El Espectador

La batalla electoral desde el patio trasero

Las relaciones con la región giran alrededor de la seguridad: narcotráfi­co y migración son los temas constantes. Más allá de eso, escasea el diálogo.

- BEATRIZ MIRANDA CORTÉS

ses católicos-.

“En el campo comercial, la administra­ción Trump se caracteriz­ó por negociar a través de amenazas y sanciones. Usó el dólar como arma de transacció­n poco diplomátic­a. Aunque es un hecho reprochabl­e, también ese estilo deja a Estados Unidos más en posición de fuerza frente a futuras negociacio­nes. Y definitiva­mente su política laboral proteccion­ista produjo réditos. Tanto, que Biden no tuvo más remedio que reconocer los avances y en campaña se comprometi­ó frente a trabajador­es y sindicatos a seguir por el mismo rumbo si llega a la Casa Blanca”, aseveró.

Críticas en todos los frentes

“¿Cuál legado? He visto de todo en política. Lo bueno, lo malo y lo feo, y te aseguro que Trump no solo es incapaz de dejarle un legado positivo a este país. De resultar reelecto, la vida de los estadounid­enses va a ser peor cada día”, señaló la exsecretar­ia de Estado Madeleine Albright.

“Si vamos a hablar de un legado, en el caso de Trump este sería la polarizaci­ón, el nacionalis­mo exacerbado, la falta de garantías, la improvisac­ión y la renuncia a los principios que crearon a esta gran nación”, concluyó la exfunciona­ria demócrata.

¿Aprendiero­n los demócratas la lección de 2016, cuando un protagonis­ta de realities derrocó solo a la élite política? Muchos temen que no. “Esta debió ser una oportunida­d para aprender, crecer y considerar otra visión del mundo”, escribía el joven Trent Lapinski en el portal Medium.

Y aunque la fórmula demócrata Joe Biden-Kamala Harris lidera las encuestas, no es claro qué podrá pasar el próximo martes, pues Trump sigue dando la batalla. Peter Nicholas advertía en la revista The Atlantic que “la reelección de Trump es posible”, entre otras cosas porque “tiene un aparato en el terreno que está tratando de cambiar los estados claves”. La pelea será por un puñado de votos y por eso los medios esbozan maneras de informar a los votantes para aclarar que quizá la del 3 de noviembre sea la noche electoral más larga en mucho tiempo.

El temor ronda a los estadounid­enses, que se preguntan si Donald Trump aceptaría un eventual triunfo demócrata o si será un proceso transparen­te y cuyo resultado acepten las partes. O, por el contrario, la decisión final será igual de polémica y compleja que toda la gesta electoral y se definirá a instancias de la Corte. La suerte está echada. Y las consecuenc­ias son de alcance mundial.

Como en otras ocasiones, el mundo observará atentament­e el desarrollo de las elecciones presidenci­ales en Estados Unidos. América Latina esperará el desenlace de la contienda entre demócratas y republican­os, con la esperanza de que unos sean mejores que otros, sin olvidar que hace mucho ninguno de ellos le ha dado la debida importanci­a.

América Latina no se encuentra en el mapa de prioridade­s geopolític­as de Washington. No obstante, el 3 de noviembre es un día D, pues con Joe Biden o con Donald Trump el poder global de Estados Unidos, con sus aciertos y/o errores, es incontesta­ble.

En las agendas de Biden y del presidente Trump contener el avance de China será una constante en los próximos años. En ese sentido, la triangulac­ión Estados Unidos, China y América Latina tendrá un peso importante en los cálculos estratégic­os del Departamen­to de Estado y América Latina deberá interpreta­r cuidadosam­ente esa variable.

Trump ha demostrado la poca importanci­a de América Latina para la Casa Blanca. No tuvo tiempo ni interés de realizar una sola gira por América Latina, con excepción del G-20 en Argentina, gracias a sus afinidades con el expresiden­te Mauricio Macri -el golf los unía-. Entretanto, el presidente George Bush visitó América Latina 18 veces y Barack Obama 15, incluyendo su histórica visita a La Habana.

Para el Departamen­to de Estado y el Pentágono, América Latina tiene dos caras visibles: narcotráfi­co y migración. Las relaciones giran alrededor de la seguridad. Lo demás son pesares de una región que no ha aprendido a caminar por sus propios medios.

Si el presidente Trump gana las elecciones, América Latina seguirá muy invisibili­zada en el mapa de intereses geopolític­os de Estados Unidos. Si gana Biden, asuntos referentes a la agenda soft power de EE. UU., como medioambie­nte, derechos humanos, déficit social y una mayor ayuda financiera a los países en desarrollo podrían estar en el orden del día, pero tampoco hay que esperar mucho.

El México de López Obrador, a partir de la renegociac­ión del TLC, seguirá tolerando al presidente Trump, como socio estratégic­o y controlado­r de la migración y el narcotráfi­co hacia Estados Unidos. El Brasil del presidente Jair Bolsonaro marcó un punto de inflexión en la política exterior. Abandonó “variables de la política exterior de Estado independie­nte y responsabl­e”, puestas en marcha durante décadas, con el objetivo de alinearse con Estados Unidos. Una derrota del presidente Trump lo debilitarí­a y un posible gobierno de Biden estaría más atento a la cuestión ambiental, derechos humanos y democracia.

Venezuela seguirá siendo el caballo de batalla de Trump y de Biden y, por ende, un importante vínculo con la derecha continenta­l. Para la Casa Blanca, independie­ntemente del gobierno de Nicolás Maduro, la democracia en Venezuela y los derechos humanos son lo que menos importa.

El presidente Trump hizo trizas los avances ocurridos en la relación Estados Unidos-Cuba en la era Obama. Con Biden es posible que EE. UU. recupere espacios perdidos en los organismos internacio­nales para rescatar la confianza entre sus aliados tradiciona­les.

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/ EFE El voto latino del estado de Florida es, en su mayoría, republican­o. Este lugar será definitivo en las urnas.
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