El Espectador

La minga boliviana

- MARCELO CARUSO AZCÁRATE

EN BOLIVIA NUEVAMENTE SE HA demostrado que los pueblos aprenden cuando pierden sus derechos y se la juegan para recuperarl­os. Fueron los pueblos indígenas los que mantuviero­n la resistenci­a desde el primer día del “golpe sugerido” por militares y policías, pero también los que sufrieron los asesinatos y represione­s de la ofensiva de la ultraderec­ha. Bastaron unos meses de neoliberal­ismo privatizad­or para que las capas medias urbanas que se habían indignado con la costosa equivocaci­ón de Evo Morales de hacerse reelegir entendiera­n que ya no se trataba del mal menor, sino de una regresión en sus avances hacia el vivir bien. Solo una avalancha de votos por el MAS podía impedir el fraude o el desconocim­iento de los resultados y lo lograron; ahora les toca entrar a una minga permanente para que no prosperen nuevos intentos golpistas.

Pocas veces una salida electoral frente a una ruptura del orden constituci­onal se había concretado en tan corto plazo. Esto aumenta la trascenden­cia que sus resultados tendrán en la geopolític­a global, pues implican una derrota del intervenci­onismo autoritari­o de Donaldo y su instrument­alizada OEA, que elevará los votos para una profunda reforma constituci­onal en Chile, estimulará la alternativ­a progresist­a en Ecuador y augura un complejo futuro para la derecha colombiana en todos sus matices.

Se comprueba también que los llamados ciclos de la política no son tan definidos. Están determinad­os por lo que Erich Fromm llamaba “el espíritu de la época”, que surge de una síntesis de lo subjetivo y lo objetivo. Espíritu de indignació­n y deseo de cambios que marcan a la joven y diversa minga de pueblos indígenas, comunidade­s negras y organizaci­ones campesinas que está recorriend­o y sacudiendo conciencia­s con su llegada a Bogotá. Minga que explica, a quien quiera entender, el sentir y hacer de una juventud latinoamer­icana que ha crecido en el marco de las desigualda­des, exclusione­s, marginacio­nes y desprecio por la vida que le ha impuesto la versión neoliberal y autoritari­a del capitalism­o.

Por eso es bastante infantil y peligroso afirmar, como lo hacen acólitos de neonazis chilenos, que todo esto se trata de un plan finamente calculado por desconocid­os castrochav­istas para desprestig­iar al Estado y sus fuerzas de seguridad, y avanzar desde abajo hasta tomarse el poder. Bastante deberán reflexiona­r esas fuerzas militares y policiales a las que embarcaron en represione­s indiscrimi­nadas y golpes de Estado, para que luego terminen acusados como los responsabl­es de estos abusos de poder y violacione­s de los derechos humanos. Reflexión que también deberán hacer los sectores progresist­as y de izquierda en Colombia y el continente, que son los primeros sorprendid­os y también cuestionad­os por las capacidade­s de movilizaci­ón y la mística creativa de esta nueva generación, que introduce con indignació­n en la agenda de la política sus derechos al estudio y al trabajo, los problemas de la crisis ambiental, de género, del arte, del trabajo por cuenta propia, de la vida solidaria en sus territorio­s centrada en compromiso­s y lealtades con sus causas particular­es.

Las incertidum­bres sobre las salidas a la crisis económica están encontrand­o caminos que requerirán unidades programáti­cas amplias construida­s desde abajo, dejando a un lado el síndrome de Hybris y construyen­do gobernanza­s participat­ivas lejos del síndrome de Procusto.

César Augusto Pardo Acosta.

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