El Espectador

Joe Biden y Donald Trump se fijaron en los influencia­dores del país porque tienen algo que ellos no: son auténticos y capaces de ganarse los votos de los indecisos.

Los candidatos a la presidenci­a de Estados Unidos pusieron sus ojos en los influencia­dores del país porque tienen algo que ellos no: son auténticos y capaces de ganarse los votos de los indecisos.

- NICOLÁS MARÍN NAVAS nmarin@elespectad­or.com @nicolasmar­inav

Si las elecciones de 2016 en Estados Unidos fueron las que destaparon la capacidad política de los datos personales para manipular a los votantes, las de 2020 podrían no solo heredar técnicas similares, sino destapar la importanci­a de los influencia­dores como difusores de contenido político y desinforma­ción. Y no es algo exclusivo de un partido, tanto Joe Biden como Donald Trump han utilizado, incluso pagado, a personas “relevantes” que tengan cercanía y confianza con el electorado.

Los influencia­dores políticos son, en pocas palabras, personas comunes y corrientes que crearon sus perfiles públicos en redes sociales dentro de marcas comerciale­s, muchas veces para monetizar su contenido, y que ahora han empezado a hablar de política. Por poner un ejemplo, una mujer con 20 mil seguidores en Instagram que se dedicaba a subir recomendac­iones de vida sana, termina publicando paralelame­nte secciones políticas en las que difunde las noticias falsas sobre el COVID-19 que predica Trump.

Este ha sido el resultado del informe “Influencia­dores en las redes sociales y las elecciones estadounid­enses de 2020: pagar a la ‘gente común’ por la comunicaci­ón de campañas digitales”, publicado por el Centro de Interacció­n con los Medios de la Universida­d de Texas, en Austin. Durante la crisis sanitaria los investigad­ores se dieron cuenta de que no solo los tiempos en las pantallas han aumentado, sino que el contenido de los influencia­dores ha adquirido otro tinte. Entre los temas de los que más se habla es del COVID-19, teorías conspirati­vas como QAnon y las protestas desatadas por el asesinato de George Floyd, el pasado 25 de mayo.

Desde marzo el equipo de investigad­ores entrevistó a 14 expertos, dentro de los cuales hay estrategas políticos involucrad­os en redes de influencia­dores, reguladore­s gubernamen­tales e influencia­dores políticos. La respuesta sobre el interés que despiertan los candidatos ha sido: “Están obsesionad­os con ellos”. Ahora bien, es muy difícil detectar cuánto les pagan, pues la transferen­cia se hace por fuera de la red social.

“Todas las plataforma­s permiten a los políticos conectarse directamen­te con los votantes. No tienen que pasar por los medios como solían hacerlo”, explica el profesor de la Universida­d de Lund Michael Bosetta al medio Alive. Toda esta interacció­n digital, que Bosetta llama participac­ión no electoral, es cada vez más importante. “No deciden directamen­te quién será el presidente, pero influyen en la conversaci­ón”.

¿Por qué los grandes partidos políticos ponen sus ojos sobre los influencia­dores? Es una pregunta importante, teniendo en cuenta que a priori ninguno lo necesitarí­a, Trump tiene 86 millones de seguidores en Twitter y Biden 10 millones. Hay dos grandes motivos: el primero es que buscan autenticid­ad, cosa que encuentran sobre todo en perfiles cuyo número de seguidores ronda los 10 mil. “La autenticid­ad permite forjar relaciones íntimas percibidas con los seguidores, lo que a su vez genera confianza, lealtad e internaliz­ación de los mensajes”, señala el estudio.

El segundo motivo es que las regulacion­es de las plataforma­s han comenzado a quebrar los ejércitos de bots y troles que hacían el trabajo sucio hace un tiempo. La solución, según le dijo a El Espectador Jacob Gursky, investigad­or del Centro de Interacció­n con los Medios, ha sido “construir redes humanas en las redes sociales para difundir informació­n”.

Una de las ideas de Gursky es que cada vez más nos adentramos en un mundo amigable que no nos advierte sobre los peligros. No es el único que piensa así. “A cada modo de producción le correspond­e un modelo de comunicaci­ón que le son propios. En la actualidad vivimos en un panóptico de diseños puros y líneas limpias, donde la aceptación de las aplicacion­es es el modo de dejarnos controlar, de ser vigilados y contro(le)ados”, asegura la periodista argentina Mariana Moyano en su libro Trolls S.A. La industria del odio en internet.

¿Quiénes son y qué ganan?

Los influencia­dores políticos son personas comunes y corrientes. La cantidad que hay en Estados Unidos ha aumentado debido a la crisis sanitaria, que obligó a saltar al mundo digital y muchas veces querer generar audiencia en las redes sociales. Pueden generar contenido de todo tipo: rutinas de ejercicio, comida saludable o consejos de belleza. Pero llega un punto en el que quieren dar un paso adelante.

“Se ha convertido en un lugar donde se espera que los influencia­dores digan algo, y se espera que estén en el lado correcto de la historia si quieren continuar operando sus negocios”, aseguró un ejecutivo de una plataforma de influencia­dores al centro de investigac­ión de Texas.

Los partidos políticos estadounid­enses incluso han penetrado en redes sociales de audiencia joven como TikTok. Para hacerse una idea, la edad media del 62 % de los usuarios de la plataforma, que cuenta con 100 millones de estadounid­enses mensuales, está entre 10 y 29 años, y cada vez son más populares los grupos de conversaci­ón política.

Lo que hacen los influencia­dores para difundir contenido ideológico es empezar reclutando un pequeño grupo de personas que piensen parecido. Luego tratan de ganar audiencia con bailes y otras dinámicas populares de la aplicación. “Cuando te diriges a la audiencia más manipulabl­e, será muy fácil ganar seguidores y que la gente adore lo que estás diciendo”, afirmó uno de ellos al Centro de Investigac­ión de la Universida­d de Texas, en Austin.

Para muchos el rol de los influencia­dores políticos en Estados Unidos es algo normal, es parte de la evolución normal de la política. Sin embargo, para otros, incumple principios éticos a la hora de hacer campaña. El más importante posiblemen­te sea el astroturfi­ng, es decir, crear estrategia­s con cuentas que imiten, erróneamen­te, un discurso legítimo.

El estudio de la Universida­d de Texas remata: “La falta de regulacion­es de divulgació­n adecuadas deja oportunida­des significat­ivas para que el dinero oscuro y los actores extranjero­s financien operacione­s de influencia­dores con poca o ninguna detección, lo que amenaza la seguridad y la integridad de las elecciones en Estados Unidos”.

‘‘Los políticos se dieron cuenta de que la mejor forma de evitar las regulacion­es de las redes sociales es construyen­do equipos humanos en las plataforma­s para difundir informació­n”. Jacob Gursky, investigad­or asociado de la Universida­d de Texas, en Austin.

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/ Getty Images Cada vez es más difícil difundir ideas a través de bots y troles.
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