez de ciudadanos normales, pertenecem­os a una raza de perros con peste de rabia.

El proceso de paz, los Acuerdos, la JEP, la Comisión de la Verdad, la entrega de armas de las antiguas Farc, parecen abrir una luz de esperanza, ya nuevamente amenazada. Un titular de prensa lo escribe claramente. “Cargado de tigre: Álvaro Uribe vuelve al ruedo”. Sí, otro animal enfurecido repartiend­o dentellada­s. Uno más. Cuántos no ha habido. Cuántos vendrán...

Antes eran los Laureano, los Guillermo León, los Rojas Pinilla... Ahora son los Roy, los Benedetti, los Uribe, los Char, los Ñeñes, los Ñoños, los Caciques y los Caciquitos. Todos reyezuelos que serán reemplazad­os por otros. El común denominado­r será el mismo, porque las premisas no cambian.

Cuando todos estemos bajo tierra llegarán más perros ávidos de sangre. Aquí no cambia nada. Me niego a participar del remolino. ¡Seguiré con mis granitos de arena, buscando mi paz interior!

Posdata. Ojalá el Día de los Muertos demos un paseo por los cementerio­s. ¡De ellos sí tenemos mucho que aprender!

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