Arbitrariedad subcutánea
ES CIERTO QUE LOS LINDEROS ENtre órganos de poder diferenciados y supuestamente independientes se han venido desvaneciendo. Es cierto que las relaciones con las cortes están rechinando. También, que el elenco de legislación por decreto ha logrado un récord y que la capacidad de control del Congreso virtual se ha diluido. Hay fundados temores sobre la independencia del Banco de la República. Proliferan los abusos policiales de modo que ya no es posible decir que son “casos aislados”.
Pero si la cuestión de la arbitrariedad y vigor del Estado de derecho se mira solo a través del Ejecutivo, el análisis es insuficiente. Esto puede ser temporal. Puede cambiar la tendencia en el 2022.
En cambio, lo verdaderamente grave es la casi imperceptible instalación de una arbitrariedad civil, privada y subcutánea.
No es nuevo que en la humanidad rivalicen visiones diversas sobre el poder. Nosotros, los liberales, creemos que la diferencia vale. Que una sociedad unificada destruye algo esencial en la especie humana: la aventura de la creación y de la libertad. Al lado y de forma paralela, hay quienes no conciben una sociedad tolerante, quizás por poseer un superyó tiránico, a fin de reprimirse a sí mismos. Quieren lograr una estandarización supuestamente protectora. Los liberales creemos en los frenos y contrapesos, la sociedad civil vigorosa, el libre desarrollo de la personalidad. El atavismo contrario es el de un sistema de poder que unifique, con intrusión en la esfera íntima, dirigismo moralista y la idea paternalista de que las personas son tan incompetentes para encontrar su camino que alguien, modernamente el Estado, antes la religión, debe hacerse cargo de hacerles el “bien” aun en contra de su voluntad.
Ese es el verdadero problema. La configuración ideológica del Gobierno puede subsistir o desaparecer. Pero el que se instale un superyó poderoso, que venía en declive desde la Constitución del 91, puede anunciar un largo camino de sombras.
Situaciones aparentemente pequeñas son advertencias peligrosas. La jugadita de Macías al impedir que el Gobierno oyese las argumentaciones de la oposición. El aborto del debate de censura al ministro de Defensa mediante una simple proposición es el anuncio de la presencia de una mayoría impúdica que piensa que su función es arrasar. La sola idea de que, en vez de un debate y una decisión, basta con “recoger firmas” una a una, como lo denunció Robledo, ya es una enorme desfiguración de la democracia. No es un detalle de forma.
Tras décadas de una narrativa que veía en cualquier manifestación de protesta el riesgo de atentados y violencias, viene la refrescante minga. La clase dirigente tiene que cambiar la óptica. Las protestas de esta semana muestran que sí hay posibilidad para un país más democrático. La tradicional descalificación —que es el Eln, que son narcos, que es Santrich— quedó en Babia. Y aunque a algunos les moleste, fue el Acuerdo del Colón el que abrió posibilidades a una sociedad capaz de tramitar sus diferencias. Si no lo vuelven trizas.
Entre tanto, Alfredo Rangel dice que los indígenas son “culpables” de algo muy grave: que no hubo vandalismo. Extraña lógica. Igual a la de quienes entran en pánico cuando el “enemigo” se desvanece. En psiquiatría es el miedo al miedo de no tener miedo que caracteriza la persistencia de las fobias.