Mirar al norte
LA ESPECTACULAR VICTORIA DEL MAS en Bolivia y la gran minga del suroccidente me llevaron a hablar en la columna anterior de la necesidad de mirar al sur. Como si no fuera suficiente, después vino el plebiscito constitucional chileno, con un amplio triunfo de las fuerzas democráticas. Haríamos bien en tratar de entender las dinámicas sociales subyacentes a estos desenlaces, imperfectos como lo es la vida real, en lugar de dedicarnos a exigirles estándares irreales.
Entre otras cosas, porque los colombianos estamos en una situación muy difícil. Como no cambien las cosas, se nos viene encima la noche de otros cuatro años de régimen uribista. Ya lo dijo el caudillo: “Piensen en 2022”. Me perdonarán, pero no puedo dejar de destacar la claridad mental del expresidente, que organiza su actividad alrededor de grandes objetivos, mientras las potenciales alternativas siguen en otra película. Después, los colombianos que queremos un rumbo distintos no tendremos pretextos para declararnos estupefactos o deprimidos por lo que pase.
Ahora bien: lo que ocurra de aquí en adelante inevitablemente estará marcado por las elecciones estadounidenses del 3 de noviembre. Eso nos obliga, por tanto, a mirar al norte. La disyuntiva estadounidense parece clara. Por un lado, hay una fórmula parada en la democracia liberal, estándares mínimos de decencia y veracidad, y respuesta a al menos algunas demandas de inclusión social. Por el otro, una propuesta de extrema derecha, intemperante, violenta, misógina y que abriga una coalición de redes y combos racistas —antiinmigrantes, antinegros, islamófobos, también antisemitas—. Se podrá decir que estoy estableciendo un contraste demasiado neto entre las dos fuerzas y que se podrían matizar más sus diferencias. Cierto. Por ejemplo, en política exterior seguramente Clinton y Obama hayan sido harto más belicistas que Trump. Sin embargo, creo que el contraste básico queda y que se puede mantener a salvo de falsas equivalencias. Lo que está en juego es si se va a profundizar y consolidar la deriva antidemocrática, violenta y discriminadora de la única superpotencia mundial, o si esta tomará otro camino.
Por desgracia, no se puede descontar ningún resultado. Todos los sondeos favorecen nacionalmente a Biden por una ventaja relativamente amplia. Pero con eso no basta. Como el resultado final depende de un colegio electoral, la clave para los dos candidatos es hacerse con unos cuantos estados claves (entre los que está Florida; de ahí la importancia del condenable activismo del Centro Democrático). Pero además los republicanos llevan años involucrados en un esfuerzo activo de limitación del voto, que busca estorbar a afros y a otras poblaciones que regularmente prefieren a los demócratas. En esa campaña se ha llegado a extremos sorprendentes, que están ya bien documentados. Más aún, los votantes por correo son al parecer en su mayoría demócratas, mientras que los presenciales se inclinan hacia Trump. Este último, acompañado por sus partidarios más virulentos, se involucró en una agresiva y amplia operación de deslegitimación y restricción del voto por correo. Si pierde —denuncia—, será por trampa. Lo peor es que los votos presenciales se cuentan primero que los demás, lo que abre un período de espera lleno de sobresaltos.
Si en algo ha sido claro Trump es que estas elecciones no se juegan solamente en las urnas. Trump podría no reconocer los resultados o llevar a cabo las apenas veladas amenazas que ha hecho circular. No recuerdo un precedente claro de esto. Todo dependerá de la correlación de fuerzas en distintos sectores sociales y de toma de decisiones, pero ya no hay un proceso institucional claro y más o menos automático que conduzca de votos a ganadores reconocidos por todos.
Tendremos mucho que comentar sobre esto.