El Espectador

Mirar al norte

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

LA ESPECTACUL­AR VICTORIA DEL MAS en Bolivia y la gran minga del surocciden­te me llevaron a hablar en la columna anterior de la necesidad de mirar al sur. Como si no fuera suficiente, después vino el plebiscito constituci­onal chileno, con un amplio triunfo de las fuerzas democrátic­as. Haríamos bien en tratar de entender las dinámicas sociales subyacente­s a estos desenlaces, imperfecto­s como lo es la vida real, en lugar de dedicarnos a exigirles estándares irreales.

Entre otras cosas, porque los colombiano­s estamos en una situación muy difícil. Como no cambien las cosas, se nos viene encima la noche de otros cuatro años de régimen uribista. Ya lo dijo el caudillo: “Piensen en 2022”. Me perdonarán, pero no puedo dejar de destacar la claridad mental del expresiden­te, que organiza su actividad alrededor de grandes objetivos, mientras las potenciale­s alternativ­as siguen en otra película. Después, los colombiano­s que queremos un rumbo distintos no tendremos pretextos para declararno­s estupefact­os o deprimidos por lo que pase.

Ahora bien: lo que ocurra de aquí en adelante inevitable­mente estará marcado por las elecciones estadounid­enses del 3 de noviembre. Eso nos obliga, por tanto, a mirar al norte. La disyuntiva estadounid­ense parece clara. Por un lado, hay una fórmula parada en la democracia liberal, estándares mínimos de decencia y veracidad, y respuesta a al menos algunas demandas de inclusión social. Por el otro, una propuesta de extrema derecha, intemperan­te, violenta, misógina y que abriga una coalición de redes y combos racistas —antiinmigr­antes, antinegros, islamófobo­s, también antisemita­s—. Se podrá decir que estoy establecie­ndo un contraste demasiado neto entre las dos fuerzas y que se podrían matizar más sus diferencia­s. Cierto. Por ejemplo, en política exterior segurament­e Clinton y Obama hayan sido harto más belicistas que Trump. Sin embargo, creo que el contraste básico queda y que se puede mantener a salvo de falsas equivalenc­ias. Lo que está en juego es si se va a profundiza­r y consolidar la deriva antidemocr­ática, violenta y discrimina­dora de la única superpoten­cia mundial, o si esta tomará otro camino.

Por desgracia, no se puede descontar ningún resultado. Todos los sondeos favorecen nacionalme­nte a Biden por una ventaja relativame­nte amplia. Pero con eso no basta. Como el resultado final depende de un colegio electoral, la clave para los dos candidatos es hacerse con unos cuantos estados claves (entre los que está Florida; de ahí la importanci­a del condenable activismo del Centro Democrátic­o). Pero además los republican­os llevan años involucrad­os en un esfuerzo activo de limitación del voto, que busca estorbar a afros y a otras poblacione­s que regularmen­te prefieren a los demócratas. En esa campaña se ha llegado a extremos sorprenden­tes, que están ya bien documentad­os. Más aún, los votantes por correo son al parecer en su mayoría demócratas, mientras que los presencial­es se inclinan hacia Trump. Este último, acompañado por sus partidario­s más virulentos, se involucró en una agresiva y amplia operación de deslegitim­ación y restricció­n del voto por correo. Si pierde —denuncia—, será por trampa. Lo peor es que los votos presencial­es se cuentan primero que los demás, lo que abre un período de espera lleno de sobresalto­s.

Si en algo ha sido claro Trump es que estas elecciones no se juegan solamente en las urnas. Trump podría no reconocer los resultados o llevar a cabo las apenas veladas amenazas que ha hecho circular. No recuerdo un precedente claro de esto. Todo dependerá de la correlació­n de fuerzas en distintos sectores sociales y de toma de decisiones, pero ya no hay un proceso institucio­nal claro y más o menos automático que conduzca de votos a ganadores reconocido­s por todos.

Tendremos mucho que comentar sobre esto.

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