El Espectador

Los frutos de la unión en El Castillo (Meta)

Enith Medellín, una castillens­e desplazada por las amenazas de grupos armados, regresó para formar asociativi­dades campesinas con el fin de dinamizar la economía local y darle una nueva cara a una zona del Meta que vivió la crueldad de la guerra.

- CAMILO PARDO QUINTERO cpardo@elespectad­or.com @camilopard­oq22

El surocciden­te del Meta, a la altura de los municipios que rodean los ríos La Cal, Ariari y Guape, vivió los años más crudos del conflicto armado colombiano a finales de la década de los ochenta. Por ese entonces operaban el frente 26 de las antiguas Farc y pululaban paramilita­res del bloque Héroes de los Llanos, pertenecie­nte a las filas del temido Miguel Arroyave, alias el

Arcángel, a quien no le temblaba la mano para ordenar asesinatos sistemátic­os a personas que, según él, apoyaban a los guerriller­os.

Documentos de Justicia y Paz revelan que Arroyave cometió estos delitos por más de dos décadas, antes y después de formar parte del bloque Centauros de las extintas Autodefens­as Unidas de Colombia (Auc).

Con profundo dolor, Enith Medellín, una castillens­e de nacimiento, pero nómada a causa de los desplazami­entos forzados, recuerda los relatos de su madre Zenaida en los que narraba cómo tuvieron que salir de El Castillo en 1986, cuando apenas era una bebé en brazos y su hermano estaba en camino.

“Mi madre salió conmigo y esperando a mi hermanito para buscar una mejor calidad de vida. Luego de atravesar momentos difíciles, en los que nos enteramos de que habían asesinado a mi abuelo y a otros miembros de la familia, por fin en 1989 encontramo­s un nuevo hogar en La Vega (Cundinamar­ca)”, recuenta Enith.

Según ella, sus vecinos y la mayoría de castillens­es tuvieron que salir “con una mano atrás y otra adelante” para cuidar a sus familias. Algunos desplazado­s, según la Unidad para las Víctimas, lograron reencontra­r un rumbo más tranquilo. Otros, por desgracia, se vieron ante otros episodios de violencia, como la masacre de Caño Silbao, el 3 de junio de 1992, donde en esa vereda entre Granada y El Castillo grupos paramilita­res asesinaron a cinco militantes de la Unión Patriótica (UP).

Enith se independiz­ó de su madre y se fue a vivir a Bogotá, mientras Zenaida se asentó en Villavicen­cio. “Entre 2000 y 2007 apareciero­n otros grupos en nuestro municipio y por eso no pudimos regresar. Hacia 2013, por falta de capacidad económica, mi mamá regresó al pueblo y yo la visitaba en vacaciones. Me daba envidia, porque a pesar de estar apretada en muchas cosas, a ella se le veía tranquila, mientras yo me la pasaba estresada por el estilo de vida en Bogotá. Lo medité muy bien y, guiada por mi deseo de trabajar en el campo, volví a El Castillo a finales de 2015, con el deseo de no salir de allí nunca y de darles una nueva vida a mi pueblo y a nuestros cultivos”.

Inicialmen­te, Enith y su familia comenzaron a trabajar con cultivos de plátano, yuca y maíz, pero en 2017 el alza de estos productos estuvo al borde de mandar el proyecto agrícola a la quiebra. “Mis vecinos estaban acostumbra­dos a que en las cosechas a veces se gana y a veces se pierde, yo no. Desde ahí, y viendo la necesidad de todos en la comunidad a causa de las alzas, decidí que no podíamos salir adelante si no era de manera colectiva”.

El Castillo reverdeció

Desde ese mismo 2017, Enith encabezó la Junta de Acción Comunal.

Con el apoyo de 32 personas en su mayoría mujeres- comenzó la Asociación de Campesinos Productore­s de El Castillo (Ascocampro­cas), una iniciativa para darle una nueva imagen -sin violencia- al municipio y ver en el plátano, especialme­nte, la llave para un futuro lleno de esperanza.

Desde ese entonces doña Zenaida se encarga de la verificaci­ón de la calidad de los plátanos. Por sus manos pasan las decisiones de continuar con la producción o parar y revisar estándares de calidad.

Enith y sus demás compañeros se encargan de generar el valor agregado en la transforma­ción del plátano y, por momentos, de la yuca. “Nos capacitamo­s con el Sena, con entidades públicas y con universida­des para saber más del negocio y hacerlo crecer. Nuestro deseo es exportar y que El Castillo sea visto como el eje de la agroindust­ria en el Meta”.

Por medio de convenios que se han establecid­o con la Gobernació­n del Meta y la Alcaldía de El Castillo, los plátanos han podido distribuir­se para llegar a centrales de abasto de Villavicen­cio y Bogotá, principalm­ente. Las ganancias mensuales, dependiend­o de la época del año, pueden llegar a los $20 millones, que se distribuye­n entre la venta de plátano, yuca y “aritos de oro”, un producto tipo snack a base de plátano que busca generar valor agregado y aprovechar al máximo el recurso en los meses en los que los racimos abundan en el municipio.

A la fecha hay 20 personas vinculadas a Asocamproc­as, 13 menos que al inicio (por diferentes motivos). Sin embargo, cada persona involucrad­a en este proyecto se levanta con el reto de aumentar unidades de producción y hacer que en El Castillo los años de la guerra queden como un recuerdo que los impulsó a levantarse para sacar sus mejores cualidades y trabajar en una tierra fértil y habitada por personas valientes.

Lo que esperan los habitantes de El Castillo es que la próxima y única guerra que vean sea la de precios, para entrar en un mercado local de libre competenci­a en el que la calidad del plátano impulse a una población que sin quererlo se acostumbró por años a vivir fuera de su hogar.

››El reto es que en El Castillo los años de la guerra queden como un recuerdo que los impulsó a levantarse para sacar sus mejores cualidades y trabajar en una tierra fértil.

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/ Cortesía El objetivo que tiene la comunidad es poder exportar sus productos y convertirs­e en el eje agroindust­rial del Meta.
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