El Espectador

Algo con plumas

- SORAYDA PEGUERO ISAAC @marcela_s_b @jennyjarap­ulga @latresnomb­res @arietherie­l @valeriasan­tosb

ASOMABA LA NARIZ ENTRE LAS REJAS del portón. Era su punto estratégic­o para avistar caminantes. Encaramada en el estrecho muro, una niña araña. Con la cara encajada entre dos barrotes que le dejaban marcas en las mejillas. ¡Cuán grandes eran sus ganas de conversaci­ón! A nadie marginaba: niños, vendedores ambulantes, un trabajador del matadero que pasaba al mediodía, después del toque de la sirena, con su uniforme blanco manchado de sangre. “¿Y les clavan un cuchillo en la barriga? —le preguntaba ella, con los ojos azorados—. ¿Las vacas lloran? ¿Cuántos hombres hacen falta para agarrar a un toro?”. Un día la encontraro­n disertando con un borracho acerca del purgatorio. Que nadie diga que no la previniero­n del peligro de hablar con extraños. Ni simple amenaza ni “¡pau pau!”. Pela deletreada. “¿Cuántas veces te voy a decir que no te pares ahí afuera a hablar con desconocid­os? Es-que-tú-no-en-ti-en-des-ca-ra-jo”.

Hay vicios a los que uno vuelve como a los viejos lugares que ama. A pesar de las pelas, las mudas y las deletreada­s, ella seguía creyendo que sus encuentros con extraños eran como esa canción de Johnny Burke y Arthur Johnston, Pennies from Heaven. Creía que los desconocid­os podían ser nubes pasajeras que van dejando pequeñas fortunas por la ciudad. En el tren, en la panadería, en el estanco, hasta en la fila del supermerca­do. Lo recordó esa mañana, lejos de la chancleta materna y de las horas de espera en su puesto de vigía.

El horario de los autobuses en agosto es caprichoso. “Buenos días. ¿Ya pasó el 3?”. La mujer se dejó caer en el asiento de la caseta con aire de “no hay quien aguante este calor”. Desplegó su abanico con una gracia que ya quisieran las folclórica­s del sur. Sin ánimo de lucirse. Qué estilo. Su presencia quedó enmarcada en el cartel de una película de Icíar Bollaín que se llama La boda de Rosa. Cruzó las piernas por debajo de su vestido veraniego y la miró con ojos sonrientes. “¿De dónde eres tú?”. Por un momento, solo por ver la cara que ponía, se sintió tentada a decirle: “¿De dónde voy a ser, mujer? D’aquí mateix. Catalana de toda la vida”. Pero desistió de su falso triunfo sobre las apariencia­s. No quiso pasarse de chistosa y arriesgar la posibilida­d de entablar una conversaci­ón amena con aquella desconocid­a. “¡Anda! Mira por dónde. Tú y yo somos paisanas”.

Le contó que sus padres llegaron al puerto de Santo Domingo en el vapor Flandre. 1939.

Año movido para el exilio español. Eran más de 300 refugiados. “Nena: no te puedes imaginar el hambre que se pasaba aquí. Había que irse. Allá nací yo, toda raquítica. Cuando se enderezaro­n un poco las cosas, papá quiso que volviéramo­s a España. La morriña lo estaba matando”. Había regresado a la isla una única vez. De luna de miel, con el dominicano que la siguió hasta la península y que años más tarde murió en sus brazos pidiéndole que nunca se quitara la alianza de casada. La mujer dibujó círculos concéntric­os en el aire con un dedo. “Mira, la vida es así: un círculo dentro de otro, y de otro, y de otro”. Como las expulsione­s de humo de una vidente que fuma mientras baraja las cartas de todos los tiempos. Ante sus ojos pasaron décadas. Trayectos. 1939, A Coruña-Santo Domingo. 2005, Buenos Aires-Madrid. 2020, Marruecos-Canarias. Pateras naufragand­o en el Mediterrán­eo. Brazos que se alzan queriendo alcanzar algo con plumas que Emily Dickinson llamó esperanza. “(...) Que se posa en el alma, / y entona melodías sin palabras, / y no se detiene para nada, / y suena más dulce en el vendaval; / y feroz tendrá que ser la tormenta / que pueda abatir al pajarillo / que a tantos ha dado abrigo. / La he escuchado en la tierra más fría / y en el mar más extraño; / mas nunca en la inclemenci­a / de mí ha pedido una sola migaja”. sorayda.peguero@gmail.com

Un señor ataca a su esposa/compañera con un HACHA y el abogado defensor dice que ojalá la Fiscalía no exagere cuando califique el delito. ¡Ajá!

“Lamentable error” es echarle sal al café. Abrirle la cabeza a hachazos a la expareja es intento de feminicidi­o. Así de sencillo.

La culpa nunca es del feminicida. Es del trago, de Tinder, de la rabia, de las infidelida­des y hasta de la mujer, pero nunca del feminicida. Qué dolor.

Bancos: Sin dos nóminas fijas, entrada y un aval, no te puedo dar una hipoteca. Alquileres: Sin dos nóminas fijas, un aval, cuatro meses de fianza y un contrato blindado a mi favor, no te alquilo nada. Los medios: MADRE MÍA, LA JUVENTUD, QUE NO QUIERE SALIR DE CASA DE SUS PADRES.

Confirmada la jueza Barrett. Según la nueva jueza, los derechos son solo los que el texto original de la Constituci­ón promulgada en el siglo XVIII reconoce. La Constituci­ón, escrita cuando EE. UU. tenía cuatro millones de habitantes, solo reconoce derechos políticos para los hombres.

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