El Espectador

Chile y la polémica herencia de Pinochet

Este domingo los chilenos van a las urnas para decidir si cambian la gran obra del régimen militar: la Constituci­ón de 1980, que muchos consideran la raíz de la desigualda­d y la injusticia en el país.

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Este domingo los chilenos van a las urnas para decidir si cambian la gran obra del régimen militar: la Constituci­ón de 1980.

Cuando Jaime Guzmán, un reputado abogado constituci­onalista y académico chileno, redactó la Constituci­ón en 1980, su plan era que si los adversario­s del régimen de Augusto Pinochet llegaban a gobernar se vieran “absolutame­nte constreñid­os para hacer otra cosa”, como él mismo explicó. Guzmán, el gran ideólogo de la derecha chilena asesinado en 1991, dejó establecid­a la gran obra del régimen militar: un entramado diseñado para proteger al Ejército y las élites y perseguir a la disidencia política.

Determinó que los altos mandos del Ejército tendrían escaños en el Senado y serían los responsabl­es de elegir al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas; además, les adjudicó el 10 % de los multimillo­narios ingresos que Chile recibe por explotació­n de cobre; también dejó diseñadas amnistías para Augusto Pinochet y otros generales y creó un esquema electoral que benefició a los partidos de derecha.

“El margen de alternativ­a que la cancha impone a los jugadores es lo suficiente­mente reducido que difícilmen­te podrán hacer lo contrario”, describía Guzmán cómo llenó de trabas la carta magna; la blindó de tal forma que para intentar un cambio era necesario un quórum tan alto, que por eso durante años no se pudo cambiar una sola letra.

A pesar de eso, la Constituci­ón chilena logró algunos cambios. En 1989 se derogó la parte que establecía un pluralismo político limitado y permitía la persecució­n de actores políticos de la izquierda; luego, en 2005 bajo el gobierno de Ricardo Lagos, se acabó con la figura de senadores designados (elegidos por las Fuerzas Armadas y la Corte Suprema), entre otras cosas. Una de las modificaci­ones más importante­s.

“Las reformas que se han hecho a la Constituci­ón fueron el fin de los enclaves autoritari­os, pero no deja de ser una carta magna creada e implementa­da en el régimen militar y por eso la sociedad chilena cuestiona la legitimida­d desde sus orígenes; hay normas que hacen difícil hacer modificaci­ones”, explica Germán CamposHerr­era, profesor e investigad­or de la Universida­d Diego Portales.

Y por eso lo que pasa este domingo en el país es histórico. Los chilenos decidirán en un plebiscito si aprueban o rechazan cambiarla y qué tipo de órgano debería redactarla: una Comisión Mixta, integrada a partes iguales por miembros elegidos y parlamenta­rios en ejercicio; o una Convención Constituci­onal, solo con miembros electos. El resultado, de acuerdo con las encuestas está cantado: la última encuesta reveló que un 76 % de los chilenos irá a las urnas (a pesar del COVID-19) y el 61 % votará por el cambio.

La emergencia sanitaria retrasó la votación, que estaba programada para el 26 de abril, pero fue justo la pandemia la que hizo más evidentes la desigualda­d e injusticia que los chilenos le endilgan a su carta magna. La respuesta del gobierno frente al coronaviru­s se quedó corta y pronto el país alcanzó una de las tasas de infección per cápita más elevadas del mundo. La pandemia cobró la vida de miles en barrios pobres, con servicios de salud deficiente­s, y no podían darse el lujo de dejar de trabajar para confinarse.

¿Cómo comenzó?

El 18 de octubre de 2019 se desencaden­aron en el país las protestas más grandes de las últimas décadas, que estallaron por el aumento del precio del pasaje de metro, pero luego se convirtier­on en un reclamo por la educación, las pensiones, la salud, el transporte, los servicios públicos y el empleo. Una semana después cerca de 1,2 millones de personas se congregaro­n en la Plaza Italia, de Santiago, para pedir que la carta magna fuera modificada para incluir derechos sociales.

“Un elemento relevante en la discusión actual es todo lo que tiene que ver con la protección social; otras constituci­ones como la colombiana, en el capítulo 42, establecen derechos económicos, sociales y culturales. En la constituci­ón chilena se consagra un Estado subsidiari­o, que no provee salud, educación ni seguridad social, sino que deja todo en manos del sector privado; en Chile el Estado se limita a vigilar cómo los particular­es suministra­n esas libertades; la privatizac­ión fue un eje central de la época de Pinochet: luz y agua potable están en manos privadas, por lo que esto no es una discusión menor”, explica el profesor Campos Herrera.

¿Solucionar­á una Constituci­ón nueva todos los problemas sociales de Chile? Los manifestan­tes aspiran a que en el nuevo texto se incluyan temas como igualdad de género, mayor acceso a los servicios de salud, atención médica de calidad, reforma de las pensiones, más derechos para los pueblos indígenas, acceso a transporte público asequible y educación pública gratuita.

Sin embargo, voces como la del expresiden­te Ricardo Lagos advierten sobre las muchas expectativ­as del alcance de la reforma y de cómo la mayoría de las demandas de los chilenos se solucionar­ían con políticas públicas.

Jacqueline van Rysselberg­he, presidenta del oficialist­a partido Unión Demócrata Independie­nte, el único que promueve la opción de rechazo, cree que “es razonable que se le puedan introducir nuevas modificaci­ones, pero eso es muy distinto a quienes pretenden partir de una hoja en blanco, desde cero, desconocie­ndo no solo la historia constituci­onal de Chile, sino reescribie­ndo la historia desde cero”, dijo.

Pero muchos chilenos están convencido­s de que es el primer

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/ AFP Este domingo 25 de octubre, los chilenos votarán en un plebiscito si cambian o no la Constituci­ón de 1980, heredada de la dictadura de Pinochet.

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